Tomado de Juventud Rebelde
Luego de una impresionante reparación capital, liderada por la Oficina del Historiador de la Ciudad, el Capitolio Nacional retomará sus funciones de sede del Parlamento nacional. Para Eusebio Leal es una decisión consecuente, porque no se puede luchar permanentemente contra los fantasmas del pasado. «Hay un momento en el que se hace un punto final y se comienza la historia», sostuvo en diálogo con este diario
29 de Junio del 2013 20:24:09 CDT
Quienes transitan por el histórico Paseo del Prado de La Habana apuntan su mirada curiosa hacia el Capitolio Nacional. No únicamente por la majestuosidad de su fachada, sostenida en columnas al estilo neoclásico, o la imponente cúpula de casi cien metros de altura, que durante años han reverenciado pobladores y forasteros.
Lo que sorprende e intriga, hasta al menos curioso, es el entresijo de andamios de hierro que recubre la monumental edificación, así como el despliegue de trabajadores que, desafiando al vértigo, escalan hasta lo más alto de la aguja de la cúpula para devolverle al Capitolio el esplendor de sus primeros años.
La restauración del ícono citadino, considerado el segundo punto más alto de la capital, está a cargo de varias entidades pertenecientes a la Oficina del Historiador de La Habana.
Motivados por conocer más detalles sobre el ambicioso proyecto, que despierta tanto asombro como interrogantes, JR dialogó con el Doctor Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad, quien define la obra como «la restauración de una memoria».
«El Capitolio es un monumento nacional. Lo fue y lo ha sido desde el momento de su construcción, como obra que se realizó en un tiempo récord, en la cual se emplearon los más preciosos materiales de Cuba y del mundo, y que se convirtió en un símbolo de la República ideal», dijo.
Leal recordó que la gran obra constructiva comenzó en 1927 y concluyó en 1931, aun cuando fue inaugurado en 1929 en el Salón de los Pasos Perdidos, ya entonces terminado.
—¿Qué nivel de deterioro constructivo tiene la edificación?
—El Capitolio a lo largo de los años ha sufrido las condiciones propias del clima tropical de Cuba. La cúpula, por ejemplo, es lo suficientemente alta como para recibir la salinidad del mar, además de los vientos del norte y huracanes.
«Con el tiempo dejaron de funcionar prácticamente todos los bajantes pluviales por tupiciones en las azoteas, y las filtraciones dañaron lugares que jamás debieron haber sido dañados, como los grandes salones.
«No funcionaba el sistema de pararrayos, un peligro espantoso. Se retiraron de los techos pesados equipos de ascensores desmontados, y que estaban además en estado grande de deterioro.
«Patios enteros estaban cubiertos con placas de hormigón, que se fundieron para evitar la entrada de agua, ante la imposibilidad en su momento de dar otras soluciones más adecuadas. Todo eso ha sido demolido. Debajo de la escalinata también había serios problemas estructurales por utilizarla para bajar grandes pesos.
«El deterioro viene dado, en parte, por los diversos usos que se le dio a la edificación. Después de ser Cámara y Senado, se convirtió en Museo, y hubo que realizar grandes adaptaciones espaciales; aunque me consta que Antonio Núñez Jiménez se preocupó mucho para no dañarlo. Pero inevitablemente el cambio de uso de un edificio, creado con una determinada función, modifica, quiérase o no, el ambiente interior.
«Posteriormente fue la sede del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (Citma) y de la Academia de Ciencias. Todo esto reporta daños inevitables: hay que crear nuevas bibliotecas para otra finalidad, cientos de trabajadores tienen que instalarse, hay que cocinar…
«Otro problema fue la dispersión de objetos, fundamentalmente del mobiliario, que viajaron por toda Cuba, por distintos departamentos y dependencias de la Academia y del Citma».
—Desde hace dos años aproximadamente el Capitolio cerró las puertas al público. Pero no es hasta hace pocas semanas que comienzan a hacerse evidentes hacia el exterior las labores de rescate y salvaguarda. ¿Por qué la demora?
—Algunas cosas se estuvieron haciendo, aunque desde afuera no se veían. Otras han demorado porque la restauración es muy complicada. Tan complicada como la construcción misma.
«Trabajar en el Capitolio no es igual que hacerlo en cualquier obra constructiva. Es diferente por completo, porque la arquitectura republicana no es igual a la colonial, estructuralmente.
«Allí se emplean otras piedras, como la de Capellanía, que es distinta a la de Jaimanita, que se usa en La Habana colonial. La piedra de Capellanía es casi blanca, preciosa, la misma que se utilizó en el Palacio Presidencial, hoy sede del Museo de la Revolución. Pero es muy susceptible a la climatología de Cuba.
«Se están empleando nuevas tecnologías para no emplear ninguna técnica o productos abrasivos, sino orgánicos, en la limpieza de esas piedras. Se implantan una especie de moldes, y cuando se retiran ya se van con toda la suciedad y dejan la piedra inmaculada, con los poros abiertos.
«Tenemos también un problema ambiental complejo: los murciélagos. Se ha creado un sistema de bajas frecuencias para que ellos vayan a otros recintos, sin dañarlos.
«El trabajo está avanzado. Se puede ver que está cubierta hasta la aguja con los andamios, para dar seguridad a los restauradores que tienen que estar subiendo y bajando. Hay un comité técnico que estudia las partes estructurales, que se reúne cada semana sobre el terreno para analizar cada aspecto de la obra, tratando que sea a la vez lo más cuidadoso y lo más rápido posible».
—¿Cuál es el monto aproximado de este proyecto? ¿Cuándo se prevé que culmine?
—No puedo adelantar ahora un presupuesto económico porque estamos consolidando el presupuesto de cada sección por separado. La cúpula, por ejemplo, es un objeto de obra que debe tener, por su naturaleza, un presupuesto propio. Y así pasa con las pinturas, los bronces…
«Llevamos dos años. Posiblemente nos queden tres más de trabajo. Es decir, podríamos demorarnos cinco años, un tiempo similar al que se empleó en la construcción».
—¿El financiamiento corre únicamente a cuenta de la Oficina del Historiador?
—Es la nación la que hace las obras. Nosotros somos los fieles ejecutores de una voluntad política y de una determinación nacional en cuanto a la preservación de la memoria histórica de Cuba, no solamente en el Capitolio sino en todos los monumentos, edificios y sitios patrimoniales.
—¿Con anterioridad este edificio había sido sometido a alguna rehabilitación similar?
—Se hicieron trabajos de conservación en distintas épocas. En mérito a la verdad, la fallecida Doctora Rosa Elena Simeón tuvo una preocupación permanente por eso, y creó una brigada con hombres expertos que trabajaron para contener el deterioro y evitar, en lo posible, daños mayores. Pero nunca fue con semejante envergadura.
—El Capitolio se levantó con el objetivo de instalar al legislativo en la seudorepública. Pero luego del triunfo de la Revolución se destinó a otras funciones, que usted ya mencionó. ¿Por qué ahora, luego de su remozamiento, volverá a acoger al Parlamento del país?
—La voluntad del Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, General de Ejército Raúl Castro Ruz, ha sido la restauración del monumento. En el acto de clausura en la sesión de constitución correspondiente a la VIII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el Presidente comentó a los diputados: que un día habría que regresar al Capitolio.
«Esto quiere decir que hay que hacer una gran labor, para que sea restituido hasta el más mínimo detalle de la obra constructiva. Una orden suya implicó recoger en todo el país todas las sillas, las mesas, objetos que estaban en otro lugar y con otros usos.
«Se están restaurando salones y hemiciclos que serán utilizados en funciones parlamentarias, aunque en la actualidad el Parlamento nuestro es mucho mayor, y lógicamente las capacidades de las salas no lo permiten de la misma forma que antes. Pero se podrán usar en múltiples funciones protocolares y también en reuniones que pueden realizarse a distintas escalas.
«Mucho se ha discutido si el Capitolio se parece demasiado al de Estados Unidos. Esas comparaciones siempre son fallidas, porque cuando miras al de Washington y al cubano, es como un huevo a una castaña. La cúpula es diferente, las dimensiones son distintas…
«Lo que pasa es que todos los congresos y capitolios en cualquier parte del mundo, desde París hasta Buenos Aires o Montevideo, tienen una relación y una implicación estilística que marcan sus funciones y lo que se quiere decir simbólicamente.
«Por otra parte, los edificios no son culpables de lo que ocurre en ellos. Si no habría que empezar a demolerlo todo, porque seríamos incompatibles con los fantasmas que a cada momento brotan del pasado. Y no se puede luchar permanentemente contra los fantasmas. Hay un momento en el que se hace un punto final y se comienza la historia.
«Y pienso que estamos en ese momento, y que lo que se está haciendo pone a prueba también la formación que se les ha dado a cientos de restauradores que ahora están poniendo en práctica sus artes, ya sea para las pinturas murales, los mármoles, para todo».
—¿Una vez que la edificación acoja al Parlamento cubano, estará cerrada al público?
—No, al contrario. En todas partes del mundo estos grandes edificios, de esta significación, se abren a determinadas horas, se pueden visitar determinados salones, bibliotecas… No se excluye que existan áreas donde se puedan observar y exponer objetos de gran valor histórico ligados a la memoria de la nación.
—¿En qué medida las obras de restauración de la Oficina del Historiador, y esta en particular, están en sintonía con las nuevas fórmulas de gestión económica que está viviendo el país?
—Laboran en la obra muchos trabajadores por cuenta propia que se han contratado, en determinadas materias. Pero fundamentalmente hay que decir que la Empresa de Restauración y Escuela Taller del Centro Histórico de La Habana son determinantes, pues se dedican a la recuperación de pinturas murales, mármoles, lámparas, figuras de bronce y otros ornamentos y alegorías.
—¿Podemos afirmar que estamos ante uno de los proyectos más ambiciosos de la Oficina del Historiador?
—Sí, pero no es solo ese. Hay que verlo dentro de un contexto de obras grandes, como por ejemplo la restauración de los monumentos públicos, como el de los generales Calixto García, Antonio Maceo y Máximo Gómez, o el de las víctimas del Maine.
«Se está trabajando en la línea del Malecón y se han restaurado todo el pavimento, el arbolado y las lámparas del Prado. También se rescató recientemente el rectorado de la Universidad de La Habana, y hay 80 jóvenes graduados de la Escuela Taller que están trabajando en el cementerio monumental de La Habana, Cristóbal Colón.
«En la Avenida del Puerto puede verse la cámara de rejas, una especie de caja de cristal que marca el comienzo de esa avenida, y al final de la misma los grandes muelles, donde también se han comenzado las obras. Se puede mencionar, además, el castillo de Atarés. Allí ya están haciéndose las demoliciones y están los arqueólogos trabajando.
«Son numerosas obras, y una de las más importantes y trascendentales es el sistema de soterrado de las redes del Centro Histórico, que nos puso en crisis momentáneamente el año pasado, y que provocó varias fallas eléctricas.
«Lo que hemos hecho allí es una compatibilización de todos los organismos, por decisión también del Estado, para introducir las redes de agua, alcantarillado, gas, electricidad, telefonía y fibra óptica al mismo tiempo. Y después la repavimentación».
—¿Qué cree que distingue la labor de rescate y salvaguarda que realiza la Oficina del Historiador con respecto a otras similares en el mundo?
—En el caso del Capitolio, sería análogo a lo que se hace en el resto del mundo. Quizá la gran singularidad que tiene este proceso es que el país no solamente tenga la voluntad política de hacerlo, sino que también materialice esa voluntad, dentro de las condicionantes económicas mundiales y particularmente las de Cuba.
«Nuestra labor de restauración en general sí se ha caracterizado y ha marcado diferencias con otros proyectos en el mundo por su carácter social, por la creación de puestos de trabajo y la vinculación con las necesidades urgentes de la comunidad.
«También se distingue por dedicar una parte de sus recursos —generados en el Centro Histórico, o aportados por el Estado de forma directa— para proyectos que tienen que ver con la minusvalía, la ancianidad, la discapacidad, la educación en las artes y oficios y que han motivado que la Unesco defina el proyecto de restauración del Centro Histórico como una “experiencia singular”.
«Muchos se preguntarán si esto es necesario, si es primero la industria o la poesía, el pan o la historia. Pero la realidad objetiva es que lo uno es tan necesario como lo otro. Sin ese pan de espíritu, sin esas raíces, sin esa preservación de la memoria social, nada seríamos, más que criaturas consumistas».
Enlaces relacionados:
Cuba: Pasión por el Patrimonio Cultural. 28 de junio de 2013.