Palabras del escritor, poeta, crítico de arte, ensayista e investigador Rafael Acosta de Arriba, durante la presentación
En ningún terreno como el de [las] ciencias sociales son tan múltiples y variados los criterios, las perspectivas y las soluciones propuestas. El espíritu científico y la intolerancia son incompatibles. El espíritu científico se nutre y enraíza en la libertad de investigación y de crítica. La intolerancia, “esa extensión hacia afuera del dominio exclusivo ejercido dentro de nosotros por la fe dogmática“, intoxica la inteligencia, deforma la sensibilidad y frustra la actividad científica, que es un impulso libérrimo hacia la conquista y la posesión de la verdad.
Raul Roa García .
(Historia de las doctrinas sociales).
En toda historiografía –y se sabe que las hay muy diferentes– el asunto cardinal que se discute siempre es la veracidad del discurso que porta, su rigurosidad, de manera que es importante que su historicidad sea independiente de ideologías o credos contaminantes que conducen, por lo general, a posiciones pre-establecidas, a pesar de que sabemos que las filias del autor siempre se filtran en los textos. Una historia, cualquiera esta sea, es válida si lo que cuenta está próximo a la verdad de los hechos, un axioma universal. La verdad, esa cara aspiración de los humanistas y los científicos sociales, es de naturaleza rashomoniana, lo que comporta una complejidad que solo el rigor científico del investigador penetra. En tal sentido, la historia de Cuba debiera reescribirse en muchas de sus zonas y tramos, sin embargo, hay textos que guardan una legitimidad que pocos discuten. Esto se ve más claro cuando se habla de los tiempos anteriores al siglo XX, pues la historia más reciente está llena de interpretaciones tendenciosas, plagadas de manipulaciones e instrumentaciones ajenas a la ciencia, que desvalorizan muchos de los discursos escritos, aún los redactados por reconocidos autores. Recuerdo ahora la advertencia de José de la Luz y Caballero sobre la imposibilidad de “recursar la historia”.
En la tarde de hoy presentamos el segundo libro de Ernesto Limia, un autor que se ha propuesto la muy difícil tarea de escribir, en varios volúmenes, la historia de nuestra nación. En Cuba Libre. La Utopía secuestrada, Limia da continuidad a la saga que comenzó con Cuba entre tres imperios: perla, llave y antemural, también de Ediciones Boloña, que vio la luz en 2012. Poco más de un año después aparece este volumen y el autor me ha confiado que no concluirá su empeño hasta llevar al momento presente su discurso historiográfico. No he leído aún el primer volumen, pero este que presentamos en la tarde de hoy anticipa el éxito de la inmensa tarea que se ha propuesto el autor. Tal es la impresión que el libro me ha causado.
La grandeza épica del siglo XIX cubano aparece en estas páginas en todo su esplendor y tragedia. Es impresionante la hombrada de los cubanos para eclosionar en nación a la vez que se despojaba del yugo colonial español. El libro nos permite seguir paso a paso esta ruptura radical de un pueblo con evidente vocación de soberanía.
La historia, más que memoria, es su crítica y el autor plantea con claridad sus puntos de vista, tomando de aquí y de allá, asumiendo posiciones previas de reconocidos historiadores y desestimando los enfoques con los que no comulga. Esta tarea de limpieza y decantación se agradece por el lector. José Luciano Franco consideraba que uno de los más graves problemas de nuestra historiografía residía en el tono aburrido de muchos de los textos. Quizá uno de los valores principales del libro sea precisamente ese, el interés que despierta, el gancho con que agarra a los lectores, la atmósfera de buena narración en la que envuelve los hitos principales de nuestra historia decimonónica. Siempre he ponderado esa cualidad de los buenos libros de historia, es decir, qué se puedan leer sin el abuso de citas y el uso de lenguajes crípticos, que permitan el inefable itinerario que va desde la primera hasta la última página, una virtud más necesaria aún hoy por cuanto decrecen aceleradamente las legiones de lectores en el mundo entero, también en nuestro país, en medio de un presente en que las disciplinas audiovisuales y digitales crecen exponencialmente y secuestran a las masas de antiguos amantes de los libros.
El placer de leer, esto es algo que hay que defender a como de lugar, y el libro de Limia es una fuerte apuesta por tal cualidad. Prosa eficaz, hilvanada con oraciones claras y precisas, directas, un lenguaje que va estructurando párrafos amenos y diáfanos, desde los cuales se puede seguir la narración con total apego al discurso historiográfico. Limia ha construido con inteligencia un texto en el que rigor, elocuencia, pasión y verosimilitud no entran en contradicción, sino todo lo contrario, se amalgaman para tender puentes con el lector. Es una operación de síntesis llevada a cabo a plenitud, el libro describe la columna vertebral de una historia fascinante, la nuestra; y en esa labor incita a profundizar aspectos, historias más pequeñas, personajes y devenires otros.
El autor me comentó que en el fragor de la redacción del libro hubo momentos, como por ejemplo, en las escenas de la muerte de José Martí en Dos Ríos, que empleó cerca de once horas de trabajo para escribir solo dos cuartillas. Una concentración así, sostenida por una inspiración indeclinable, solo puede ser coronada por el éxito.
El libro dibuja algunos perfiles de manera muy inspirada, tales son los casos de figuras como Luis de las Casas y Francisco de Arango y Parreño, José Antonio Aponte y José Antonio Saco, Carlos Manuel de Céspedes e Ignacio Agramonte, como Máximo Gómez y Calixto García, entre muchas otras. Cespediano devoto, en el libro se respira la admiración por aquel “nos echara a andar”, parafraseando a Martí, situando también las críticas pertinentes a sus errores, pero configurando un Carlos Manuel de Céspedes con el carácter y la entereza que suponemos adornaron al hombre del 10 de octubre. Este volumen, así como Con un ojo en Yara y otro en Madrid, de Mercedes García, aparecido recientemente, son dos libros que contribuyen a apreciar a Céspedes no solo como el hombre valeroso y de ideas que fue, sino como el estadista que supo conducir la guerra de independencia y la República en Armas en medio de complejos problemas de la situación internacional en que se produjo el conflicto de los diez años. Que sea hoy 27 de febrero, a 140 años de su caída, enfrentado a tropas españolas en el remoto San Lorenzo, en las serranías orientales, el día de la presentación del libro, no es una coincidencia, sino el expreso deseo de Limia de que este sencillo acto fuese un homenaje al gran hombre de nuestra independencia.
Otro aspecto muy importante para conocer a fondo nuestra historia aparece bien fundamentado en el libro, me refiero a las relaciones entre los Estados Unidos y la colonia española, “La siempre fiel isla de Cuba”, una relación compleja, tensionante y que se nos muestra por el autor con lujo de detalles. La “fruta madura”, el pez grande que engulle al pequeño, la voracidad del capital instrumentada como política o las ambiciones imperialistas del vecino norteño, como se prefiera llamarle a esa relación bilateral, aparece en este volumen en toda su compleja dimensión. No puedo dejar de decir en esta ocasión que fue precisamente Carlos Manuel de Céspedes el primero en avisorar y penetrar los peligrosos y ambiciosos designios del pez grande, y así lo dejó escrito para la posteridad.
La Historia, con mayúsculas, no tiene un hilo conductor, no es una novela, por mucho que algunas tendencias deterministas así nos la quieran mostrar. Lo teleológico queda descartado por el conocimiento científico. Sin embargo, cuando se examinan los hechos históricos con la ventaja de los años, hay circunstancias que parecen vertebradas por un secreto designio. El libro de Limia tiene esa otra virtud, presentarnos con la simultaneidad del tiempo real, hechos que muchas veces se nos escapan precisamente por no poder verlos en paralelo, tal y como ocurrieron en su coyuntura. Habilidad de narrador, ojo avisado del historiador que nos quita vendas y ofrece luz a determinados hechos, rasgo que sorprende gratamente.
El prologuista, el escritor Juan Nicolás Padrón, pondera muy satisfactoriamente el libro, y concluye su texto con estas palabras: “A pesar de que Cuba Libre… es el segundo libro del autor, en sus páginas se va perfilando la construcción de un tipo de discurso diferente, como fuera el de Ramiro Guerra en su tiempo. Se siente el legado de Manuel Moreno Fraginals y Julio Le Riverend, que relacionaron estrechamente la historia con la economía; la voluntad de integrar las informaciones históricas a las militares, como en la obra de Gustavo Placer Cervera, y a los temas socioculturales, como han hecho Eduardo Torres Cuevas y María del Carmen Barcia. Ernesto Limia resulta un original heredero de estas estirpes”. No puedo menos que coincidir con tal juicio pues lo transdisciplinar atraviesa este texto de principio a fin, otorgándole el sentido de completud con que tal rasgo suele beneficiar a los estudios historiográficos. A su vez, Elier Ramírez, otro joven historiador, advierte en la nota de contracubierta, que este es un libro que se mueve en un diapasón amplio, tanto para especialistas como para jóvenes que se acerquen con curiosidad a la historia del país, y no puede ser más objetivo en esa afirmación: este es un libro para todos los que quieran enterarse o reafirmar conocimientos. Al menos para mi ha sido una grata aventura intelectual.
No me extiendo más, creo que es un verdadero acierto que Ediciones Boloña publique las óperas primas de Ernesto Limia, que permita que una mirada sobre la historia nacional como la suya tenga la oportunidad de dialogar con los públicos y con la crítica, de comenzar su andadura por la cultura y la historiografía, de darse a conocer. En mi modesta opinión, estamos asistiendo a los primeros encuentros con un autor que apenas comienza su obra y tengo la certidumbre de que será una obra sostenida y estimulante para curiosos y entendidos. Enhorabuena Ernesto, enhorabuena.