Por Euda Luisa Toural
Imágenes de archivo y colaboración cortesía de la Lic Zenaida Iglesias Sánchez
… Un nuevo Teatro abrió ese año (1884), El Irijoa, propiedad del Vasco Ricardo Irijoa, de ahí su nombre (conocido después como Teatro Martí), comenzó el 8 de julio en plena canícula, y tal vez por eso mereció el sobrenombre de Teatro de Verano. Situado en Dragones, esquina a Zulueta tenía tres pisos de altura con un Área Total de 4 100 V2., de las que correspondían sólo 1680 al edificio y el resto al vestíbulo exterior y jardines. La sala poseía 560 lunetas, 3 líneas de butacas en el anfiteatro, 44 palcos con sus verjas de hierro floreado donde cabían hasta 10 sillas, y una amplia tertulia con graderías separadas en 3 secciones. Su capacidad total es de 2500 espectadores, de los cuales 1090 podían sentarse en los palcos, 400 en lunetas, 70 en butacas y 400 en asientos y gradas de tertulia. El orgullo del nuevo coliseo era no sólo su ventilación, que lo hacía el preferido de los meses de verano, sino también sus «butacas Irijoa» de maple y hierro colado, móviles en la base, que ocupan el sitio de los palcos de platea o primer piso…”
Así describe “La Selva Oscura. De los bufos a la Neocolonia” (1) el entonces naciente teatro Irijoa, el “único construido con arreglo a las condiciones climatéricas de este país de fuego”, según cita el libro; un edificio de arquitectura singular, situado en la esquina de Dragones y Zulueta, que albergó hechos trascendentales para la historia política y cultural de nuestra Isla, razón por la cual quedó convertido en símbolo de nuestra cubanía.
Aún en nuestros días, cuando su restauración liderada por la Oficina del Historiador de La Habana casi llega a su fin, se pueden respirar sus aires coloniales de rebeldía, nacidos durante los años en que la tertulia estaba distribuida en tres secciones. Destinadas a personas modestas, la del centro era para los hombres blancos, y la de la derecha era para hombres y mujeres solas respectivamente. La sección de la izquierda, que quedaba hacia la calle Zulueta, era para personas negras, con una escalera independiente, aislada del resto del edificio por un arco tapiado.
Una particularidad distinguía al que en 1899 se convirtiera en Teatro Martí, además de su arquitectura particular que lo liberaba de la línea de portales característica de los inmuebles que circundaban la manzana donde estaba localizado: su sala tenía la capacidad de transformarse. El piso de la platea estaba construido de forma tal que podía colocarse en posición horizontal a nivel con el anfiteatro, galerías, grillés y estacionario, formando un salón en el que podía variarse la relación escena-sala, ubicando la escena al centro rodeada de los espectadores, como en el teatro clásico isabelino o japonés. Esta singularidad permitió que fuera escogido para celebrarse varios mítines y asambleas de los obreros, que conllevaron a la celebración, el 1ro. de mayo, del Día Internacional de los Trabajadores en 1891, provocando la intervención estatal del Teatro y la separación de Irijoa, su propietario, de la administración del mismo.
Una cadena imparable de sucesos se desató, entonces, en el centro que fue abatido en 1898 por una bomba, justo en el año en que España perdía sus posesiones en Cuba y estallaba Maine colocando la guerra por la independencia en una nueva fase con la intervención de los Estados Unidos en el conflicto.
Al año siguiente el Teatro Irijoa reabrió sus puertas con el nombre de Teatro Martí, justo después de su primera remodelación, manteniendo su ambiente genuinamente popular. Una programación especializada en el teatro bufo representaba temas nacionales en dramas, zarzuelas, lírico, teatro vernáculo… y todo comenzó a vincularse con temas patrióticos, atrayendo públicos distinguidos como la familia de nuestros próceres José Martí y Máximo Gómez.
Pero no solo su reapertura fue lo que hizo de 1899 un año particular para el Teatro Martí; el 19 de febrero de este año sus salones sirvieron como sede a la Asamblea convocada por los primeros líderes de la incipiente clase obrera cubana, que convocados por Diego Vicente Tejera se reunieron, bajo represalias, con la intención de organizar el primer partido que defendiera sus intereses. Unos días más tarde el 24 de febrero se estrenó la zarzuela “El Grito de Baire”, para celebrar el aniversario de la guerra de independencia a la que asistieron como invitados Máximo Gómez y demás jefes y oficiales del que fuera el Ejército Libertador.
En sus salones se realizó también una función benéfica, con el objetivo de recaudar los fondos necesarios para comprar la casa natal de José Martí y regalársela a su madre, Doña Leonor Pérez.
Un año no menos importante fue 1900, aunque sí más doloroso; entre sus paredes, el General Leonard Wood declaró establecida la Asamblea Constituyente, en nombre del Presidente de los Estados Unidos, sesionando en el Teatro desde finales de año hasta principios de 1901. Allí se elaboró el texto de la Constitución de la República y allí se produjeron los debates ante la imposición de la Enmienda Platt por los Estados Unidos.
Pero los hechos más importantes en la historia política de la edificación no concluyeron aquí. Años más tarde, exactamente en 1955, la Asamblea Ortodoxa radicó en él durante el mes de agosto y allí se reunieron Pedro Miret, Armando Hart, Faustino Pérez y Ñico López para dar lectura al Primer Manifiesto del Movimiento 26 de Julio, enviado desde el exilio por el joven Fidel Castro.
En 1959 el Teatro Martí es intervenido por la Revolución, bajo la administración de Violeta Casals, y se mantuvo activo hasta 1965, año en que cerró sus puertas durante cinco meses de reparación.
Por las condiciones en que se encontraba la edificación, en 1977 el Ministro de Cultura instruyó su cierre para la restauración definitiva, y en 1982 le fue entregado al Poder Popular. No fue hasta 1985 en que se comenzó a pensar en las obras de restauración, las que se acometen actualmente por parte de la Oficina del Historiador de La Habana.
La larga lista de acontecimientos que durante todas las épocas ocurrieron en el Martí, sentaron una pauta en la historia de este inmueble por su notable envergadura. Hoy, gracias a la oportuna labor de arquitectos, albañiles, proyectistas y obreros de todas las especialidades, revive este sitio que desde la colonia ha sido testigo de las luchas más férreas del pueblo cubano, así como de su cultura más autóctona; y de nuevo esta original edificación ubicada en el otrora Barrio de las Murallas, se convertirá en paradigma de nuestra cultura nacional y renacerán con ella los ecos de un pasado glorioso.
(1) “La Selva Oscura. De los bufos a la Neocolonia” Teatro y Danza. Ed. Arte y Literatura. C. Habana, 1982. pág.187-188.