(versión de las palabras del Dr. Eusebio Leal Spengler durante el acto de inauguración del Teatro Martí)
Un día como hoy hace 119 años comenzaba en toda la Isla el movimiento emancipador, que dirigido en cuerpo y alma por José Martí –reconocido por la emigración y por el pueblo como el Apóstol de la independencia de Cuba, asistido firmemente por los viejos luchadores que no se resignaron a no conquistar la Patria y sus derechos– comenzó una lucha que culminaría cuatro años más tarde, en 1899, y que sería uno de los hechos más relevantes de la historia del pueblo cubano en su camino a la libertad y a la conquista de su soberanía plena.(…) Nunca será suficiente el tributo de aquellas, de estas y de las venideras generaciones al hombre que supo unir, inspirar, movilizar, apuntalar la fe de todos aquellos que creyeron en la posibilidad soñada y diseñada por él.
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En 1884 cuando se inauguró este teatro aún no se había abolido la esclavitud, y fue novedad que el teatro que llevaría el nombre de su inspirador admitiese la presencia de personas no solamente blancas, sino también mestizas y “de color”, como se decía en entonces. Eran libres, relativamente, en el seno de aquella sociedad extremadamente compleja. Se sentaban así las bases de un legado cultural que sobreviviría al colapso de la Colonia y que alumbraría los primeros años.
El 25 febrero de 1899 el Generalísimo rodeado de las principales figuras recibió en el palco principal del teatro la función de homenaje de la supuesta libertad conquistada. Apenas poco después se produce el hecho que debemos siempre recordar, la reunión constitutiva de una Asamblea Constituyente que se celebra en este teatro y la determinación por parte de algunos de sus miembros de oponerse a la Enmienda Constitucional que el gobierno de los Estados Unidos imponía a la naciente República invalidando todos sus actos soberanos. En este recinto se escuchó la voz de los que debatieron el tema. Estaban los que deseaban tomar lo que se les daba y continuar en una lucha posterior hasta alcanzar el objetivo principal. Pero otros no se resignaron a perder todo el tiempo pasado. Dos voces, fundamentalmente, se escucharon en este recinto: la de Salvador Cisneros Betancourt y la de Juan Gualberto Gómez.
En este teatro también se reunieron las clases trabajadoras y sus dirigentes para celebrar por vez primera, el 1º de mayo. (…) Cultura, política y reivindicaciones marchaban juntas.
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El teatro fue el escenario propicio para desarrollar tres aspectos fundamentales del arte cubano. La tradición musical que se había consagrado y que tenía ahora en Moisés Simons, en Eliseo Grenet, en Rodrigo Prats y en los jóvenes Gonzalo Roig y Ernesto Lecuona sus nuevos y grandes intérpretes y creadores. Al mismo tiempo, el teatro vernáculo y a veces la comedia bufónica, los que establecían un debate de los temas de la calle y también una sátira política en la cual se enfrentaban teatralmente los personajes de la sociedad cubana; para esa obra monumental de creación cultural fueron importantes Alberto Garrido, el gallego Otero, Candita Quintana, Alicia Rico, Carlos Pons, Esperanza Iris, José Sanabria, Rita Montaner. Aquí se estrenan entre otras obras Cecilia Valdés, La perla del Caribe, Amalia Batista, María Belén Chacón; y aparecerán nuevos actores y actrices como Esther Borja, Bola de Nieve, el maestro Luis Carbonell, Orlando de la Rosa.
Directores teatrales de gran envergadura alojaron la historia del teatro, desde toda una familia Robreño hasta el inolvidable amigo Enrique Núñez Rodríguez; ellos viven en mi memoria y en nuestra memoria. Con ellos, en medio de un teatro destruido y condenado a desaparecer, celebramos aquí, entre ruinas, el primer centenario en 1984. Enrique, a quien recuerdo en nuestro último diálogo, ya enfermo, me dijo que quizás le sobreviviría a Robreño “que era inmortal” y que él estaría seguramente el día que habría de llegar. Ese día es este y, sin embargo, ellos no están; pero forman parte de la historia inmaterial, de la gloria cultural de nuestra patria, sus espíritus nos acompañan.
La reinauguración del teatro es un tributo, pequeño y modesto, a la obra de la nación cubana. Gracias al Líder Histórico de la Revolución que tuvo la visión, en memorable Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, de plantear resueltamente que la cultura era lo primero que teníamos que salvar, y lo cierto es que ella ha marchado siempre paralela al gran desafío histórico que supone la nación, su vida, sus propósitos, sus sueños y sus esperanzas actuales y futuras.
Agradezco de forma especial al General Presidente que bien sabe el sacrificio que la nación hace para poder realizar tales cosas. En torno al teatro numerosas obras manifiestan claramente ese espíritu y esa voluntad. Se levanta el Capitolio, símbolo de toda una historia del país, sede de nuestra Asamblea Nacional, con los hemiciclos para sus propias sesiones y las del Consejo de Estado. No lejos también se restaura el Gran Teatro de La Habana y otros notables edificios del área van recuperando su valor patrimonial. Con esto, la nación agradece que la Isla tenga inscritos en el índice de patrimonio mundial numerosos sitios, y al mismo tiempo estimula a la conservación de sus espacios naturales, contribuyendo todo ello a la exaltación de la educación, la dignidad nacional y el espíritu radiante e invencible de Cuba.
Agradezco sentidamente a todos. A los abnegados trabajadores que durante largos años lucharon por el teatro. Cuando se detuvo la obra, poco antes de 1983, nos parecía imposible. Cuando poco después fue recomenzada, nos pareció igual: el tiempo parecía consumar su obra destructora. Sin embargo, la fe no decayó y una vez comenzada poco antes del año 2000, piedra a piedra, detalle a detalle… y este es el fruto del amor infinito de las trabajadoras y trabajadores que lucharon por el teatro. Agradezco a la digna trabajadora que ha sido la maestra de obras de este teatro, a los inversionistas, arquitectos, a los técnicos de proyectos, a los que ejecutaron la obra, a los restauradores de todas las artes, a los jóvenes de la Escuela Gaspar Melchor de Jovellanos que no solamente contribuyeron en toda la obra decorativa, sino que prestaron su empeño a restaurar la escuela vecina Concepción Arenal. Agradezco también al Ministerio de Cultura y en particular a la Dirección de las Artes Escénicas por haber puesto a disposición de la Oficina del Historiador y su Dirección de Patrimonio Cultural todo lo necesario para lograr la consumación de la obra. Permítanme dedicarlo a la memoria de Eduardo (Robreño) y Enrique (Núñez Rodríguez), mis dos amigos queridos; ellos están con nosotros y gozan en la persona de sus descendientes de este momento muy importante. Agradezco a dos grandes artistas cubanos: a Rosa Fornés y a Luis Carbonell; agradezco también a Zoila Salomón, la viuda de Gonzalo Roig, el maestro que un día, inspirado en las calles de La Habana, estrenó en este teatro su obra inmortal: Cecilia Valdés.