Bienal Shinzaburo Takeda en La Habana

 Por: Danay Medina Medina

  A contracorriente de vindicaciones y posmodernidades el grabado continúa siendo cuestión de tradición, una vez más podemos deducir tras presenciar en La Habana una exposición gráfica entroncada con los saberes de dos fuertes exponentes del medio: México y Japón. El 19 de diciembre en la Casa del Benemérito de las Américas Benito Juárez fue inaugurada una muestra de 26 obras premiadas y participantes en las tres ediciones celebradas de la Bienal Nacional de Artes Gráficas Shinzaburo Takeda, a las que se suman otras cinco del maestro que organiza y bautiza con su nombre al evento, fue inaugurada

Shinzaburo Takeda –así como la exposición que ha presentado en La Habana- es el espejo de uno de los aspectos que caracteriza a la cultura en su más amplio sentido: la capacidad de hibridación, de evolución y permanencia a un tiempo. Nacido en Seto, Japón, en 1935 el maestro se trasladó a México en 1963. Tras una estancia de aproximadamente una década en la capital, se radicó en el estado de Oaxaca a finales de los 70 del pasado siglo. Si un hombre pertenece más que a la tierra que lo vio nacer al lugar donde siembra escuela, entonces habría que considerar a Takeda un latinoamericano más: formado inicialmente en la Universidad de Bellas Artes de Tokio, ha desarrollado en su país de adopción un largo magisterio (actualmente es profesor de la Universidad Autónoma Benito Juárez), del que no solo surgen una gran cantidad de discípulos, sino también esta bienal, organizada por primera vez en el 2008 con el propósito de promover las relaciones culturales globales.

Las piezas de Takeda presentes en la muestra son expresión de la síntesis entre dos culturas aparentemente distantes, donde el abigarramiento de algunas composiciones, los motivos frutales y los rostros indígenas americanos se unen al equilibrio y sutileza característicos de un espíritu asiático. El propio artista ha confesado la repercusión que tuvieron en su obra las etnias originarias del Nuevo Mundo, entroncadas con la cultura campesina de la que él mismo provenía. Le fascinaron los mitos, la ritualidad y las creencias. Junto a estos temas se aprecia la asunción desprejuiciada de la sensualidad, nada ajena a la historia del arte japonés si recordamos los shunga, estampas eróticas representantes del ukiyo-e, forma tradicional desarrollada durante el periodo Edo.

Otro grupo de obras niponas pueden observarse en la exposición, pues Japón fue el país invitado a la primera edición de la bienal. Se trata de diez piezas que se diferencian de los trabajos premiados, todos pertenecientes a grabadores mexicanos. Las obras japonesas se distinguen por la mixtura de técnicas y por la inclusión de alternativas contemporáneas. Gran parte de las piezas son de concepción abstracta o utilizan los recursos de esta estética en las composiciones. Poema del Universo III de Seiko Kawuachi y La onda de Hokusai a la mexicana de Tamana Araki son interesantes apropiaciones de la conocida estampa La gran ola de Kanagawa.

También antecedidos por una importante tradición gráfica, las piezas mexicanas impactan por sus diseños expresionistas y, en algunos casos, por sus amplias dimensiones. En contraste con las asiáticas tienden a la figuración. Muchas utilizan los valores del blanco y negro. Las técnicas más recurrentes son la xilografía y los grabados en metal, aunque no faltan otros procedimientos. Los mitos, animales y rostros oriundos se amalgaman en un movimiento de líneas que acaso podamos llamar barroco.

A pesar de las diferencias distinguibles entre las producciones realizadas en puntos tan distantes del planeta, la exposición mantiene una unidad visual que podemos atribuir a la manifestación gráfica. El grabado posee un aura peculiar que, a la vez que lo distingue de otras artes, en su interior unifica periodos, técnicas, países y escuelas en el apego a cierta artesanía; una reverencia a la tradición que hoy, como la primera vez, se siente oportuna y necesaria.

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