Días sin agua

En la galería Villena se exhibe durante los meses de noviembre y diciembre la exposición Los días del agua, del artista Orlando Montalván Soler, a continuación publicamos las palabras del catálogo de la muestra, a cargo de Cristina Figueroa, especialista del Departamento de Artes Plásticas de Casa de las Américas

Días sin agua

Por Cristina Figueroa

Los días del agua, la exposición personal que  nos presenta Orlando Montalván, parecería ser el cumplimiento de un vaticinio sobre el carácter más sórdido de nuestra sociedad. El título de la muestra se apropia del nombre de la película cubana de 1971 dirigida por Manuel Octavio Gómez y que cuarenta años después aún mantiene su vigencia sobre algunas realidades cuyas soluciones, al igual que el carácter mítico de la película, aún siguen siendo una utopía. Tal parece que nada ha cambiado: degradación humana, ausencias, y misticismo es el universo fatídico que el artista nos exterioriza.

Orlando es un provocador, utiliza los elementos de la cotidianeidad más cruda y desgarradora de nuestra sociedad para desacreditar sus valores, o lo que queda de ellos. En esta ocasión el elemento activador de tales reflexiones es el agua y la forma en que modificamos y nos apropiamos de su sentido inofensivo para transformarlo en una herramienta de resistencia.

A nuestro alrededor, donde quiera que miramos somos agua, incluso tenemos un límite físico marítimo inevitable, el agua es nuestro bien y contradictoriamente nuestro mal: derrumbes, ignominia, resignación. Tal parecería que esos son los códigos de nuestra sociedad contemporánea. El agua y sus diferentes vías de “escape” o de circulación se convierten en los catalizadores de la tragedia de la cotidianeidad. Motores, grifos, cubos e hidrantes son los nuevos instrumentos de dominación social, establecen un estatus, una garantía de supervivencia. Nos enfrentamos a la pérdida de la esperanza, a la resignación del sueño para hacer frente a la realidad, y todo esto sin perder la materialidad del objeto, del soporte contenedor de significados.

Hemos sido educados bajo la impronta de la colectividad, de la “experiencia colectiva”. Ese idealismo cada día se convierte en un logro más remoto, pues el nuevo código social que nos envuelve es la individualidad. Existen espacios de nuestro entorno que han tenido que olvidar por completo el pensamiento en segunda persona para hablar en primera: nuestro motor, nuestro cubo o nuestra ducha son los bienes a proteger. El artista sin proponérselo está haciendo una disección antropológica y sociológica de nuestro entorno y en el camino intentando darnos respuestas ante estos comportamientos que no son más que el reflejo incondicionado de una influencia exterior incontrolable.

Pero no sólo veamos el sentido intrínseco de la obra de Montalván, pues en su proceso de trabajo, el medio, la técnica y la metodología son imprescindibles. ¿Estamos en presencia de grabados instalativos o instalaciones que utilizan el grabado? Orlando se resiste a la pureza del papel y prefiere las arrugas de la matriz. En la obra de Orlando Montalván hay un valor tanto práctico del objeto como simbólico. Despoja la matriz  de su función mediadora para convertirla en un ente autónomo. Las obras, las ideas, son bocetadas pero luego las materializa de forma espontánea, las conforma según el momento, el espacio, la respuesta que reciba de ellas. Este carácter procesual y escurridizo de la obra, la convierte en maleable y dúctil, como el agua. Igual que en la sociedad actual, el artista debe improvisar como estrategia para sobrellevar una situación que se torna incontrolable.

Sus obras en papel podrían identificarse como estudios, bosquejos, un diario de vida, un estudio de la sociedad que luego plasma en el soporte adecuado. La técnica tradicional nos es devuelta camuflada, transformada y subvertida en su rol. Orlando pertenece a una generación que se ha propuesto devolverle al grabado su derecho a liberarse, a infiltrarse y “mestizarse”, no hay nada puro aquí, no hay una técnica pura, no hay un obedecer a las reglas, y eso es precisamente lo que necesita el grabado contemporáneo, una resistencia, un motor de succión e impulso. Los días del agua es ese motor que necesita el grabado para permanecer en su curso correcto: este es un comienzo.

 

 

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