Por Ubail Zamora.
Cuando en la clausura del evento “Rutas y Andares” de este 2013 algunas de las familias se acercaron para agradecer los programas que incluyeron el arte lírico, sentí verdaderamente un inmenso placer.Lograr que personas de distintas generaciones, gustos y nivel cultural coincidieran en ese parecer, me hacía pensar en cuanto se equivocan los que piensan que este es un arte sólo para una escasa “élite”. A esto han contribuido muchas veces nuestros propios medios de difusión que obvian casi todo lo que de ópera o zarzuela se presenta en los pocos espacios que abren sus puertas para ello. Incluso tiñen de comercialidad lo que a veces se transmite en nuestros programas de TV brindando no lo mejor, sino lo que se cree más potable, subvalorando el gusto de un público que puede ser amplio y que ellos mismos ahuyentan cambiando los programas de verdadera trascendencia, como sucede con “Un palco en la ópera” que conduce el maestro Vázquez Millares a horarios que en nada lo benefician.
Es por ello que en los programas de la Oficina del Historiador, y con la amable ayuda del Teatro Lírico Nacional que dirige el maestro Eduardo Díaz, está entre sus proyectos rescatar esos valores para la familia cubana actual llevando de forma didáctica, ya sea en charlas o conciertos, algo de lo que francamente hermoso tiene este arte para hacerlo disfrutable a todos los niveles. Mucho han contribuido las nuevas generaciones de cantantes que se han formado en la escuela de esta institución (y por supuesto, sus maestros) trayendo lo mejor del repertorio nacional e internacional a estos encuentros de Rutas y Andares, casi siempre amparados por la maravillosa plática de especialistas como el propio Vázquez Millares o la musicóloga Miriam Escudero, entre otros. Recorridos que han llevado a nuestro público a conocer cuales fueron los teatros que estrenaban los más famosos títulos de antaño o a descubrir como la ópera y la zarzuela llegaron a la mayor de las Antillas. También a estos noveles intérpretes se han unido voces de experiencia en una mezcla que ha impresionado a no pocos citadinos y que en ocasiones ha hecho pensar a los más jóvenes las posibilidades que tendrían ellos mismos de alguna vez subirse a cantar en un escenario este tipo de piezas.
En un momento en que es difícil asumir grandes producciones para el teatro, este tipo de encuentros ayuda a que se conozca y valore un arte que lleva siglos sumando adeptos y que puede, con la ayuda de todos, seguir cosechando triunfos. La Compañía ha ido ganando algunas plazas para conciertos (la iglesia de Reina o la de Santiago de las Vegas son nuevos escenarios para ellos, con un público entusiasta) pero no son suficientes. Alternativas como las de Rutas… han sido un buen ejemplo al que pueden sumarse otras instituciones y con las que estoy seguro, el Teatro Lírico Nacional colaborará gustoso. Ayudar a rescatar el patrimonio lírico de nuestro país y ese que es parte imprescindible del arte mundial, es también un deber de los que soñamos con un pueblo sinceramente culto.