Por Danislady Mazorra Ruiz. Especialista del Centro Hispanoamericano de Cultura
El pasado viernes 14 de junio, a las 5:00 pm, quedó inaugurada, en el Centro Hispano-Americano de Cultura, la exposición Deverdearte de Alejandra Oliva y Manuel D. Lugo.
Los creadores, estudiantes de cuarto año del ISA pero de diferentes especialidades, ella del proyecto pedagógico de la Cuarta Pragmática y él de la carrera de Restauración, se estrenan como artistas individuales con esta exposición bipersonal. La muestra integra el ciclo de exhibiciones de los discípulos de René Francisco, que por primera vez exponen individualmente y no como grupo.
Deverdearte constituye, pues, una propuesta interesante a priori, por ser un ejemplo de lo que se está produciendo en el arte más joven de nuestro país. Pero, afortunadamente, la exposición es algo más que un prototipo de diagnóstico.
El proyecto curatorial recrea, a gran escala, un jardín artificial que evoca un ambiente natural. Una gran instalación se despliega en todo el espacio de la galería y se adueña por completo de ella. Un césped de verde intenso recubre todo el suelo de la sala, mientras que disímiles objetos, orgánicos e inorgánicos, se levantan sobre él y conforman una gran escenografía que simula un espacio natural. Al entrar a la exposición, cada visitante debe quitarse sus zapatos y quedar, así, con los pies desnudos sobre el césped, conectados táctilmente con el espacio.
La muestra genera varios niveles y directrices de reflexión. En primera instancia, se crea un espacio propicio para la reflexión e introspección intimista, donde se alude a la relación del hombre con la naturaleza y su accionar sobre ella. Pero, a su vez, se juega con las nociones de simulacro y realidad al presentar una conjunción irónica de elementos falsos y sintéticos que imitan un espacio ambiental que no es tal. Los flamencos, copia de los miles que adornan los jardines improvisados de nuestro país, los pétalos de cerámica, los dientes de león de papel, los gusanos de acrílicos sobre troncos que alguna vez estuvieron vivos y el césped sintético, implican una naturaleza que no existe, sino que es fingida pero que por ello no deja de ser impresionante y mística. Acostumbrado a lo aparente, el espectador, descalzado y desinhibido, se sentirá a gusto, cómodo y confortable con esta situación. La paradoja de la exposición, y quizás su mayor logro, se presenta en el anhelo contradictorio de crear un espacio natural con medios artificiales. Evidentemente, cualquier parecido de este fenómeno con lo que ocurre en la actualidad, no es pura coincidencia.
Por otra parte, el enfoque escenográfico de la obra se acoge a la tendencia internacional que enfatiza en lo espectacular y lo sensorial. Si bien las complicadas cuestiones teóricas aún subyacen en el trasfondo conceptual de las piezas, es incuestionable que lo visual, lo impactante y la factura técnica cobran cada vez más un mayor protagonismo. Esta exposición es un ejemplo de ello.
Queda pues, invitado, amigo lector, a visitar una exposición que sin dudas disfrutará con todos sus sentidos y con su intelecto también. Un inmenso jardín espera por usted, para que se relaje, reflexione, se encuentre con su yo más íntimo y también para que piense sobre el efecto de la suplantación, en nuestras vidas, de lo real por lo simulado.
Sin más, lo esperamos.
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