El fotógrafo Alejandro Ávila exhibe en el Palacio de Lombillo su muestra Los Ratrojeros, con curaduría de Rufino del Valle y Ramón Cabrales. Con una serie de imágenes intenta dignificar el trabajo de los rastrojeros (persona que recoge el conjunto de restos de productos que quedan en el terreno tras la cosecha). Se trata de una exposición que valoriza esta labor, deplorable para algunos, y cotidiana para otros. Según el propio artista, ellos transitan grandes distancias a pie o en bicicleta, para acercar al pueblo muchos productos que pueden escasear en ese momento en los mercados. A continuación publicamos las palabras que aparecen en el catálogo de la muestra.
Por Rufino del Valle y Ramón Cabrales (selección de texto)
Desde hace unos años el término Rastrojero se ha incorporado al vocabulario popular del cubano. En Cuba, precisamente en los primeros años del siglo XXI también ha surgido un nuevo “rastrojero”, que aunque tiene en común con el rastrojero argentino el hecho que también se relaciona con la recogida de residuos, surge como un nuevo oficio. En este caso son trabajadores, que, desde muy temprano en la mañana salen a transitar los campos ya rastreados por otros para encontrar (de sorpresa) los residuos dejados por aquellos otros trabajadores. A partir de esta novedosa manera de buscar sustento y trabajo, el joven fotógrafo güireño (de Güira de Melena) Alejandro Avila Garcia ha buscado a estos trabajadores para dejar constancia gráfica de su andar, sí, porque desandan “en busca de caminos que transitar, de finca en finca, atravesando guardarrayas con el fin de conocer lo que en el futuro pueden recolectar. Anécdotas y experiencias confluyen entre si y son reflejadas en la labor que realizan, caminado o en bicicleta, con instrumentos al hombro o en carretillas empujadas por la propia fuerza humana transitan del campo al pueblo día a día”. Alejandro toma las instantáneas por dos motivos fundamentalmente, uno porque utiliza el género documental y desde luego testimonial que dejará para la posteridad esa labor inusual, necesaria y honesta y otro por reivindicar la mala imagen que algunos quieren imprimirles a estos personajes nacidos de la necesidad cotidiana. El fotógrafo nos presenta una impronta positiva al afirmar que todo trabajo honrado es válido. Es cierto que es una labor dura y sucia, dejando una estela de cansancio a su alrededor, ya que el rastrojero transita grandes distancias, generalmente a pie, con un saco al hombro o sobre la carretilla, que le sirve de mostrador. En el mismo, se pueden ofertar desde papas, boniatos y malangas, hasta exquisitas frutas como mangos y plátanos. Según Alejandro “Prácticas como estas hoy son más visibles, cuando en un momento solo se realizaba el rastrojeo por parte de los dueños de las fincas con los trabajadores agrícolas o encargados de los cultivos para recoger los residuos de cosecha, evitando el retoño y posibilitando que quedase la tierra limpia para la siembra posterior de otros cultivos, además de recolectar desperdicios para alimentar animales de corral; hoy en día después que ya se rastrojea por parte del pequeño agricultor, y éste autoriza entrar en sus tierras.El rastrojero acomete la tarea guataca en mano, y caminando campo adentro desentierra cuanta malanga, boniato, etc encuentre en su camino en busca del sustento diario, de él y su familia. Hoy personas de avanzada edad y fuerza joven apuesta por esta labor y lo consideran como trabajo por cuenta propia siendo una oportunidad para ganarse el sustento y dar un aporte a la sociedad”. Alejandro acomete las imágenes de manera directa y sin maniqueo, aportando a la visualidad una manera de convertir lo cotidiano y la dureza de la labor del campo en una enseñanza y educación de que “todo trabajo honesto es válido”.