Por: Katia Cárdenas Jiménez
Isabel Bustos llega a La Habana Vieja recomendada a Eusebio Leal por un poeta. No pidió un teatro para actuar y se fue a la calle, a la plaza, al patio de los museos, danzó en balcones, pozos y escaleras; desmontó el precepto del escenario ideal e hizo vibrar a toda la ciudad. Creo que Leal entendió de inmediato que algo novedoso estaba pasando: hizo caso omiso a los críticos sobre aquella “invasión a los museos” y apoyó el proyecto danzario en su tránsito por las Casas Guayasamín, de México y Simón Bolívar. Un tiempo después, llevaría a Isabel de la mano a conocer en ruinas su futura sede en la calle Amargura, marcada por el verdor de un árbol de carolina.
Yo fui una espectadora de esos momentos iniciales pues asistí, en 1996, al primer Festival de Danza en Paisajes Urbanos: Habana Vieja, Ciudad en Movimiento. Fueron años fundacionales para la obra cultural de la Oficina del Historiador en los que nacieron casas museos, galerías, salas de concierto y eventos artísticos que reconfiguraron el Centro Histórico –ya considerado de altos valores patrimoniales– en un conjunto arquitectónico y urbano habitado por la cultura y la participación. En ese contexto irrumpe Isabel Bustos con la conquista del espacio público, desde un concepto diferente: convierte La Habana Vieja es su escenario, pero también en pretexto para la creación. Su danza no solo dialoga con la arquitectura, sino que hace participar a la gente en el hecho artístico, convoca e involucra.
Con la llegada del Festival se generó un gran movimiento cultural en la zona, primero con los bailarines de su compañía Danza-Teatro Retazos, pero muy pronto con agrupaciones profesionales y de aficionados de toda la Isla, gente de América y también de Europa. Colocó el evento en el Circuito Internacional de Ciudades que Danzan y los ecos de la experiencia creativa de La Habana llegaron a coreógrafos y bailarines de los más diversos estilos y tendencias. Nadie quería perderse la cita, y los críticos tuvieron que dejar de fruncir el entrecejo ante esa danza en la calle que ya se revelaba como un producto cultural auténtico y de múltiples dimensiones.
Isabel se revelaba como una artista completa, no solo porque sus incursiones en la pintura lo confirmaran, sino por su concepto de la escena, el uso de las luces, la selección de la música, y por la capacidad de movilizar a los artistas de las diversas disciplinas en función de un festival de la creación. De su danza callejera nacieron encuentros de fotografía, y el evento DVD Danza Habana que situó el videodanza como una de las principales motivaciones de los participantes de todo el mundo. Su aporte al paisaje de La Habana Vieja, no ha sido meramente visual. Como mujer impetuosa, convocó voluntades para salvar el patrimonio: danzó en las hermosas plazas restauradas, pero también en edificios derruidos que clamaban por ser rescatados. Con su participación protagónica en la restauración, colocó un rostro asertivo y determinante en la historia reciente de la ciudad patrimonio.
Desde sus primeras experiencias callejeras comprendió que su destino estaba estrechamente ligado a la obra comunitaria de la Oficina del Historiador. Sus preocupaciones por el espacio que habita y su gente han sido medulares para el desarrollo de una intensa labor con los grupos en situación de vulnerabilidad en los que ha volcado toda su vocación pedagógica para enseñar con la música y con el gesto. Han sido memorables sus trabajos con niñas y niños, adolescentes, personas mayores, pero también con músicos, artistas visuales y poetas en una suerte de mixtura de la cultura y la transformación social.
Agradezco mucho al amigo Noel Bonilla-Chongo –a quien conocí en esos primeros años de la “danza callejera”– que haya dedicado sus buenos oficios a conformar este texto lírico e inquietante sobre la obra de Isabel. Desde una ecuación de ciudad-espacio-tiempo, Bonilla indaga en la poética de la Bustos sin abandonar su visión de crítico, pero con la suerte de haber sido testigo de una buena parte de su trayectoria creativa. La monografía viaja por los espacios/regiones que le son entrañables a la artista: Ecuador, Chile, Francia, Cuba. De todos arrastra fragmentos, pedazos que conforman un lenguaje propio dentro de la escena cubana a la que ha dedicado años de entrega y devoción. Completan el volumen una serie de testimonios de varios bailarines o promotores que durante treinta y cinco años pasaron por la compañía Retazos y hoy, marcados por la enseñanza de la Maestra, danzan o forman a nuevas generaciones de artistas. Para aquellos que se unieron a la compañía y también para los que vendrán, este libro será una ineludible fuente referencial de la obra de la creadora chileno-ecuatoriana, y también cubana que en 2012 fue galardonada con el Premio Nacional de Danza.
Isabel Bustos: danzándote, Habana es un reconocimiento imprescindible a una de las mujeres más valiosas para la obra de la Oficina del Historiador. Su impronta renovadora ya está cifrada en las piedras de la ciudad, en la creación danzaria cubana, en la formación artística, y en la gente de los barrios. Isabel nos ha dado todo su talento, sus deseos, su pasión; con este gesto editorial tan solo podemos devolverle un poco de ese amor grande que ha dejado en Cuba, y en especial en su Habana Vieja.
Tomado de Cubaescena (prólogo al libro Isabel Bustos: danzándote Habana)