Martí, paradigma del pensamiento libre[1]

A propósito del aniversario 171 del natalicio de José Martí, compartimos algunas reflexiones de Eusebio Leal acerca del Apóstol

Por: Yimel Díaz Malmierca

Durante décadas la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana (OHCH) ha cultivado con afán el interés de reconstruir la ciudad donde siglos atrás habitó el niño y el joven José Martí. Solo ubicándolo en su contexto y circunstancia se puede aquilatar, en justa medida, la dimensión humana de la obra del Apóstol.

Al frente de los apasionados historiadores e investigadores de las más diversas disciplinas que han participado de esa labor estuvo siempre Eusebio Leal, martiano raigal y avezado intérprete de los códigos que definen y movilizan la cubanidad. «Toma un plato maravilloso, tíralo al suelo, y después trata de interpretar los fragmentos. Esto ocurre con la obra de Martí. El que quiera conocer a Martí, tiene que leer a Martí; no se puede tomar permanentemente fragmentos», apuntó en la entrevista que le realizó Magda Resik, directora de Comunicación de la OHCH, en febrero de 2015.

En esa oportunidad, Leal también comentó: «hay que escalar a él por diversos caminos. Me encantan sus versos libres, como a él le gustaban; me encanta su poesía amorosa, me fascinan sus cartas. Agradezco mucho a Juan García Pascual, un gran cubano, que nos haya mostrado, por ejemplo, un epistolario de respuestas de Martí, quiere decir, las cartas que Martí recibió, lo cual retrata un poco ese diálogo interrumpido que, en el epistolario, solamente vemos de él hacia los demás».

«Me interesa mucho el Martí hombre, tal y como lo describe Gonzalo de Quesada. Y tomo unas palabras de Martí que son impresionantes: ‘No bien nace, ya están en pie, junto a su cuna con grandes y fuertes vendas preparadas en las manos, las filosofías, las religiones, las pasiones de los padres, los sistemas políticos. Y lo atan, y lo enfajan; y el hombre es ya, por toda su vida en la tierra, un caballo embridado’».

Con similar pasión, Leal se refiere a doña Leonor y don Mariano. «Nacido de español y de española, nacido pobre, a diferencia de otros Padres de la independencia de Cuba, asombra que su proyección y su discurso no nacieron del rencor; nacieron de un sentimiento de comprensión y hasta de piedad para sus padres.

(…) con la cabeza descubierta te diría que doña Leonor no entendió nunca su vocación política, como otras madres, lo cual lo inclina a pensar siempre en su madre con doloroso y pasivo sufrimiento. (…) el padre lo entendió más (…), siendo militar y español, nunca fue Voluntario, a pesar de la solicitud de sus amigos y de la gente. Todo eso contribuyó a la formación de Martí».

En otra de las entrevistas realizadas por Resik y compiladas recientemente para el libro Hay que creer en Cuba, de Ediciones Boloña y Ocean Sur, Leal reconoció que «La de Martí es la tragedia de una familia pobre. Cuando vamos a la casa de la calle Paula, vemos hoy una joya amorosamente conservada, pulida, blanqueada y no nos imaginamos el drama que se vivió ahí y en otros lugares donde el matrimonio de Mariano y Leonor vivieron con sus muchas hijas y un solo hijo varón. Es la búsqueda de trabajo del padre, y no encuentra —ha pasado ya el tiempo de su desempeño militar—. El padre de Martí no fue voluntario y esto es muy importante destacarlo porque va a explicar un poco esa ética y lucidez intuitiva de un hombre de rudos modales pero que amó entrañablemente a ese hijo en cuya niñez y adolescencia pone sus esperanzas para una juventud futura que venga en ayuda de su familia; repito, pobre, que tiene que pensar diariamente qué va a poner en la mesa. La madre tiene que trabajar, coser y hacer lo que sea para la calle. La esperanza está puesta en un niño que nace en medio de un torbellino político».

Pero esos planes familiares nunca fueron realizados, y Leal lo comprende porque Martí es el «paradigma del pensamiento libre», es «un revolucionario integral para su tiempo y para todos los tiempos. No fue infalible; hay cosas de su pensamiento y su discurso que pertenecen por completo a su tiempo; pero hay otras cosas, que son el nervio vital de esa idea, que es lo que José Lezama definió como el misterio que nos acompaña».

En la formación de ese carácter hay una clara influencia de «las pequeñas escuelitas a las que asiste, hasta que llega finalmente al Colegio San Pablo, de Rafael María de Mendive, en la calle Prado», explicó el Historiador. Ese maestro va a desempeñar un papel importantísimo en la vida de Martí: «No solamente lo va a educar en el sentido más amplio de la palabra, sino que le va a abrir el universo del libro, de la música, del contacto con jóvenes de una generación que estaban muy inquietos con la realidad del país que comenzaban a atisbar. La adolescencia, en este sentido, se apunta como muy temprana para ellos. Allí aparece la figura inseparable de Fermín Valdés Domínguez con su hermano Eusebio; ellos serán compañeros de pupitre de José Martí».

Es en esa etapa escolar cuando estalla la guerra de 1868 en Oriente y Martí escribe para publicaciones como El Diablo Cojuelo, La Patria Libre y El Siboney, textos en los que saluda el levantamiento de Céspedes. Esas letras de cuidada redacción esbozan el periodista que vendría después e «indican el despertar de un sentimiento hacia su patria que lo va a llevar a un enfrentamiento en la casa con el padre, quien, si bien no es voluntario, es español», dice Leal.

Tiempo después llegaron los versos, y dentro de ellos aquellos en los que describe la noche amarga en que la madre sale a buscarlo a la calle: «Es el mes de enero y son los acontecimientos de 1869 en el teatro Villanueva y el saqueo del palacio Aldama, del tiroteo en la acera del Louvre… todo lo cual trae un estado de excepción para la ciudad. Prácticamente se suspenden todas las garantías públicas, toda libertad de expresión, se prohíben todos los periódicos que apunten al separatismo. Cada bodega, bar, restaurante, se convierte en un sitio de confrontación entre jóvenes, voluntarios y oficiales españoles», refiere.

Tales sucesos, de importancia vital en la formación patriótica de Martí y su generación, fueron excelentemente abordados en el filme de Fernando Pérez, José Martí: el ojo del canario, título que nos remite a otra cita de Leal acerca del valor simbólico de esa imagen martiana: «Si la alegría fue esquiva a Martí desde los tiempos más tempranos de su vida; si cuando tuvo un pensamiento de alegría, fue mirando la ingenuidad de ese pájaro nacido por generaciones en cautiverio; si el canario, según una noble leyenda, es un pajarillo de las islas y todavía he podido encontrar en la Orotava a los criadores del canario esencial, que es una especie de gorrión verdón que acompañaba por lo general a todos los hogares canarios; si hay una posibilidad, a partir de ese verso, de suponer que por Leonor, que era canaria, habría en su casa quizás un pajarillo; si vio la inocencia del canto y la belleza de ese canario —yo tengo uno en mi oficina y cerca de mí, en mi casa—, entonces es comprensible que esos rasgos de alegría infantil, adolescente y juvenil se expresasen a través del ojo».

Desde aquel fatídico 19 de mayo de 1895 Martí comenzó a habitar toda la nación, pero su presencia se ha materializado en las huellas, aparentemente mundanas, que él y su familia dejaron en La Habana. En esta urbe se le venera todo el año, pero cada 28 de enero es la oportunidad de verlo renacer en los más jóvenes y también en la obra de la Oficina del Historiador.



[1] Tomadas de entrevista: Eusebio Leal: “Hay que creer en Cuba”, realizada en febrero de 2015 y de entrevista realizada en el año 2010 al Historiador, en ocasión de proyectarse el filme José Martí, el ojo del canario, del realizador Fernando Pérez, en el espacio televisivo Espectador crítico. Ambas contenidas en el libro de Magda Resik, Hay que creer en Cuba, de Ediciones Boloña y Ocean Sur, 2022.

 

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