Por: Yimel Díaz Malmierca
El 10 de octubre de 1968 la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana (OHCH), entonces conducida por Eusebio Leal Spengler, organizó un acto conmemorativo para evocar el centenario del alzamiento liderado por Carlos Manuel de Céspedes que dio inicio a la independencia de Cuba. La ceremonia se ha convertido en tradición y desde entonces, cada 9 de octubre para no restar preeminencia a la que se organiza en Bayamo, se rinde honor al Padre de la Patria.
La ofrenda se realiza al pie de la escultura de la Plaza de Armas que desde el 27 de febrero de 1955 ocupa el pedestal donde antes estuvo Fernando VII. En su momento el reemplazo fue considerado un acto de justicia y un logro de la gestión del primer Historiador de La Habana Emilio Roig de Leuchsenring. Con el tiempo, el lugar ha devenido homenaje perenne al Padre de la Patria y al verdadero espíritu independentista de los cubanos.
La convocatoria a este 9 de octubre tendrá como peculiaridad la presentación de la cuarta edición de Los silencios quebrados de San Lorenzo (Ediciones Boloña, Colección Raíces, 2023), libro imprescindible para los interesados en conocer el pensamiento y la vida del prócer. En busc de detalles acerca del volumen y de su autor, el Programa Cultural decidió entrevistar al apasionado cespediano, poeta, ensayista, crítico de arte, profesor y doctor en Ciencias Históricas Rafael Acosta de Arriba.
El 11 de enero de 2022, cuando fue recibido como Miembro de Número de la Academia de Historia de Cuba, dictó una conferencia en la que describió su andar por casi cuarenta años de investigador como un «recorrido por el camino angustioso de la duda», en el que «los que no podemos desembarazarnos de la curiosidad científica, solemos necesitar luces de orientación».
¿Qué lugar ocupan Carlos Manuel de Céspedes y Eusebio Leal en ese espectro de luces que iluminan su camino?
Carlos Manuel de Céspedes es, de manera indiscutible, una de las figuras más relevantes e importantes de la historia de Cuba. No porque se le considere el Padre de la Patria que, sin dudas, es una altísima denominación en cualquier nación, sino porque su andadura en los primeros años de la Guerra Grande o de los Diez Años, fue decisiva para que la República en Armas se constituyera en un hecho histórico y en el germen de una meta hacia adelante para los cubanos.
Republicano, liberal radical, masón y revolucionario son rasgos de su presencia en la vida nacional que lo definen y enaltecen. Fue determinante en el inicio de la conspiración, en la toma de Bayamo (según Manuel Sanguily el hecho militar más importante de la guerra), en dotar a la revolución de un contenido y proyección que ningún otro de los líderes de aquella gesta hubiera podido hacer como él (quizá con la excepción de Ignacio Agramonte, pero el camagüeyano cayó muy temprano en el combate).
Céspedes se convirtió, al menos en mi percepción, en una figura influyente en su coyuntura histórica y hacia el futuro de la independencia cubana. Cuando se inició la guerra de 1895 muchos de los entonces jefes lo consideraron ejemplo e inspiración. De hecho, en el Programa de Montecristi, José Martí, su relevo, lo expresó claramente.
Comencé mis estudios e investigaciones sobre el bayamés a mediados de la década de los 80 del pasado siglo, llevo inmerso en esas búsquedas casi cuatro décadas. Realicé durante años muchos viajes a Bayamo y Manzanillo, tres visitas a San Lorenzo, entrevistas a algunos de los principales historiadores cubanos de entonces: Julio Le Riverend, Manuel Moreno Fraginals, Jorge Ibarra Cuesta, Panchito Pérez Guzmán, Eusebio Leal, Oscar Loyola y, sobre todo, Hortensia Pichardo, quien se convirtió en una suerte de asesora de mis primeros pasos.
Ellos ayudaron en mi temprana conformación de una idea muy precisa del hombre y sus circunstancias. No puedo dejar de mencionar a Enrique Orlando Lacalle Zauquest y Modesto Tirado, historiadores de Bayamo y Manzanillo, respectivamente, quienes también me concedieron su amistad y sabiduría.
Eusebio Leal fue uno de los grandes cespedistas cubanos, estudió a fondo su figura, se ocupó de transcribir, prologar y publicar el diario que le entregaron expresamente José de la Luz León y Alice Dana. Su charla desbordaba devoción por Céspedes; de hecho, una vez fuimos juntos a Bayamo y a San Lorenzo en plan cespediano.
Eusebio redactó el prólogo de Los silencios quebrados de San Lorenzo (que se mantiene en esta cuarta edición) y siempre animó para que, en cada ocasión, mi libro viera la luz, además de que presentó cada una de las entregas. De las cuatro ediciones, tres son de Ediciones Boloña, o sea, gracias a Eusebio Leal y, ahora, a Magda Resik, quien aceptó de inmediato la propuesta de hacer esta última edición.
Cuando falleció Leal, ese mismo día, publiqué un texto donde plasmé mi infinita admiración por su persona y legado, entonces lo califiqué como el cubano más útil de su tiempo y sigo pensando que lo es. Siento un gran respeto y afecto por el gran restaurador, historiador, conservador y amigo.
¿Cuál considera su mayor aporte al conocimiento de la figura de Carlos Manuel de Céspedes?
El estudio de sus ideas. Lo primero que hice para abordar en serio esta empresa historiográfica fue publicar una biobibliografía del prócer (Biobibliografía de Carlos Manuel de Céspedes, Centro Juan Marinello, 1992), texto en el que, además de un estudio introductorio, expuse los asientos activos y pasivos recogidos en los archivos de todo el país sobre y de Céspedes, 987 en total. Eso me permitió conocer todo lo publicado acerca de su figura y desgranarlo. Había muchos textos de homenaje, de ocasión, y pude encontrar los mejores trabajos, serios y sustanciales, de interpretación de su figura histórica.
Lo hechológico era lo más conocido y estaba concentrado en las seis biografías escritas hasta la fecha, de lo que más se carecía era del análisis de sus ideas. Me concentré en ello y, en 1998, cuando defendí mi primer doctorado, la tesis estuvo basada en el Céspedes republicano, liberal, masón y revolucionario. Después, continué investigando y profundizando esos saberes.
Precisamente, el aspecto ideológico es el que más importa de cara al presente del país, pues para Céspedes el eje axial de la república era el respeto a la ley y eso hoy mantiene su vigencia. En una república que se respete y lo sea de verdad, no hay ninguna persona o entidad que esté fuera o por encima de su constitución y demás leyes.
La última línea de su diario, escrita unos minutos antes de que se batiera a tiros con los soldados españoles que asaltaron su refugio de San Lorenzo, fue acerca de la ignorancia de los diputados que lo depusieron, afirmando que ninguno sabía lo que era la ley. Todo un mensaje embotellado.
Luego de tantos años de ahondar en la vida de Carlos Manuel de Céspedes, ¿Cómo lo imagina?
Lo concibo tal y como lo testimoniaron sus coetáneos, es decir, de mediana o baja estatura, enérgico, de ojos de color gris y mirada penetrante, sanguíneo, de voz clara y grave, a veces con cierta entonación castiza, muy inteligente, culto, de gran carácter. Lo imagino como ese tipo de hombre que genera de inmediato adhesión o rechazo, más lo primero que lo segundo, es decir con gran capacidad de liderazgo.
Lo siento también como un apasionado en todo lo que hacía, ya fuera jugar o divulgar el ajedrez, aprender idiomas (fue políglota), enamorar o conquistar una dama, organizar puestas en escena teatrales, defender a sus clientes en los pleitos de la abogacía, liderar la insurrección, animar la República en Armas.
Pero la imagen que más me rondas la de Céspedes en la cumbre de San Lorenzo (un verdadero nido de águilas), prácticamente solo, cavilando sobre la guerra, sobre el futuro de Cuba y atendiendo a la vez cuestiones más mundanas. Es la imagen que más ronda mi cabeza, el hombre sacando cuentas de sus pérdidas y logros, del estado de la insurrección, de sus deseos de reunirse con esposa e hijos.
¿La figura del Padre de la Patria que habita el imaginario de los cubanos en este siglo XXI le hace justicia al prócer? ¿Qué deudas podría tener Cuba en ese sentido?
Son dos preguntas. Sobre la primera, me temo que la gente no piensa demasiado en Céspedes y lo conoce poco. De hecho, una de las cosas que más me motiva a escribir y publicar sobre él es tratar de cambiar esa situación adversa. El mayor ejemplo de esto lo tuvimos en los días en que se cumplió su bicentenario (abril de 2019). La conmemoración del segundo centenario de su natalicio hubiera pasado sin penas ni glorias o sin la importancia requerida si no hubiera sido por el inspirado discurso de Leal, pronunciado frente a la casa natal del prócer (que afortunadamente pasaron por la televisión al día siguiente); por la decisión de los historiadores de celebrar su congreso en Bayamo en homenaje a la fecha, y por algunos (pocos) textos publicados en la prensa.
Por suerte, en Bayamo, su ciudad natal, ciudad que conozco muy bien y a la que fui asiduamente durante mis años de investigación historiográfica, sí es muy recordada su figura. Me consta. Entonces, creo que las deudas que tiene Cuba con el conocimiento y divulgación de Céspedes son grandes. Se hace necesario alimentar ese imaginario que mencionas.
Te pongo un ejemplo, en el 2019 propuse a la Universidad de La Habana la creación de una Cátedra Honorífica que llevara su nombre para, de alguna manera, centrar las actividades académicas que pudieran elaborarse sobre su vida, obra y legado. Todavía no he recibido respuesta, y pienso que esa acción podría aportar en ese sentido.
¿Cuánto han aportado la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana y especialmente Eusebio Leal, a la memoria del Padre de la Patria?
Mucho, pero mucho. Los actos que en torno al 10 de octubre realizó anualmente Leal al pie de la estatua de Céspedes en la Plaza de Armas fueron, son, un homenaje permanente. Hoy sus colaboradores mantienen la tradición y allí se reúnen gente de pueblo, trabajadores de la OHCH, dirigentes del país, turistas que se acercan a curiosear, en fin, es un acto que guarda una prestancia y una solemnidad que permiten entenderlo como el gran homenaje anual a Céspedes y al 10 de octubre. Eso para comenzar.
Por otra parte, los libros de Ediciones Boloña: El diario perdido, El camino de la desobediencia (de Evelio Traba), Los silencios quebrados… y otras publicaciones como el propio Programa Cultural, denotan ese respeto genuino hacia su figura. Con la OHCH, la memoria de Céspedes está bien guardada. También con la Casa Natal de Céspedes en Bayamo, no debo olvidar mencionarla.
Este 9 de octubre se presentará la cuarta edición de su libro Los silencios quebrados de San Lorenzo. El volumen tiene en su portada fragmentos de un soneto manuscrito por Carlos Manuel de Céspedes, tomado del álbum del intelectual español Miguel Rodríguez Ferrer, joya del patrimonio documental del siglo XIX que atesora el Archivo Histórico de la OHCH. ¿Por qué decidieron usar esa imagen? ¿Qué otras novedades presenta la edición?
Buscaba una imagen para la cubierta y no quería que fuese el usual rostro del prócer, empleado en otras ediciones. La idea de utilizar esa imagen corresponde a Natacha Moreira Lino, especialista del Archivo Histórico de la OHCH, y a Gretel Ruiz-Calderón, la diseñadora del libro, que la materializó. La joven editora Celín González dio su anuencia a la idea y me la presentó como una variante de cubierta que a mí me gustó de inmediato por dos razones: una, porque es una imagen de la floresta o manigua cubana, escenario donde se desarrolló la parte más importante de la vida de Céspedes; y segundo, porque relaciona al libertador con Miguel Rodríguez Ferrer, un académico español que llegó a Cuba en 1843 y realizó un trabajo extraordinario de conocimiento antropológico del país.
Rodríguez Ferrer fue protagonista de las primeras acciones arqueológicas en la Isla, un investigador que trabajó con intensidad con los restos de la presencia y vida de los amerindios y que dejó escrito un libro fundamental sobre la Isla (Naturaleza y civilización de la grandiosa Isla de Cuba). En su frecuente itinerar hizo muchos amigos, Céspedes entre ellos. El soneto del cual aparece un fragmento en la cubierta evidencia que las ideas libertarias en Céspedes eran de vieja data, pues está fechado en 1847, en Bayamo, o sea, cuando su autor tenía solo 28 años de edad (Rodríguez Ferrer era cuatro años mayor). Céspedes lo dedicó a su amigo español y este lo conservó entre sus papeles y recuerdos más preciados de su estancia en Cuba. Gracias a Fernando Cavada y París, conde De la Vega del Pozo, el álbum de Rodríguez Ferrer fue donado a la Oficina del Historiador. Por algunos pasajes de las cartas cespedianas cabe suponer que ambos sostuvieron conversaciones sobre los primeros pobladores del archipiélago cubano, pues Céspedes denota en ellos un conocimiento claro acerca de los mismos.
La otra novedad de la cuarta edición es que está corregida, o sea, posee una revisión de algunos textos, sin modificarlos en su esencia, pues hay trabajos que tienen más de tres décadas de haber sido escritos (el más añejo es de 1991) y he mantenido su espíritu, pero rectificando alguna oración o expresión, algún adjetivo.
Lo fundamental está en que la presente edición contiene nueve trabajos que no están en la anterior, textos que son más elaborados y mesurados en tanto mi visión y conocimiento del hombre; sus ideas y su contexto han madurado con el tiempo.
Quizá esta sea la última edición, no porque deje de investigar y escribir sobre Céspedes, eso no ocurrirá nunca, sino porque creo que es hora de abordar un viejo proyecto: la biografía del patriota. No dejo de reflexionar sobre este hombre y su agitada existencia. Por ejemplo, trabajo actualmente en una investigación sobre las supuestas relaciones de amistad entre Céspedes y Juan Prim (el general y caudillo español), sobre las que hay una gran duda entre los historiadores. He ido hasta la raíz de esa relación, si es que existió realmente, y deseo puntualizar el tema: ¿Se conocieron? ¿Fueron o no amigos? ¿Hubo inteligencia entre ellos al comienzo de la guerra de 1868? Como puedes ver, hay tela por donde cortar.