Por: Yimel Díaz Malmierca
El 17 de diciembre de 1982 la Conferencia General de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) certificó la inclusión del Centro Histórico de la Ciudad de La Habana y su sistema de fortificaciones en la Lista del Patrimonio Mundial. Entre las personas comprometidas con todo lo que desde entonces ha sucedido aquí destaca la doctora Patricia Rodríguez, graduada de arquitectura en el Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría y directora fundadora del Plan Maestro de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana (OHCH).
¿Qué antecedentes existen de ese hecho? ¿Cuáles fueron los pasos previos? ¿Qué figuras participaron en ese proceso de manera directa?
La Convención para la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural fue adoptada por la 27 reunión de la Unesco, en París, el 16 de noviembre de 1972. Ella define elementos vinculados a la vulnerabilidad que pueden padecer bienes culturales de alta significación para la comprensión del desarrollo de la humanidad.
Después de primer momento, ocurren una serie de nominaciones. En el caso de los centros históricos, que es una de las tantas clasificaciones evaluadas, las primeras declaratorias se realizan en 1978 y fueron las ciudades de Quito y Cracovia. Le siguen Antigua, en Guatemala; Ouro Preto, Brasil; y en 1982, Olinda y La Habana Vieja.
Como antecedentes nacionales podemos mencionar que se trabajó en dos vías. Una avanzó promovida por el Ministerio de Cultura, que desde su creación en 1976 se mantuvo apegado a las convenciones internacionales sobre estos temas, prueba de ello es la promulgación, de las leyes 1 (Protección del Patrimonio Cultural de Cuba) y 2 (de Monumentos Nacionales y Locales). Al año siguiente ya se estaban declarando como Monumentos Nacionales los centros históricos de las Siete Primeras Villas, así como otros espacios.
En 1978, mientras se declaraba el centro histórico de Quito como Patrimonio de la Humanidad, La Habana Vieja y su sistema de fortificaciones militares era considerado Monumento Nacional. En 1981 el Estado cubano decide preparar la candidatura para patrimonio mundial que, impulsada por la doctora Martha Arjona, es presentada en diciembre del mismo año al Comité Internacional de la Unesco, por la doctora Vicentina Antuña, presidenta de la Comisión Cubana de la Unesco.
El expediente, altamente valorado por el ICOMOS, fue elaborado a partir de investigaciones realizadas por los arquitectos Nelson Melero y los ya fallecidos Enrique Capablanca y Charles Dunn, tutorados por el doctor Daniel Taboada, quienes desarrollaron un estudio pormenorizado de los valores del Centro Histórico.
En paralelo, la Oficina del Historiador, liderada por el entonces muy joven Eusebio Leal, había comenzado a dar los primeros pasos en el camino de la recuperación del Centro Histórico. Leal había sido nombrado director de la Oficina y del Museo de la Ciudad en diciembre de 1971 por una resolución (# 450) de la Administración Metropolitana de La Habana, que reconocía retroactivamente el trabajo de restauración que había iniciado allí en 1967, año en que el palacio de los Capitanes Generales dejó de ser la sede del Gobierno de la Ciudad.
Desde entonces había comenzado a organizar conferencias y recorridos en los llevaba piezas museables a centros de trabajo comunidades campesinas, iniciativa que ha marcado la gestión del patrimonio histórico-cultural hasta nuestros días y que está signada por esa cultura que sale de sus fronteras habituales para buscar al ciudadano.
En 1981 el primer plan quinquenal de restauración y dejó claro que a los valores propios del sitio histórico se sumaba la voluntad del Estado de poner recursos en favor de esa actividad. Eso fue esencial para incluir a La Habana Vieja y su sistema de fortificaciones en la lista del Patrimonio Mundial.
¿Qué ha hecho Cuba para honrar ese título? Si tuviera que pensar en hitos a lo largo de estos 40 años, ¿qué proyectos u obras mencionarías?
Cuba ha hecho un esfuerzo extraordinario. Luego de la Declaratoria se dio continuidad a los planes quinquenales y se salvaron inmuebles cuyo estado técnico constructivo era bastante crítico. Desde el principio se definió la estrategia de concentrar los recursos en la recuperación de espacios públicos importantes. En esos primeros años se trabajó en la Plaza de Armas, recuperando al inicio de la calle Obispo pequeños establecimientos que prestaban servicios tradicionales; también se recuperaron inmuebles valiosos en los ejes de Mercaderes Oficios, y se fueron conectando con la Plaza Vieja y la de San Francisco. Posteriormente, en los años 90, con la caída del campo socialista, Cuba se adentró en una profunda crisis económica y el proceso de restauración se vio frenado.
La vida confirmó entonces que, si no eres creativo, pereces. Fue entonces cuando dimos el salto cuantitativo y cualitativo del decreto ley 143, promulgado en octubre de 1993, resultado de una idea de Eusebio Leal y Fidel Castro para dar continuidad a la obra restauradora. Esa legislación es un parteaguas de cómo se gestionaba la recuperación en el Centro Histórico y cómo comienza un enfoque hacia el desarrollo integral del territorio.
Esta ordenanza es la primera que se pronuncia sobre la organización que va a liderar el proceso y no sobre el territorio en sí. Concede atribuciones y competencias muy específicas a la OHCH que permiten desarrollar una labor innovadora en la que sobresale la descentralización articulada. Se actúa localmente, pero subordinado, en primera instancia, al Consejo de Estado, y posteriormente al Consejo de Ministros. Eso facilita la aplicación inmediata de políticas de carácter nacional, así como decisiones aprobadas en momentos tan delicados como el Período Especial.
Otro asunto importante es que la recuperación del patrimonio dejó de verse como gasto y comenzó a entenderse como inversión, cambio fundamental para todo lo que sucedió después. El presupuesto del Estado continuó financiando el proceso restaurador, también hubo créditos de la banca cubana, pero se crearon mecanismos para autofinanciarnos. Y si en la época de los quinquenios se podían hacer 4 o 5 obras al año, con la nueva legislación era posible asumir más de cien anuales.
El impacto alcanzó la calidad de vida de los habitantes y de quienes usan el territorio, pues se reactivó la programación sociocultural y económica, se perfeccionaron mecanismos institucionales, y se empezaron a tener en cuenta los temas ambientales.
Hemos vivido un proceso que ha madurado a lo largo del tiempo. De una visión patrimonialista, de restauración de edificios y espacios públicos, fuimos transitando hacia otra de marcada connotación cultural. En el tema de la vivienda alcanzamos una perspectiva integradora y abarcadora que propicia un desarrollo integral, multidimensional.
Sin la fundación de la Escuela Taller hubiera sido prácticamente imposible la restauración, pues algunos oficios estaban prácticamente extinguidos y comenzó a gestarse un importante movimiento desde el sistema de museos y casas museos fundados bajo la administración de la Dirección de Patrimonio Cultural a la par, se potencia también un trabajo social comunitario interesantísimo con los adultos mayores y los niños.
La dinámica de descentralización que impone el decreto ley 143 crea la necesidad de organización que planifique y organice el desarrollo integral. Con esas funciones nace el Plan Maestro. Coherente con la estrategia nacional de incentivar el turismo, se crea una base de producción económica basada en ese sector. Se conformó un sistema de hospedaje administrado entonces por Habaguanex que incluye hoteles (Santa Isabel, Ambos Mundos y Florida) y palacetes convertidos en hostales especializados (Habano, Beltrán de Santa Cruz, entre otros).
Hay también una marcada intención sobre la calle Obispo, se completa su peatonalización y se reabren tiendas y lugares gastronómicos. Otras edificaciones restauradas renacen con un destino social, destacan el Centro de Rehabilitación Integral Pediátrico Senén Casas Regueiro, para niños con parálisis cerebral infantil; el antiguo convento Nuestra Señora de Belén, destinado a la tercera edad; el hogar materno infantil Doña Leonor Pérez; así como inmuebles convertidos en centros educativos para descongestionar los que ya teníamos, como el Colegio Salvador y la escuela primaria Ángela Landa, ubicada en la Plaza Vieja.
El trabajo de restauración de esta última nos condujo a un hecho innovador. Con el propósito de alejar a los niños del ruido y el polvo que generaba aquella obra, los reubicamos temporalmente en la Casa Simón Bolívar; así surgen las Aulas Museos, que se integraron al proceso docente educativo local como actividad permanente.
Como ves, todo se va entrelazando en relaciones económicas culturales y sociales, encaminadas a fomentar el respeto al medio ambiente y la convivencia armoniosa.
El proyecto Rutas y Andares surge como oferta de verano para las familias y se crean nuevas instituciones y organizaciones como el Centro A+ Espacios Adolescentes y Habana Espacios Creativos, incubadoras de pequeños emprendimientos relacionados con las economías creativas que hablan de esa nueva estructura económica gestada en el territorio para atender las industrias culturales.
De la restauración de edificaciones en esta etapa sobresale el Palacio del Segundo Cabo, convertido en centro para Reinterpretación de las Relaciones Culturales entre Cuba y Europa. Es la puesta en escena de una propuesta museográfica novedosa, que incorpora la interactividad a partir de la tecnología digital.
De la celebración por los 500 años de San Cristóbal de La Habana quedaron muchos inmuebles restaurados, como es el caso del Capitolio Nacional, que ha sido la obra más compleja debido al tamaño de la edificación, la envergadura de los daños que tenía el inmueble, la altura a la que había que trabajar y la diversidad de escalas del proceso de restauración, pues incluía el edificio mismo, las esculturas interiores y exteriores, las lámparas, todas las piezas museables. Además, le devolvimos su funcionalidad como sede del cuerpo legislativo del país y del Consejo de Estado. Como dijera Leal, restaurar el Capitolio fue ponerle una corina a La Habana.
Hay otras dos obras que también podrían ser hitos: el castillo de Atarés y la Quinta de los Molinos que no está en la lista de inmuebles considerados Patrimonio Mundial, pero pertenece al espíritu de la época; fue casa de verano de los Capitanes Generales, residencia del Generalísimo Máximo Gómez, y ahora es epicentro del trabajo medioambiental de la OHCH, como el Convento de Belén lo es para el trabajo social y comunitario.
No podemos dejar de mencionar la cooperación internacional cuyo primer referente podría ser el comunicado a la comunidad mundial presentado el 19 de julio de 1983 por el doctor Amadou-Mahtar M`Bow, quien fuera director general de la Unesco entre 1974 y 1987. El propósito era recabar fondos para la restauración de la Plaza Vieja y sus alrededores.
En 1998, con el apoyo del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), se creó el Programa de Desarrollo Humano Local (PDHL) que funcionó como un marco de referencia programático, de gestión y operacional para articular la cooperación internacional con los procesos y estrategias de desarrollo local, hoy transformado en la plataforma PADIT, en línea con los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Hasta ese momento sosteníamos una cooperación más bien bilateral, con universidades y centros especializados españoles e italianos, el gran salto se da con el PDHL que se abre hacia lo social, económico, e institucional.
Entre los aportes de la OHCH figura el llamado Acuerdo de La Habana, compendio teórico y práctico de criterios colectados durante una década de Encuentros Internacionales sobre Manejo y Gestión de Centros Históricos ¿Cuál es el mensaje a otras ciudades de Cuba?
El Acuerdo de La Habana sintetiza lo que hoy denominamos Escuela Cubana para la Gestión del Desarrollo Integral de la Ciudad Patrimonial. Hemos hecho ciencia desde la práctica y contamos con una metodología que nos garantiza integralidad en los planes de restauración de espacios de valor patrimonial.
La inteligencia expuesta en los eventos que inicialmente se llamaron Manejo y Gestión de Centros Históricos y que desde hace unos años escalamos a Encuentro Internacional sobre Gestión de Ciudades Patrimoniales, ha contribuido a la construcción de un corpus conceptual que sistematiza experiencias y cuenta con una guía para implementar planes integrales de desarrollo.
La metodología se articula con programas y políticas de carácter nacional y ha sido aplicada, por ejemplo, al Plan perspectivo de desarrollo de la bahía de La Habana, y al de Desarrollo Integral para el Centro Histórico hasta el año 2030. Se constituyó además la Estrategia de Manejo Medioambiental del Centro Histórico y el Malecón Tradicional, actualmente en fase de actualización.
La Escuela Cubana para la Gestión del Desarrollo Integral de la Ciudad Patrimonial es un legado de Eusebio Leal. En ella se combinan los tres pilares tradicionales del desarrollo sostenible: económico, social y medioambiental, a los que nosotros añadimos la dimensión institucional y cultural, pues pareciera un sinsentido que hablemos de centros históricos y lugares patrimoniales sin tener en cuenta a la cultura, aunque internacionalmente no se comprenda así.
Prueba de ello es que ninguno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), consensuados por la comunidad internacional, está específicamente dedicado a ella y al rol que juega en el desarrollo humano.
Nos corresponde escalar ese legado de Leal y crear un sistema de formación de carácter nacional e internacional que podría tener como referentes la Escuela Taller, la Facultad Universitaria y el Centro de Capacitación y Formación Profesional que funcionará en el Convento de Santa Clara cuando termine la restauración del inmueble. De esa manera, el Centro Histórico devendría un gran campus universitario.
En los últimos años la estructura de la OHCH ha cambiado. Corren tiempos de crisis económica y Eusebio Leal falta físicamente. ¿Cómo garantizar la vitalidad y el compromiso hacia el futuro?
Tenemos Maestro, escuela y discípulos, así que la vitalidad y el compromiso están garantizados. La Oficina posee además una inercia propia y capacidad resiliente demostrada desde la época del doctor Emilio Roig de Leuchsenring. La continuidad se expresa además en cómo hemos rebasado los límites de la “zona priorizada para la conservación” y en toda esta conceptualización acerca del desarrollo integral que ha trascendido y ha permitido fundar una Red de Oficinas del Historiador y el Conservador de las Ciudades Patrimoniales de Cuba donde trabajamos a partir de presupuestos conceptuales similares. Todo esto ha sido un proceso in crescendo, de perfeccionamiento y reconocimiento institucional que, cuarenta continúa.