Por: Lic. Yamira Rodríguez Marcano, historiadora de la empresa Restaura, de la OHCH
En esta edición de Rutas y Andares 2022, el Andar la Arquitectura se propuso revisitar edificios y espacios públicos que en su conjunto visibilizan la gesta restauradora liderada por la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana desde la década de los ochenta hasta el presente. Su contenido lleva implícito el decir y hacer de cuatro décadas en aras de salvaguardar el patrimonio en su acepción más amplia.
Lo primero en explicar es cómo la necesidad de proteger los monumentos coloniales está presente desde una temprana República, en que intelectuales consolidados en ramas como la arquitectura y la historia, se preocuparon por el destino de esos monumentos devenidos memoria de la nación. Así, unieron su pensamiento y acción personalidades como Joaquín Weiss, José M. Bens Arrate, Luis Bay Sevilla, Pedro Martínez Inclán y Emilio Roig de Leuchsenring, por solo citar ejemplos destacados.
Como resultante de esa identificación con el tema, y una conciencia avanzada en el cuidado del patrimonio, nació, en 1938, la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, institución pública y organismo autónomo municipal que, bajo el liderazgo de Roig, se convirtió en la entidad precursora en la defensa de los valores de la ciudad antigua. A ella se sumaron la Comisión de Monumentos, Edificios y Lugares Históricos y Artísticos Habaneros; el proyecto de Ley de los Monumentos Históricos, Arquitectónicos y Arqueológicos, de 1939, y la Junta Nacional de Etnología y Arqueología.
Fruto de aquel esfuerzo inicial por la permanencia de las construcciones históricas, fue salvar de la demolición, al menos, la iglesia de San Francisco de Paula –transformada a la sazón en almacén de los Ferrocarriles Unidos– y convertir en museo la casa natal de José Martí. Lamentablemente, el conjunto de la iglesia y convento de Santo Domingo no corrió con igual suerte –a pesar de todas las campañas promovidas.
Paralelo a esta meritoria labor por la conservación del patrimonio construido, se realizaron otras acciones encaminadas a la preservación del acervo documental de la capital y otros sitios cubanos, al rescate de tradiciones y fiestas populares, y a restituir los nombres antiguos de las calles de La Habana Vieja.
Con el triunfo de la Revolución en 1959, el reconocimiento de este trabajo se hizo oficial, especialmente, el de la Oficina del Historiador, guiada por el querido “Emilito” hasta su deceso en 1964. Pero la continuidad de su precepto estaba asegurada en las manos del joven y discípulo Eusebio Leal Spengler quien, además, junto a otros trabajadores de la Oficina, se encargó de acopiar información histórica y técnica de su sede, el antiguo Palacio de los Capitanes Generales. Finalmente, fue restaurado en 1967 para ser el Museo de la Ciudad, albergando la historia de La Habana y de Cuba en valiosas piezas e importantes documentos.
Hay que destacar en la presentación de estos andares que en 1977 fueron aprobadas la Ley No. 1 de Protección al Patrimonio Cultural y la Ley No. 2 Ley de los Monumentos Nacionales y Locales, sucesoras de aquellas pioneras nacidas décadas antes. Asimismo, surgieron la Comisión Nacional de Monumentos y las comisiones provinciales, mientras se le confió al Ministerio de Cultura la competencia para declarar los bienes que constituyen parte del Patrimonio Cultural de la Nación.
Y ya más próximo a la fecha comprendida en el primer recorrido del Andar la Arquitectura —Inicio de la gesta restauradora: los años 80, del jueves 4 de agosto— debemos mencionar la declaratoria del Centro Histórico de La Habana Monumento Nacional, decisión tomada por la Comisión Nacional de Monumentos en 1978. Este hecho condicionó la aprobación, en 1981, del Primer Plan Quinquenal de Restauración de La Habana Vieja. La Oficina del Historiador de la Ciudad fue designada para guiar este proceso, en el que quedaban incluidas alrededor de treinta edificaciones ubicadas en el entorno de las plazas principales y los ejes que las conectan.
En 1982, durante la Sexta Reunión del Comité Intergubernamental de la Convención del Patrimonio Mundial, se acordó declarar, a La Habana Vieja y su sistema de fortificaciones coloniales, Patrimonio Cultural de la Humanidad. Ello supuso un reto mayor para la obra de rehabilitación comenzada un año antes, la cual recibió el apoyo moral de múltiples instituciones nacionales e internacionales.
Muchos recordarán, cómo a partir de esa fecha, tramos de las calles Tacón, Obispo, Mercaderes, Obrapía y Oficios, cercanos a las plazas de Armas y de San Francisco, comenzaron a cambiar de imagen y sus edificios a ser refuncionalizados para brindar servicios y actividades culturales. En 1987 se funda el Gabinete de Arqueología, cuya labor ha sido esencial en la obra de rehabilitación llevada a cabo en la parte más antigua de la ciudad e incluso fuera de ella.
De esta época resultan inolvidables las “casas” del agua, de la natilla o del té. Los nuevos espacios abiertos destinados a la cultura de México, los países árabes, asiáticos o africanos, que se convirtieron en una oportunidad para el aprendizaje y el divertimento, así como la Plaza de la Catedral, que devino sitio obligado en ese andar por la ciudad. Fuera del Centro Histórico se intervinieron las fortalezas de los Tres Reyes del Morro y de San Carlos de la Cabaña, ahora a disposición de un público ávido de conocer sus laberintos y misterios.
La inscripción del Centro Histórico de la Habana Vieja y sus fortificaciones en la Lista del Patrimonio Mundial significó, además de un compromiso ante el mundo y las nuevas generaciones, concebir un programa que permitiera aumentar el número de inmuebles rescatados, al tiempo que se desarrollaran acciones con un mayor alcance social, económico y hasta medioambiental; siempre teniendo a la cultura como eje vertebrador de este proceso.
En los años noventa, el impacto del llamado “período especial”, solo pudo ser revertido con el apoyo gubernamental para seguir adelante con la gesta restauradora. De modo que, la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana fue privilegiada con un fuero legal que le permitiría implementar un nuevo modelo de gestión, más integral y sostenible: el Decreto-Ley 143, de 1993.
Esta legislación constituyó un parte aguas en el plan a seguir para salvar la ciudad y su gente, proceso que demostró, con el tiempo y los resultados, su vocación de desarrollo humano. En consecuencia, no solo se aumentó el número de obras abiertas, sino que se amplió y diversificó el volumen y carácter de los beneficiarios del proyecto. De ahí que, el segundo Andar la Arquitectura —La grandeza del Decreto Ley 143: los años 1990—, del próximo jueves 11 de agosto, recogiera el período comprendido entre 1994 hasta inicios de los años 2000, caracterizado por esa diversidad de inmuebles recuperados para usos sociales, culturales, educativos, recreativos; también aquellos vinculados a la salud y el turismo.
Los reconocimientos a La Habana Vieja como Zona Priorizada para la Conservación (1993) y Zona de Alta Significación para el Turismo (1995) fueron imprescindibles para avanzar en la gestión territorial y la rehabilitación del patrimonio, extendiéndose esta a los sistemas de plazas y plazuelas, calles interiores y bordes; edificios de alto valor patrimonial y viviendas sociales.
Los años de 1990 fueron fructíferos en cuanto a la práctica de novedosos instrumentos de manejo local, concernientes a la planificación y el control urbanos, y el financiamiento de un proyecto ambicioso por lo integral y multidimensional de su esencia.
No puede olvidarse entonces mencionar la fundación en 1992 de la Escuela Taller “Gaspar Melchor de Jovellanos” y en 1994 del Plan Maestro, ambas entidades vitales para echar a andar un programa desde “el desafío de una utopía”. De igual manera, hay un crecimiento profesional y numérico en las entidades encargadas de llevar los proyectos, la inversión y la ejecución de las obras.
Los 2000 fueron herederos de este impulso llegando, incluso, a otras zonas fuera del Centro Histórico. Y el público ha de rememorar, por ejemplo, los Andares Por el Cementerio Cristóbal Colón hasta donde la Oficina del Historiador extendió su mano. Especial mirada se puso al patrimonio industrial con la reconversión del puerto viejo, como también al empleo de las nuevas tecnologías, aspirando a presentar museografías con diseños contemporáneos y atractivos como el del Palacio del Segundo Cabo. Estas razones nos llevaron a concebir Andares que nos permitieran mostrar la cómo se han actualizado esos proyectos: La intervención arquitectónica y urbana ; los años 2000 y el presente (previsto para este jueves 18 de agosto; y Andar el patrimonio industrial, previsto para el venidero 25 de agosto).
De un Plan de Acción en 1983, hemos pasado a un Plan Especial de Desarrollo Integral (PEDI 2030), elaborado a partir de un ejercicio de consulta pública y de concertación institucional iniciada en 2011 con la presentación del mismo a modo de Avance. El PEDI, como expresa el propio documento, es un instrumento de planificación de nuevo tipo que recoge el conjunto de herramientas fundamentales para sistematizar el ordenamiento territorial y urbano y el desarrollo integral del Centro Histórico.
Con este derrotero, en cuatro recorridos, cada jueves de agosto, las familias pueden confirmar que entre 1990 y 2020 se ha recuperado más de un tercio del territorio que comprende tanto edificaciones como espacios públicos en sus 2.14 km², y que, por sus aportes a la arquitectura, el urbanismo, la sociedad y el medio ambiente, la obra de rehabilitación del Centro Histórico de La Habana ha sido premiada y reconocida dentro y fuera de Cuba.
Pero la mayor gratitud es la recibida de los ciudadanos residentes en el territorio y junto a ella, la admiración de todo un país. “La obra de Leal y su equipo”, como muchos la llaman, catalogada como “una experiencia singular”, ha sido inspiración y modelo para el trabajo en ese sentido de otras ciudades patrimoniales de la Isla, las cuales, desde 2008, trabajan en red.
A cuarenta años de la inscripción de La Habana y su sistema de fortificaciones en la Lista del Patrimonio Mundial, se torna mayor el compromiso de la palabra y la acción para preservar lo que ha sido proclamado un Bien Cultural. Trabajar debe ser la divisa, acompañada de esta máxima predicada por el doctor Eusebio Leal: “Cuando conservamos el patrimonio estamos salvando la memoria de nuestros pueblos”.