La impronta de la arquitectura cubana en la obra Amelia Peláez

 

Amelia Peláez se erige con su pincel vanguardista como la máxima expresión femenina de la plástica modernista en la primera mitad del siglo XX en Cuba. En enero de 1968, tres meses antes de fallecer, recibió la Orden Nacional 30 Años dedicados al Arte. Los rasgos de sus obras plásticas y cerámicas son reconocibles para cualquiera, caracterizada por su cubanía e identidad única, donde los elementos de nuestra arquitectura colonial: rejas, vitrales y portales, se convirtieron en parte esencial de la misma.

Reconociendo el papel de la mujer cubana en las artes y su influencia en la arquitectura y urbanismo, en este Andar diferente La Casa de las Tejas Verde les propone un recorrido por la obra de Amelia Peláez, quien afirmó sobre su obra:

“No me interesa copiar el objeto. A veces me pregunto para qué pintar naranjas de un verismo exterior. Lo que importa es la realización del motivo, con nuestra personalidad, y el poder que tiene el artista de organizar sus emociones. Esa es la razón por la cual rompí deliberadamente con las apariencias. Una de las grandes adquisiciones de los artistas de hoy es haber encontrado la expresión por el color.

La obra de Amelia Peláez del Casal (Yaguajay, 5 de enero de 1896, – La Habana, 8 de abril de 1968), ha dejado una impronta en la arquitectura cubana, y es que esta artista se apropió de lo cotidiano para encontrar la inspiración artística. En sus obras reflejó elementos de la arquitectura tradicional cubana: vitrales, columnas, rejas, mamparas, cenefas; e incluso elementos naturales como las flores, los peces o las frutas.

La artista nacida en la provincia Villa Clara, nos legó una amplia obra en distintos soportes, con disímiles técnicas y estilos, entre los que destacan el cubismo, la abstracción geométrica y el surrealismo. Llegó a La Habana con 19 años y matriculó en la Academia San Alejandro, convirtiéndose en discípula del pintor Leopoldo Romañach y en pocos años se erigió como en una de las mejores creadoras d

e artes plásticas en Latinoamérica y el Caribe. Sus estudios en Nueva York y París le permitieron forjarse los medios técnicos necesarios para expandir su visión del arte, latentes aún en las raíces de la plástica moderna cubana. Su vínculo con la modernidad y el cubismo europeo hacen que su obra, ante todo, sea ecléctica, y no es hasta su retorno a Cuba, que se puede hablar de un estilo sólido y único en su arte.

Los colores vibrantes de la obra de Amelia, así como las líneas gruesas que utiliza, se inspiran en la arquitectura colonial española, a la que integra objetos domésticos con decoraciones arquitectónicas.

Amelia Peláez puso su mirada en los detalles, tomó esas pequeñas cosas que los artistas clásicos dejaban al borde de las grandes obras y las ubicó en el centro de su arte, obligando al público a reparar en ellas, a descubrir lo cubano desde otra perspectiva y a reflexionar sobre la importancia del legado cultural y el respeto a lo tradicional.

Nadie como Amelia ha sabido atrapar con su estilo único y personal, los arabescos simétricos de la arquitectura colonial cubana, las estiradas columnas que señorean en los portales, el vitral de medio punto donde confabulan los colores del trópico, o las rejas que parecen saltar de los balcones hacia la vista de quienes se detienen en su sensual regodeo metálico; y los enlaza con el signo de un pez, una flor, fruta o un ser imperceptiblemente humano.

Es en 1936 cuando la artista comienza a introducir elementos típicos de la arquitectura en sus pinturas. A principios de los 50 emprende los trabajos de cerámica en un taller experimental, dirigido por el doctor Juan Miguel Rodríguez de la Cruz, un médico que había instalado una fábrica-estudio en la periferia de La Habana, en Santiago de las Vegas. En 1956 funda su propio taller de cerámica al que llamó “Cerámicas cubanas”.

Sus obras se manifestaban desde pequeñas vasijas y recipientes de arcilla, hasta una prolífica producción a escala ambiental de placas y losas destinadas esencialmente a la construcción de enormes murales en edificios públicos.

 

Uno de sus primeros murales lo realiza en la Capilla del Hogar Salesiano, actualmente biblioteca del politécnico Pedro María, en Santa Clara.

Podría decirse que la pintura de murales es la parte de su obra más popularmente conocida, y es que quién no ha pasado por 23 y L y ha admirado su mural cerámico Frutas Cubanas. Esta enorme obra es una impresionante naturaleza muerta que representa frutas autóctonas con una variada gama de tonos azules. El majestuoso mural mide 69 metros de largo por 10 de alto y fue confeccionado en Italia. A los 14 meses de ser inaugurado el Hotel Habana Hilton, el mural debió ser retirado ya que el material adhesivo careció de fuerza para soportar su gran peso, provocando desprendimientos de algunos paños de cerámica.

En el año 1996 el hotel Habana Libre pasó a ser administrado por el Grupo Hotelero Gran Caribe, y se produjo una administración mixta con España a través del Grupo Guitar Hotels, por lo que entre los años 1996 y 1997 sufrió una importante renovación. El 22 de diciembre de 1997 se inauguró una réplica del mural “Frutas Cubanas” luego de décadas de ausencia y gracias a meses de trabajo de especialistas cubanos (del Centro de Diseño Ambiental) y mexicanos, quienes rescataron la obra conformada por seis millones setecientas mil pequeñas piedras de pasta de vidrio, que combinan ocho tonos de azul, además del blanco, negro y gris.

El mural destaca por una visualidad que alude a varios elementos relacionados con el concepto de la identidad que fue desarrollando la artista a lo largo de su carrera: la luminosidad insular, la recreación simbólica de los frutos y la vegetación tropicales, y la asimilación formal de los ornamentos domésticos de uso común en la ciudad cubana.

Es así que una lectura de Las frutas cubanas puede llevarnos a la captación de una representación metafórica de la naturaleza más cercana a su experiencia, pero también a entender la fusión de esas vivencias con el legado de rejas, vitrales, cenefas y celosías, habituales en la arquitectura residencial predominante durante las últimas décadas de la etapa colonial hasta las iniciales de la República.

Otro de sus murales más sobresalientes es el de 65 pies de cerámica realizado en el edificio del Tribunal de Cuentas, en la antigua Plaza Cívica (actualmente Plaza de la Revolución José Martí) donde hoy radica, el Ministerio del Interior.

También destacan en su obra los murales emplazados en la escuela José Miguel Gómez de La Habana, la Escuela Normal de Santa Clara y el Mural transportable de El Caney, en Santiago de Cuba, así como en el vestíbulo del Edificio Esso de la Comunidad Hebrea en el Vedado habanero.

El último de los murales en que participó fue una creación colectiva, concebido con motivo de la inauguración, en la capital cubana, del XXIII Salón de Mayo de París.

Esa percepción de nuestra realidad en su creación plástica motivó las siguientes palabras del poeta José Lezama Lima:

“Partía de una fruta, de una cornisa, de un mantel, y al situarlo en la lejanía, en la línea del horizonte, lo reconocíamos como lo mejor nuestro, distinto en lo semejante. Cada uno de sus elementos plásticos venía de una gran tradición, rindiéndole el áureo homenaje de crear otra tradición. Una voluptuosidad inteligente que comenzaba por ser una disciplina, una ascética, un ejercicio espiritual”.

Amelia Peláez vivió períodos de cambios y contribuyó a la formación de la identidad nacional incorporando sus vivencias a su obra, siempre consiente de su herencia arquitectónica. Supo integrar los cambios y a la vez retratar como nadie el entorno urbano y doméstico de La Habana de su tiempo. Bien lo dijo Amelia: “Mis pinturas reflejan diferentes maneras de pensar.’’

Uno de sus contemporáneos, y otro grande de la plástica, René Portocarrero, dijo que ella fue la primera que supo recoger nuestro color local y trasladarlo a cuadros de enorme belleza y a obras maestras en la plástica.

Una vez, comentó la artista, que su obra no había sufrido cambios bruscos, “cuando me he visto en una encrucijada, en una problemática situación en que debía escoger entre varias posibilidades me decidí por… todos. En este sentido, como en otros, siempre he sido aventurera…”.

 

Fuentes bibliográficas

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