Por: Yimel Díaz Malmierca
La Habana es la segunda urbe más poblada del Caribe. En noviembre próximo arribará a 503 años de existencia. Sus habitantes e instituciones batallan contra las huellas del tiempo para preservar el esplendor de aquellos espacios que hacen de este Centro Histórico uno de los más conservados integralmente de Latinoamérica.
El 14 de diciembre de 1982, en el contexto de la Sexta Sesión del Comité del Patrimonio Mundial, la Unesco reconoció la condición de Patrimonio Cultural de la Humanidad al Centro Histórico de la Ciudad de La Habana y su sistema de fortificaciones. Es así que la capital cubana, junto a la brasileña de Olinda, se convirtió en la cuarta urbe de la región incluida en tan prestigiosa Lista, solo antecedida por la ecuatoriana de Quito (1978), la guatemalteca de Antigua (1979) y la brasileña de Ouro Preto (1980).
El 8 de enero de 1983 —en sesión solemne de la Asamblea Municipal del Poder Popular de La Habana Vieja celebrada en la Plaza de Armas— fue develada la tarja que recuerda el compromiso adquirido por el país de continuar trabajando por la conservación y preservación del patrimonio del Centro Histórico.
En 1981 las siete primeras villas fundadas en Cuba (siglo XVI) habían sido declaradas Monumento Nacional: “Fue una labor muy personal del capitán Antonio Núñez Jiménez, nuestro querido y recordado amigo, que era el presidente de la Comisión Nacional de Monumentos. Al año siguiente, en 1982, se declaran el Centro Histórico y el Sistema de Fortificaciones como parte del Patrimonio de la Humanidad”, explicó uno de los protagonistas de la proeza, el Historiador de la Ciudad Eusebio Leal Spengler.
El expediente presentado a la Unesco en 1981 para avalar el nombramiento reconoce que La Habana Vieja y su sistema de fortificaciones es un “bien público con parte de propiedad de personas privadas y jurídicas”, que abarca “el área limitada por el trazado de las antiguas murallas de la ciudad (actuales calles de Monserrate y Egido) y la bahía de La Habana, con una extensión de 142,5 hectáreas y una población aproximada de 70 mil habitantes”.
Documenta además que esta villa “tuvo favorables aliados naturales, como la calidad de su puerto y la ventajosa situación frente a la entrada del Golfo de México”, las cuales “hicieron de ella la ciudad más importante del país, hecho que se afianza a partir de 1550, cuando el Gobernador traslada su centro de operaciones de Santiago de Cuba hacia la más occidental de las ciudades cubanas”.
“La importancia de la Habana va creciendo con el tiempo. Ya en 1678 es sede del Depósito y Escuela de Artillería con la misión de controlar y vigilar la Península de la Florida. En el siglo xviii también atiende la protección de la Luisiana. En 1740 es apostadero de la Marina Española y además el principal astillero de España en el continente. Desde mediados de ese siglo se la considera como el puerto más rico de América. Hacia 1820 se incrementa la urbanización fuera del recinto amurallado, el cual estaba ya densamente poblado”.
La descripción precisa que “en 1895 la ciudad tiene dos secciones igualmente importantes, dentro y fuera de las murallas, para las cuales se establece idéntico régimen legal. Se plantea la existencia de una Gran Habana y que los habitantes de la ciudad, desde entonces hasta hoy, llamarán a la zona antiguamente rodeada de murallas, La Habana Vieja”.
Aquel informe de 1981 reconoció en su diagnóstico que “el conjunto está intensamente habitado y presenta además numerosas funciones sociales, comerciales, administrativas y culturales. Algunas zonas muestran avanzado deterioro debido a la antigüedad de sus construcciones y a explotaciones o usos inadecuados”. Añade que ” se han producido algunas demoliciones, pero el conjunto mantiene una gran homogeneidad ambiental, en tanto que las construcciones de más valor cultural han sido restauradas o están en vías de serlo. Existe un plan particularizado de revitalización y restauración dentro del plan general de toda la ciudad. No obstante se presentan considerables dificultades materiales para su ejecución”.
A pesar del desarrollo contemporáneo de la ciudad y de la demolición casi total de las murallas del siglo xix, se confirmaba que La Habana “conserva una extraordinaria unidad ambiental”.
Dentro del recinto otrora amurallado sobresalen edificaciones de destacado valor arquitectónico, sobre todo en los alrededores de la Plaza de Armas, la Plaza de la Catedral, la Plaza de San Francisco y la Plaza Vieja, “complementadas por construcciones domésticas de carácter más popular o tradicional” consideradas como “arquitectura de menor valor”, pero que “en su conjunto, crean una continuidad espacial, histórica y ambiental que convierten a la Habana Vieja en el centro histórico urbano más relevante del área caribeña y uno de los más notables del continente americano”.
El expediente avalado por la Unesco contiene tres listas, la primera de los monumentos más representativos del Centro Histórico que incluye 98 edificaciones; la segunda, de 42 inmuebles ubicados en la zona de expansión urbana del siglo XIX; y por último la de 18 construcciones militares heredadas de la etapa colonial.
Las vetustas edificaciones y espacios habaneros, con el eclecticismo arquitectónico que les distingue, constituyen, junto a los ciudadanos que la habitan, sujeto y objeto del quehacer de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, institución que gracias al trabajo de sus maestros de obras — arquitectos, restauradores, conservadores, museólogos, artistas, historiadores y gente de oficios diversos e imprescindibles— garantizan el renacer constante del Centro Histórico.