La ciudad que presiento desde mi ventana

Por Yainet Rodríguez

“perderse en la ciudad es como perderse en un bosque.Las

ciudades también son lugares inventados por la voluntad y el

deseo, por la escritura, por la multitud desconocida. Son vastos

depósitos de historia que pueden ser leídos como un libro si se

cuenta con un código apropiado; son como sueños colectivos cuyo

contenido latente se puede descifrar”.

Walter Benjamin. Libro de los Pasajes.

Una anciana señora recostada en su ventana mira una Habana difusa, abstraída del pasar del tiempo. Así comienza el video de Marianela Orozco y quizás, desde este momento inicial, nos sintamos tan desconcertados como la anciana misma. El inestable llamado de un futuro -cercano y constatable- para la ciudad y la postergación indefinida de progreso subsume a cada quien en dar respuestas a los múltiples retos del presente. Inmersos en la hipnosis de presenciar la implacabilidad del tiempo, la pretensión de buscar nuevas maneras de pensar, actuar y razonar parece un proyecto suspendido en las aspiraciones futuras. Este torbellino revelado en lo subjetivo es sintomático de un relato de ciudad que se mueve confrontado a lo contingente y la inconformidad, en vislumbres de un desafío colectivo. ¿Cómo entender el medio urbano, a nivel arquitectónico, urbano y psicológico, sin acaso penetrar con aguda conciencia en sus dinámicas, la infraestructura espacial, la modelación de sensibilidades sociales? ¿Qué alternativas tomar para penetrar los intersticios de la ciudad y la ciudadanía y subvertir sus signos?

A modo de una sacudida catárquica, El ardid de los inocentes, exposición a inaugurarse en Factoría Habana el 10 de mayo, reflexionará sobre los cambios de signos, su influencia en la habitabilidad del contexto urbano y la emersión de comportamientos en la vida de los ciudadanos desde el arte. Es una mirada que avanza del individuo a la colectividad, de lo micro a lo macro, del hábitat a la urbe y que se hallan transustanciado por las nociones de tránsito que operan a nivel simbólico e intelectivo. La ciudad, la arquitectura, la dimensión urbana ambiental, el hombre en tanto ente participante en su construcción física, imaginaria y de sensibilidad son los detonantes para indagar su movilidad intrínseca, los agentes de transformación y la continua modificación de los elementos que la comportan.

De esa suerte, la paradoja es la estrategia discursiva privilegiada por la curadora Onedys Calvo. A través de ella y desde el título presentimos que la interpretación del tema insinúa un juego de sentidos más allá de lo fáctico, el cual es, en definitivas, la que articula la libertad de asociaciones artísticas. Las propuestas presentes son posibles valorarlas a partir de tres niveles reflexivos fundamentales: uno primero, simbólico; un segundo que explora la relación sensitiva y existencial, esencialmente humana; un último que se direcciona hacia la relación del hombre y la ciudad en un matiz más físico.

Así, Cubierta de deseos de Grethell Rasúa discursa sobre la defensa individual de nuestro “pedacito”, según la creencia de que esta es una opción para desterrar el abandono. La transformación informal y la tendencia a obrar en las fachadas con independencia de los demás producen a momentos la imagen de una ciudad anárquica y caótica. Luis Gárciga, apoyado en una visualidad povera, el video y luces efectistas, discurre sobre la creciente ruralización de La Habana a partir de seis nociones que implican la traslación de la finca a la ciudad: el suelo, el agua, el linde, el camino, la plantación y la mano de obra. Celia y Yunior desentraman, a modo de un cuaderno de notas, la reedificación del actual poder sobre lo que representó la pompa arquitectónica del anterior. Muestran antiguas casas señoriales de la clase burguesa cubana refuncionalizadas, reclamadas para usos administrativos y públicos, respondiendo con el cambio de signo a los requerimientos contemporáneos y a las políticas del país. Asimismo, Ricardo Miguel Hernández simula la detención silenciosa del tiempo en la serie Developer. Modificada la imagen actual con el magenta dominante en las fotografías de los ochenta, el aparente disfraz viene a ser una sutil provocación para generar polémica en torno al  desarrollo económico nacional.

La dinámica de la ciudad elabora sus propios dialectos ficcionales, a veces intraducibles para quienes no son iniciados en la vida de ciertos espacios citadinos. Anécdotas que se introducen en el imaginario y acaban por definir el relato de un sitio determinado, participando en la construcción de una biografía, de una providencia de la que no somos ajenos extraños, sino cómplices. En concordancia con esta percepción, Néstor Siré, a caballo entre el videoarte y el documental, trasmite en voz de una de las afectadas la historia del tanque de agua del poblado de Santa Lucía, en Camagüey, construido para saldar una necesidad básica y no explotado para el fin dispuesto hasta fechas recientes en que devino torre de antena para la telefonía móvil. Una narración que fascina por su desquiciante autenticidad, no exenta de humores para el intérprete que conoce la imprevisibilidad de situaciones que se manifiestan al calor del trópico.  Por su parte, Renier Quer toma como pretexto los osos del zoológico emplazado en la avenida 26 para fabular sobre la infertilidad. Dado que estos apenas son visibles para el visitante y en su lugar las tilapias dominan y se reproducen a placer, construye una historieta en que da rienda suelta a la inventiva y grafica disímiles acontecimientos posibles.

El ardid…es una exposición cuyo leitmotiv es la ciudad, sus signos y la gente que la habita. Es una interrogación desde el arte a partir de las claves presentes; una muestra especulativa que intenta cuestionar el devenir de lo incierto y que, matizando referencias egocéntricas, examina el qué es La Habana de ahora y no la de entonces.

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