Entrevista a Michael González, director general de la dirección de Patrimonio Cultural de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana
Yimel Díaz Malmierca
En algo más de 4 kilómetros cuadrados viven decenas de museos e instituciones culturales que gestiona la Oficina del Historiador. Pocos lugares del mundo concentran, en tan poco espacio, tamaño desafío, mayor si tenemos en cuenta que son entidades sin fines de lucro, donde compartir saberes, arte y belleza es parte de un compromiso social mayor.
Este quehacer lleva el empeño de decenas de personas: expertos que hurgan en los secretos de piezas y colecciones, restauradores, conservadores, historiadores, museólogos… y un largo etcétera de oficios y profesiones que habita el Centro Histórico.
En busca de detalles acerca de este proyecto que conecta a la Oficina con las personas, y a propósito del Día Internacional de los Museos, conversamos con Michael González, director general de la dirección de Patrimonio Cultural de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana
¿Cuántos museos gestiona la OHCH? ¿De qué tipo son?
La Oficina del Historiador de Ciudad de La Habana, a través de su dirección de Patrimonio Cultural, gestiona 35 museos y dependencias. En su estructura, algunos tienen salas subordinadas. Tal es el caso del Museo de la Ciudad, con el Palacio de los Capitanes Generales como edificio madre y anexos como El Templete, el Museo Universitario, y la galería Nicolás de la Escalera.
En ese concepto tenemos complejos de museos como el de la Farmacia, el de Fortificaciones Militares y el de La Catedral.
Los museos que se gestionan desde el Centro Histórico tienen diferentes tipologías: etnográfico — como las casas de África, de México, de los Árabes, de Venezuela, y de Asia—; histórico — como la Casa Natal de José Martí y también el especializado museo Numismático—; de arte — como el complejo de museos de La Catedral, el palacio del Marqués de Arcos, el Napoleónico, la Casa de las Tejas Verdes, las salas de El Capitolio—; de tecnología y ciencia — incluye a los museos de farmacias, enclavados en antiguas instalaciones que desempeñaban esa función y atesoran un dotamen ligado al mundo de la farmacéutica y la medicina.
Como ves, nuestras instalaciones cubren diversos perfiles, acordes a las colecciones museísticas que poseemos.
¿En qué categoría estarían los museos arqueológicos?
Los museos arqueológicos clasifican con la tipología de históricos. El nuestro está en la calle Tacón, posee una colección muy grande como resultado de excavaciones realizadas por el Gabinete de Arqueología durante años. Tenemos también el Castillo de la Real Fuerza, de tipología histórica. Allí se atesoran elementos de historia naval, arqueología subacuática, y también tiene un importante componente arqueológico.
Hay muchos museos, como el de la Ciudad y el de San Francisco de Asís, que dedican un espacio a la arqueología. Eso responde a una práctica muy positiva de nuestras instalaciones que es tener una sala monográfica donde exhiben objetos hallados en los estudios arqueológicos realizados en la propia edificación y que sirven para narrar su historia. Hay que recordar que muchas de nuestras instalaciones ocupan edificios preexistentes, los cuales devinieron museos luego de haber sido recuperados y adaptados para esa nueva función.
Según esa clasificación, ¿dónde se ubican los museos de sitio?
Los de sitio son espacios musealizados en su entorno original y usualmente están vinculados también a yacimientos arqueológicos. Nosotros tenemos varios museos de ese tipo, asociados a fortificaciones militares, entre ellos el Castillo de La Punta, que, por sus características y ubicación geográfica, no tiene una colección permanente, la edificación en sí es la pieza más importante, en ella puedes apreciar elementos de ese diálogo permanente que tuvimos en Cuba entre los arquitectos y los ingenieros militares.
En un museo de ese tipo se puede ver cómo se organizaba una fortaleza por dentro, incluyendo la parte administrativa; qué funciones que debía cumplir; y, a su vez, recrea la vida cotidiana de la guarnición: qué comían, cómo organizaban las guardias, dónde guardaban las armas y la pólvora, etcétera.
El Castillo de Atarés es otro que tiene elementos de museo de sitio, en tanto también exhibe el edificio, pero el ejemplo clásico no es nuestro, es el yacimiento arqueológico de Chorro de Maíta, en Banes, provincia de Holguín. Allí no existe edificación, se respetan y recrean tradiciones, formas de vida, costumbres, se musealiza el espacio y las personas se sumergen en él.
¿Cuál es la filosofía con que trabajan los museos de la Oficina?
El primer museo creado por la Oficina del Historiador fue el Museo de la Ciudad. Lo fundó Emilio Roig en el Palacio de los Capitanes Generales, en 1942. En sus inicios ocupó algunas salas de la planta baja, luego otras del entresuelo. En 1946 lo trasladó para el Palacio de Lombillo, y allí permaneció hasta el deceso de Roig en 1964.
Poco después, el historiador Eusebio Leal refundó ese mismo museo en el Palacio de los Capitanes Generales, cuando logró que el edificio, en el proceso de restauración, se fuera liberando de las funciones administrativas que tenía. Las primeras salas quedaron abiertas a propósito de la conmemoración, el 10 de octubre de 1968, del centenario del inicio de las guerras por la independencia. Después se fueron incorporando otras, en la década de los 70 y los 80, hasta alcanzar la dimensión que disfrutamos hoy.
Desde entonces, la filosofía de los museos de la Oficina marcha a la par del proceso de restauración. Cuando entrábamos en la Plaza Vieja, o en la de Armas, íbamos atesorando ese patrimonio para comenzar a gestionarlo. En los edificios recuperados fuimos creando instituciones en las que se exhiben colecciones que en un principio pertenecían al Museo de la Ciudad y fueron desprendiéndose. Tal es el caso de las piezas que hoy son del Museo de la Orfebrería, de la Casa de la Obra Pía, o del Museo del Automóvil, por ejemplo.
La Oficina también heredó museos que pertenecían a otras instituciones como el Numismático, que era del Banco Central de Cuba; el Napoleónico, del Ministerio de Cultura; y el del Ferrocarril, del Ministerio de Transporte.
Una de las cosmologías más interesantes fue concebir las casas-museos, que tienen colecciones propias pero funcionan con un carácter de mucha actividad cultural, de relación con el área geográfica o temática a la que está dedicada, tal es el caso de la Casa de México o la Simón Bolívar, por solo citar dos ejemplos.
Esas casas-museos se fundaron, en gran medida, con piezas donadas por cubanos y extranjeros, regalos de visitas presidenciales, diplomáticos, artistas… Así se fue creando una gran colección antropológica y etnográfica que exhibe, por ejemplo, la Casa de África, impulsada por el Comandante en Jefe Fidel Castro y por el Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, quienes permanecieron siempre muy apegados al trabajo que realiza la Oficina del Historiador.
También hubo museos que nacieron asociados a personalidades, es el caso del Museo de la Quinta de los Molinos, con Máximo Gómez; o la Casa Guayasamín, cuya restauración recibió financiamiento del gran pintor ecuatoriano (Oswaldo) y luego se colocó allí su tesoro pictórico.
El Palacio del Segundo Cabo, que es un museo reconocido por ICOM, fue concebido con un concepto nuevo, diferente: su colección son piezas informáticas que funcionan como puente de enlace entre la información digitalizada y las piezas originales. Allí puedes ver, por ejemplo, la imagen virtual del cañón de cuero de nuestras guerras de independencia, te informa de sus dimensiones e historia, y también te dice que la pieza se exhibe en la sala Cuba Heroica, del segundo piso, del Museo de la Ciudad.
En resumen, la Oficina tiene una filosofía práctica, pragmática, no exenta de pensamiento. Con los años se ha perfeccionado muchísimo, empezamos fundando museos en los que atesorar el patrimonio que llegaba a nuestras manos y se ha ido organizando científicamente.
Todas nuestras instituciones tienen guiones museográficos, en ellas se realizan investigaciones, y hay libros escritos a partir de sus colecciones. Es un trabajo de redescubrimiento permanente, de incorporar nuevas temáticas a partir del desarrollo de las ciencias sociales. Esto nos permite ver a los museos como entes vivos que absorben y responden a las demandas sociales de su tiempo.
Más allá de las diferencias temáticas y de colecciones, ¿qué hilo conductor opera entre todas esas instituciones de la Oficina?
En el Centro Histórico los museos no se repiten y tratamos de funcionar como un sistema, aunque tengan categoría especial, 1, o 2, se tratan por igual, como salvaguardas del pasado que son. Nuestro sistema de gestión ha asumido el concepto de mantener vínculos permanentes con la comunidad, no son colecciones atesoradas dentro de cuatro paredes, sino instituciones que salen a la calle con programas de actividades para niños y adolescentes, desayunos con ancianos, etcétera.
¿Qué importancia ha tenido para el funcionamiento de los Museos la, existencia de un proyecto como Rutas y Andares?
Rutas y Andares es un gran proyecto que ya tiene más de 20 años. Entre sus muchas virtudes está la de habernos permitido compartir una visión integral, holística, de nuestras colecciones, entrelazarlas a través de sus matrices, como puede ser por ejemplo, la ruta de las armas. En ese caso se organizó un recorrido guiado por diferentes museos, en el que un especialista hacía el recuento de la historia del armamento universal que tenemos en Cuba a través de piezas que se exhiben en distintos lugares. Algo similar sucede con los más diversos temas, cuyos exponentes, en piezas museables, pertenecen a colecciones de diferentes instituciones.
El Convento de Santa Clara, por ejemplo, que no pertenecía a la Oficina y estuvo cerrado por mucho tiempo, ahora ha pasado a nosotros. Ahí tenemos material para varias rutas, entre ellas la de la Arqueología, de la Arquitectura Religiosa, de los Valores Arquitectónicos; de sus funciones histórico-religiosas; y por último, de su nuevo propósito que es un gran centro para la coordinación de toda la enseñanza relacionada con la preservación del patrimonio.
Cuando diseñas un nuevo proyecto, es complejo tener ideas creativas y encontrar un equipo que te apoye y lo realice, pero cuando logras arrancar y has probado que es rentable y factible, lo difícil es mantenerlo. Con los años ganas en tradición, prestigio, respeto, pero hay que estar reinventándose constantemente. Eso sucede en los museos. Las piezas no hablan por sí mismas, le toca a museólogos y especialistas hacerlas hablar, responder las posibles preguntas del público y ser creativos, para ello podemos apelar, por ejemplo, a técnicas discursivas como la de interpretación.
¿Qué tendrá de particular la celebración de venidero Día de los Museos en la Oficina?
El Consejo Internacional de los Museos (Icom), declaró el 18 de mayo como Día Internacional de los Museos. Cuba es miembro de Icom, muchos de nuestros especialistas pertenecen a él, y también todos nuestros museos.
Este año, aunque no hemos salido de la pandemia, vivimos una flexibilización, una tregua que ojalá sea permanente. Eso nos permitió, luego de casi dos años cerrados, abrir casi todas nuestras instituciones desde noviembre. Es algo que las personas agradecen y se ve en la cantidad de público que nos visita. Los museos se mantuvieron vivos en las redes sociales, en esa virtualidad que permite internet, pero nunca renunciaríamos a lo presencial, a esa interacción con el guía, con el especialista, que quien puede compartir su información.
El lema de Icom este año ha sido El poder del museo. Es muy interesante entender de qué poder estamos hablando. Para nosotros se refiere a esa potestad tan amplia que nos permite transformar, influir.
¿Qué poder queremos para los museos? ¿El de dividir o el de sumar? ¿El de ser elitistas o el de llevarle cultura a todos? ¿El de especializarnos o el de ofrecer una mirada integral a un tema? ¿Los museos deben tener solo un discurso? ¿Puede un museo histórico dar una visión artística también? Son algunas de las preguntas que se me ocurren cuando pienso en “el poder de los museos” y es algo que cobra especial significación cuando en la Oficina seguimos sumando instituciones. La más reciente incorporación fue la sala Hipólito Hidalgo, una extensión del Museo de Pintura Mural; y el Museo del Automóvil, que casi no ha podido exhibirse en su nueva sede pues la apertura coincidió con la pandemia.
Sobre este lema también es notorio destacar el poder de los visitantes sobre los museos, se trata de aprender (llevarte la lección) y también entender (comprender por qué las cosas pasan). Las instituciones están obligadas a entender a sus públicos, y a su vez, las personas que llegan a los museos, deben sentir que tienen ese poder de transformar el museo.
Un ejemplo de ese poder de los museos es el proyecto Rutas y Andares. Cada vez que las personas dejan sus opiniones, o preguntan, nos indican qué hacer, por dónde trabajar, Con esos criterios reelaboramos nuestros productos culturales. El Departamento de Investigaciones del Gestión Cultural lleva las estadísticas de esa interrelación. Recuerdo, por ejemplo, que las Rutas del patrimonio industrial, se han tenido que organizar en varias ediciones a pedido del público que ha ido sumando sectores acerca de los cuales les interesa saber.
Nuestros museos tienen mucho compromiso y desafíos que enfrentar. Se han hecho cosas muy interesantes, estoy pensando en la reactivación del proyecto museográfico de la Real Cárcel de La Habana y en el proyecto de Máximo Gómez que se hizo en la Quinta de los Molinos. También en los que presentaremos dentro de poco, como son el nuevo montaje de la sala de las Banderas en el Museo de la Ciudad, la Muralla de Mar, la sala del Museo del Automóvil, y la Casa Natal de José Martí, cuyo proyecto museográfico será renovado a propósito del 170 natalicio del Héroe Nacional en el 2023. Actualmente estamos aguardando por la ejecución de un nuevo proyecto para la Casa de Asia, y trabajamos en lo que será el Museo del Café (Oficios 12), cuyo guión museográfico esperamos tener antes de septiembre; y, a futuro, pensamos un Museo del Tabaco.