Por Grisel Terrón Quintero
Que los Historiadores de La Habana, Emilio Roig primero y Eusebio Leal después, fueron hombres de lecturas, es un hecho supuesto por la vasta cultura que ambos poseían; sin embargo, valdría la pena aproximarse al modo en que ambos leyeron y a la manera en que concibieron al libro.
Emilio Roig, de estudios y familia de letras, siguió una línea docente regular desde la enseñanza primaria hasta la universitaria y se hizo abogado. Él fomentó una biblioteca personal desde joven a partir de la herencia familiar y de sus propias adquisiciones. Por su parte, Eusebio Leal, de procedencia humilde, devoraba los libros a los que tenía acceso leyendo en ómnibus, robándole tiempo al descanso en la Biblioteca de la Sociedad Económica de Amigos del País, y «a partir de esos primeros libros, comenzó el mundo» (1). A los estudios superiores llegó tras una accidentada trayectoria, desde la enseñanza obrero campesina hasta la Universidad donde alcanzó el título de Doctor en Ciencias. Para uno y otro, los libros fueron consustanciales a su trayectoria vital, su formación académica y el desempeño de su cargo, y ahí pudo haber quedado todo. Pero ser hombres de libros fue mucho más que ser consumidores de ellos.
Buena parte de la grandeza de estos hombres estuvo en su concepción de la función social del libro y en la implementación de acciones y políticas que lo democratizaran. El proyecto que lideraron, nació en cuna de libros y erigió sus columnas sobre el sólido cimiento de una cultura documental que rescató para Cuba importante papelería, la hizo crecer y la puso al acceso de todos. En 1938 se fundaba la Oficina del Historiador sustentada en tres pilares documentales: la Biblioteca Histórica Cubana y Americana, el Archivo Histórico y el sistema de publicaciones. La primera, creada a partir de la biblioteca personal de Emilio Roig y fomentada en sus inicios por el círculo de intelectuales más cercano al Historiador, bastaría para avalar la vocación social y cultural de este hombre cuyo apego a los libros consistía en socializarlos y en producirlos y distribuirlos gratuitamente tal como sucedió con las publicaciones que la Oficina tuvo a su cargo. Discípulo de Emilio Roig, Eusebio Leal inició su gestión en función del patrimonio documental cubano rescatando los libros y documentos que formaron parte de la Oficina primigenia y que fueron dispersados a inicios de los años 60. A este gesto de continuidad, siguió el fomento de bibliotecas que, como semillas en terreno fértil, se fueron expandiendo por el Centro Histórico con el único objetivo de socializar el libro y dotarlo de vida y nuevas maneras de comprenderlo desde diversas aristas.
Muchos ejemplos legitiman al libro como piedra fundacional de la Oficina del Historiador y de cada uno de sus proyectos y resultados; mucho verbo y mucho empeño pusieron los Historiadores en convertir al libro en vehículo de democratización de la cultura: las ferias del libro dan fe.
La primera Feria del Libro en Cuba, fue organizada por Emilio Roig bajo el auspicio del Municipio de La Habana en 1937 entre los días 20 y 27 de mayo. En las áreas de la antigua cárcel de La Habana, tuvo lugar este primer evento de alcance provincial. Muchos fueron los expositores, pero además de organizadora de la feria, la Oficina del Historiador mostró su producción bibliográfica en el pabellón oficial del Municipio de La Habana con los Cuadernos de Historia Habanera y los libros de Actas Capitulares, emanados de las actas rescatadas y conservadas hasta hoy en el Archivo Histórico. El Director de Cultura de la Secretaría de Educación, José María Chacón y Calvo, quien tuvo a su cargo la clausura del evento, resumió la trascendencia de esta primera edición: «Quizá sea ésta la primera gran enseñanza que se desprende de la Feria del Libro, organizada con toda comprensión del espíritu de nuestro tiempo, del clima espiritual que vive hoy el mundo en todas las latitudes: el libro tiene una misión de apostolado social; no ha de verse como un factor aislado, ni como un fenómeno esporádico, ni como una manifestación solitaria, sino como un nexo que lo liga íntimamente con la colectividad y con una función última que trasciende al cuerpo social procurando su constante, abnegada y generosa superación.» (3, página 144)
A partir de entonces, Emilio Roig estuvo en la comisión de preparación y organización de las Ferias del Libro en las que además expuso en cada edición, parte de su colección personal de objetos, libros raros y documentos, volviendo, con cada acto, a ser consecuente con su convicción permanente de compartir la cultura. También formaban parte de los expositores, los impresores y encuadernadores, quienes daban una visión de conjunto del arte del libro junto a las editoriales. Algunas bibliotecas y más prestigiosos bibliotecarios se sumaban con sus proyectos y disertaciones.
Emilio Roig legitimó la función de las ferias del libro: «De esta manera lanzamos a los vientos de la publicidad lo que entendemos debe ser evangelio de cultura: el conocimiento del libro, el amor al libro, el valor espiritual del libro; y tratamos de llevar el libro hasta el pueblo, para que el pueblo tenga al libro por amigo (…)». (3, página 167)
A partir de 1942 el Municipio dejó de dirigir y organizar la Feria del Libro y empezó a hacerlo el Ministerio de Educación. Desde entonces, el acontecimiento adquirió carácter nacional y se empezó a nombrar Feria Nacional del Libro, donde el historiador Emilio Roig mantuvo su colaboración activa porque « (…) solo anhelamos, ayer como hoy, que estas ferias realicen cabalmente, sea cual fuere el organizador oficial o particular que las organice, la función social y cultural que a ellas corresponde» (3, página 176), tal como expresó en la charla que brindó en esa ocasión.
Así se desarrollaron doce ferias hasta 1955 con períodos de intermitencia. No es hasta 1982 que se retoma la realización del evento ya con carácter internacional y con una cada vez más creciente participación de la Oficina del Historiador. La institución, heredera del legado cultural de la que fundó Emilio Roig, reconstruyó su estructura sobre la base de la primera piedra: los libros. Entonces Eusebio Leal, consciente como Jorge Luis Borges de que el instrumento más asombroso del hombre es el libro porque es una extensión de la memoria y de la imaginación, rehízo la biblioteca dispersa que fundara su predecesor. No solo Leal rescató para Cuba los volúmenes diseminados en varias instituciones y los condujo a la Biblioteca Histórica, sino que la hizo crecer y multiplicarse. Él mismo consideró este uno de sus mayores logros: «¿Qué cosa creo yo que es lo que pude haber hecho de mérito? Bueno, primero, recuperar fuentes. La Oficina perdió todos sus libros, perdió todos sus papeles. Hoy tiene un yacimiento documental (…)” (2)
Ese yacimiento solo cobra sentido en la obra socializadora de la gestión de la Oficina del Historiador. No se trata de una masa muerta de libros y documentos, no se trata de poseer volúmenes, se trata de la voluntad de compartir saberes. Y es por ello que el fenómeno de las ferias del libro encuentra campo fértil en el Centro Histórico, nuevamente bajo el liderazgo de Leal, porque más allá de haber sido su cuna, es lo que cierra el ciclo de la socialización cultural que es sustrato del espíritu de la institución. Es el libro y la memoria que retornan a las manos del pueblo y lo sostiene con ese alimento irreductible que es el saber.
Bien como subsede de las ferias, bien como colaboradora de la organización o como expositora, la Oficina del Historiador ha estado presente en estas fiestas del libro y la cultura. El sistema de publicaciones iniciado por Roig, ha tenido en la Editorial Boloña y en la revista Opus Habana su continuidad y desarrollo al estar destinadas a llevar la historia y la literatura al papel impreso primero y en los últimos años, al escenario virtual. Eusebio Leal tuvo el acierto de colocar de manera sistemática la sostenida producción bibliográfica de la Oficina del Historiador en las bibliotecas que se fueron creando, con lo cual garantizó que esa producción se incorporara a los acervos bibliotecarios no solo como valioso patrimonio documental, sino como memoria histórica institucional.
La Oficina, además ha contado con un espacio expositivo en las ferias del libro donde ha socializado sus productos editoriales y también sus valiosos documentos patrimoniales en el afán permanente Eusebio de aprovechar toda oportunidad para que el libro y la cultura llegaran a todos. Y este empeño, traducido en la obra cultural e histórica que protagonizó, lo hizo merecedor de la dedicatoria de la XXVII Feria Internacional del Libro en el 2018, acaso hito simbólico de su comprensión y de la de Roig de ver al libro como fundación y de la Feria como ágora.
Fuentes:
(1) Delgado Guerra Di Silvestrelli, Sheyla. Eusebio Leal: “Mi Patria es donde luche y no solamente donde nazca”. Disponible en http://www.cubadebate.cu/noticias/2017/12/18/eusebio-leal-mi-patria-es-donde-luche-y-no-solamente-donde-nazca/
(2) Leal Spengler, Eusebio. “Debo todo a la Revolución”. Disponible en http://www.eusebioleal.cu/curriculum/intervenciones/eusebio-leal-spengler-debo-todo-a-la-revolucion-2/
(3) Roig de Leuchsenring, Emilio. Veinte años de actividades del Historiador de la Ciudad de La Habana: 1935-1955. La Habana, Municipio de La Habana, 1955. Volumen 3