Sé bendito, hombre de mármol

Por: Yimel Díaz Malmierca

Al centro de uno de los más hermosos y añejos espacios públicos del Centro Histórico, la Plaza de Armas, se congregan, al menos tres veces al año, decenas de visitantes para rendir honores a ese símbolo del alma cubana que es Carlos Manuel de Céspedes.

El Padre de la Patria nació en Bayamo el 18 de abril de 1819, y esa es una de las fechas que convoca. También lo hacen el 27 de febrero, día de su caída en combate; y el 10 de octubre, jornada en la que levantó a Cuba en armas para luchar por la independencia.

Al centro de la Plaza, en absoluta simetría con el resto de los elementos, se halla, desde 1955, una escultura de mármol en pose elegante y serena. En la inscripción se lee: “A Carlos Manuel de Céspedes. Padre de la Patria y Primer Presidente de la República”.

La monumental pieza lleva la impronta y el oficio del reconocido escultor, pintor, ceramista y docente Sergio López Mesa (La Habana, 1918- Los Ángeles, EE. UU., 2004), quien dejó un trascedente legado artístico en Cuba y otros países, entre ellos México (Toluca, escultura en piedra del poeta José María Heredia, 1941) y Estados Unidos (bustos de José Martí, Echo Park, Los Ángeles, 1976; y de Agustín Parla, pionero de la aviación cubana, Cayo Hueso, 1958).

Entre las esculturas de López Mesa emplazadas en Cuba sobresalen los bustos de Antonio Maceo (Punta Brava, La Habana, 1944), de Luis de las Casas y Aragorri (frente a la Sociedad Económica de Amigos del País, La Habana, 1947), de Perucho Figueredo (Bayamo, 1956) y de Manuel Figueroa y García, (jardines del Capitolio Nacional). También, los conjuntos escultóricos La Ley, panteón del Colegio de Abogados (Cementerio Colón, 1948); la Fuente de las niñas (Parque Zoológico, La Habana, 1948); así como las estatuas en piedra de Cristóbal Colón y Bartolomé de las Casas, las cuales fueron retiradas de los nichos exteriores de la Catedral de La Habana.

Pero el tributo al Padre de la Patria en la Plaza de Armas estuvo precedido por una aguda polémica que duró más de 50 años en aquella república de “generales y doctores” con que Cuba inició el siglo XX. Vale recordar que al finalizar la guerra contra España, la indignación contra los desmanes de la colonia se canalizó en forma de violencia contra algunos de los símbolos de ese poder como eran las esculturas de los reyes Isabel II y Fernando VII en las entonces más importantes plazas públicas: Parque Central y Plaza de Armas. La propuesta era derribarlas y colocar las de José Martí y Carlos Manuel de Céspedes, respectivamente.

La de Isabel II no demoró, fue retirada en 1899, en su lugar fue develada una  del Apóstol en ceremonia efectuada el 24 de febrero de 1905 que contó con la presencia del generalísimo Máximo Gómez y del presidente Tomas Estrada Palma. La de Fernando VII había sido resguardada por el improvisado campamento que a su alrededor montó el ejército estadounidense en los primeros días de la ocupación militar.

“Ambas esculturas formaban parte de un mismo proyecto, pues desde 1900 existía una Asociación pro Monumentos Martí-Céspedes, con la misión de levantar idénticos homenajes, solo que la cuestación popular no fue suficiente para lograr su objetivo y, en un gesto de notable altruismo patriótico, un grupo de manzanilleros que recaudaba fondos para la estatua de Céspedes, decidieron donarlos al monumento a Martí”, relató el historiador y Vicedecano del Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana, el Dr. Félix Julio Alfonso López, durante su intervención en el acto del 10 de octubre del 2017, a propósito del aniversario 149 del inicio de la Guerra de Independencia.

“En 1919, al cumplirse el primer centenario del libertador bayamés, el coronel Cosme de la Torriente presentó al Senado un proyecto de ley (Ley Torriente) para festejar la efeméride, el cual fue aprobado y sancionado por el presidente Mario García Menocal, entre cuyos contenidos estaba la erección de un monumento a Céspedes, mediante la convocatoria a un concurso internacional de artistas y con un presupuesto de 175 mil pesos. Décadas más tarde, el anciano mambí, en un discurso pronunciado en la Academia de la Historia el 10 de octubre de 1946, titulado ‘Carlos Manuel de Céspedes, el gran demócrata cubano’, recordaría con dolor como, luego de sancionada la ley y publicada oficialmente, ningún gobierno republicano había demostrado interés en hacerla cumplir”, confirmó Félix Julio.

No obstante, a propuesta de la influyente revista Cuba Contemporánea,  la Plaza de Armas fue rebautizada como Plaza Carlos Manuel de Céspedes el 8 de enero de 1923, oportunidad que aprovecharon para recordar la estatua pendiente y precisar que “estaría colocada figurativamente en el mismo eje central urbano de la de Martí en el Parque Central, entre las calles de Obispo y O´Reilly, como símbolo de la continuidad histórica entre ambos libertadores”.

El proyecto sorteó varias contrapropuestas, como fueron el cambio en el lugar del emplazamiento. Algunos hablaban de colocarla en Carlos III, la Avenida de los Presidentes, o el Malecón.

En 1935, Emilio Roig de Leuchsenring, al ser nombrado Historiador de La Habana, consiguió que el tramo de la avenida entre la capitanía del Puerto y La Punta quedara bautizado como Carlos Manuel de Céspedes, y desde su cargo documentó ampliamente la necesidad, justeza y urgencia, de erigir el monumento en la Plaza de Armas.

Importantes intelectuales apoyaban la idea, también el pleno de los Congresos Nacionales de Historia organizados desde 1942; la Comisión de Monumentos, Edificios y Lugares Históricos y Artísticos Habaneros; la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales; y la Junta Nacional de Arqueología y Etnología, que en 1944 declaró a la Plaza Carlos Manuel de Céspedes Monumento Nacional, excluyendo de ella a la estatua de Fernando VII.

Finalmente, en 1953, como parte de los festejos por el cincuentenario de la República, se convocó a un concurso para elegir la escultura que honraría a Céspedes. Se recibieron propuestas de Teodoro Ramos Blanco, Jilma Madera, Tony López, Florencio Gelabert y Sergio López Mesa, quien resultó ganador. Dos años más tarde, el monumento ocupó el lugar que parecía estarle aguardando desde siempre.

La escultura del Padre de la Patria fue develada a las 11 de la mañana del domingo 27 de febrero de 1955. Salvas de artillería resaltaron la connotación del hecho, mientras la bandera cubana que cubría el mármol era cuidadosamente doblada por “cuatro niños y niñas de las escuelas municipales, blancos y negros, como símbolo de la lucha del pueblo cubano por su absoluta libertad”, recordó Félix Julio en el citado discurso.

Uno de los oradores de aquella ceremonia fue el tenaz Emilio Roig. Sus palabras de entonces podrían ser las que hoy recuerden al mártir de San Lorenzo como “símbolo sagrado de la impar significación que tiene en nuestra historia su esclarecida personalidad”; mientras la Plaza nos sigue convocando a que “cuántos hijos de esta tierra crucen frente a este monumento, se detengan unos instantes y exclamen, con el mismo fervor con que Martí lo hizo para exaltar a su predecesor excelso: ‘Sé bendito, hombre de mármol’.”

Con esta misma intención este lunes 18 de abril se realizó el acto de recordación al Padre de la Patria, con la colocación de una ofrenda floral, a manos de Perla Rosales, directora general adjunta de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana (OHCH) y Katia Cárdenas, directora de la Subdiracción de Gestión Cultural. Las palabras centrales del encuentro, al que asistieron trabajadores y directivos de la OHCH, estuvieron a cargo del Dr. Michael González, director de Patrimonio Cultural.

 

Comments are closed.