Por: Amanda Font Martínez
Desde el inicio de los estudios científicos y filosóficos se ha definido la existencia de 4 elementos básicos de la naturaleza —agua, aire, tierra y fuego— los cuales fueron considerados, hasta ya muy avanzados los estudios alquímicos, como los constituyentes básicos de la materia. Esta teoría tan antigua se originó como parte de la observación de la naturaleza y fue la vía fundamental para explicarse los comportamientos de la misma. El hombre descubrió que existía un ciclo de creación-destrucción con estos cuatro elementos de los que dependía para sobrevivir, si cualquiera de estos faltaba se rompía este equilibrio y las consecuencias podían ser catastróficas.
Por otro parte, se ha hablado de un quinto elemento, conocido como quintaesencia o éter. El cual se entiende como el vacío, que funciona como contenedor del resto de sustancias existentes en el universo. Es el reservorio en el que convergen y se dan lugar todos los fenómenos naturales derivados de las otras cuatro esencias.
Con la evolución del pensamiento, fue cambiando la forma de interpretar dichos elementos. Algunos filósofos de la antigüedad llegaron a establecer nexos entre estos y algunas cualidades humanas, permitiendo de esta forma crear una conexión entre la psiquis del hombre y la manera en que interactuaba con ellos. Es precisamente esta aparente conexión psicológica, junto a las necesidades básicas, lo que ha llevado al hombre a utilizar la naturaleza como un medio de subsistencia, comunicación y finalmente creación artística.
La relación arte/naturaleza ha sido motivo de prácticas artísticas y del interés de los teóricos desde los inicios de la Historia del Arte. Este binomio, ha mutado de acuerdo a las diferentes épocas, adquiriendo nuevos significados en los distintos períodos históricos. Así como ha variado la manera de interpretar la naturaleza, también lo ha hecho la forma en que el hombre la ha empleado para la creación, ha pasado de ser un paisaje hermoso o un bodegón que permitía estudiar las formas más simples del dibujo, al epicentro creativo de varios movimientos artísticos: transitando desde el romanticismo, expresionismo e impresionismo, hasta llegar al landart, los eartworks y las más recientes formas de experimentación del arte contemporáneo.
A partir de esta interconexión: hombre-naturaleza-arte, surge la nueva propuesta expositiva de la Galería de Arte Contemporáneo Factoría Habana. La poética del vacío, se presenta como un poema visual, en el que la exaltación de la naturaleza adquiere una nueva connotación a través de una mirada mucho más realista y contemporánea… Nos alejamos de esa mirada bucólica e intimista que ofrecían las pinturas impresionistas y postimpresionistas; también de la mirada crítica de los landarts y los earthworks, para acercarnos a una mirada “otra” de la naturaleza que logra conjugar lo idílico con lo realista y lo actual… podría funcionar como “canto protesta” ante los impactos negativos de la acción del hombre en la naturaleza… pero en su más pura esencia, logra transmitirnos su verdadera belleza, convirtiendo a estos creadores en redentores de la naturaleza y en abanderados de la lucha medioambiental, quizás sin ser conscientes de ello.
Las obras dialogan entre sí como los versos libres en la poesía modernista… flotan en el espacio galerístico, conducidas por un río imaginario que nos lleva desde los tatuajes de agua de Mauricio Cervantes, un estudio de plantas cubanas en peligro de extinción, de la mano de Rafel Villares y el botánico Alejandro Palmarola, hasta las hermosas fotografías submarinas de Isabel Muñoz, pasando por el viaje en canoa de Antonio Núñez Jiménez, hasta sobrevolar la marisma del Guadalquivir junto a Héctor Garrido.
El espacio galerístico en esta oportunidad se trasmuta a la representación subjetiva de la quintaesencia, funciona como el estado etéreo en el que se dan lugar todos los procesos estéticos derivados de los imaginarios creativos de cada artista.