Por: Yimel Díaz Malmierca
Antiguos y diversos son los vínculos tejidos por cubanos y franceses a lo largo de la historia. Algunos impactaron de manera definitiva la cultura de ambos pueblos y explican, en gran medida, la simpatía que por estos días de marzo revela la Jornada de la Francofonía.
Si revisáramos la prensa cubana de los siglos XVIII y XIX sería fácil encontrar anuncios de maestros e institutrices franceses que compartieron a lo largo de la isla sus saberes acerca de música, pintura, danza, primeras letras e idiomas. También ofrecían servicios peluqueros, farmacéuticos y una larga lista de oficios y profesiones que alcanza a las cantantes de ópera.
De esa presencia francesa en Cuba se ha historiado con mayor detalle a personalidades como Frédéric Mialhe (1810-1881) y Edouard Laplante (1818-1860), pintores y grabadores; Jean Bautista Vermay (1786-1833), fundador de la primera academia gratuita de dibujo y pintura del país, más tarde San Alejandro; y al óptico Agustín-Jean Fresnel, quien construyó e instaló la farola del Morro de La Habana en 1845.
Pero París también fue casa y forja de muchísimos cubanos. La ciudad se convirtió en una alternativa imprescindible para la formación de artistas e intelectuales de los siglos XVIII y XIX. El ideal humanista y revolucionario de aquella época caló tan hondo en la naciente burguesía que muy pronto hicieron suyo el lema de Libertad, Igualdad y Fraternidad. Abrazaron así el único paradigma que satisfacía los anhelos independentistas de entonces.
Una brevísima lista de los que por allí pasaron nos obliga a mencionar a José White (1836-1918), violinista y compositor; a Claudio Brindis de Salas (1852-1911) violinista; a Ignacio Cervantes Kawanagh (1847-1905), compositor y pianista; y al periodista Juan Gualberto Gómez. Una enumeración de personalidades más cercanos en el tiempo, pero con una huella también profunda, incluiría al más universal de los pintores cubanos, Wifredo Lam; al Premio Cervantes de la Literatura (1978), Alejo Carpentier; y al Premio Iberoamericano de la Música Tomás Luis de Victoria, el compositor Harold Gramatges. Ellos, y muchos más, construyeron los puentes culturales sobre los que andamos hoy.
No resulta extraño entonces que en los predios de La Habana colonial encontremos una casa que cultive estos vínculos y rinda honores al ilustre poeta, novelista, dramaturgo y crítico francés, Víctor Hugo (1802 – 1885), considerado uno de los más importantes de la lengua francesa y universal.
En enero del 2013, durante la ceremonia de investidura del Doctor Eusebio Leal Spengler con el grado de Comendador de la Orden Francesa de la Legión de Honor, el entonces embajador de Francia en Cuba, Jean Mendelson, recordó el momento en que el Senado de la República Francesa y la Asociación Cuba-Cooperation buscaban un lugar permanente donde tener una presencia cultural. Fue entonces que el Historiador propuso, en La Habana Vieja, lo que es hoy la Casa Víctor Hugo.
La institución es de las pocas de América Latina que mantiene ese diálogo fluido y constante con Francia a partir de “Hugo”, como llamaban al escritor sus coterráneos en el siglo XIX. No faltan quienes aseguran que es única en la región con ese perfil intercultural y de tributo.
En realidad el francés nunca pisó la angosta calle O`Reilly, ni siquiera estuvo físicamente en Cuba, pero sí supo de esta isla del Caribe, según revela la correspondencia ocasional que mantuvo con cubanos y cubanas, documentos que exhibe la Casa Víctor Hugo. La muestra permanente incluye otras piezas valiosas, entre ellas, una reproducción de la mascarilla mortuoria de Víctor Hugo.
La entidad, inaugurada el 16 de marzo de 2005 en una ceremonia a la que asistió Marie Hugo, descendiente del escritor, ha mantenido una labor ininterrumpida a favor de la promoción del autor, así como de la cultura francesa, de los pueblos francófonos, y su relación con Cuba.
El palacete ubicado en O`Reilly, número 311, fue restaurado gracias al tesón de la Oficina del Historiador y al financiamiento de la asociación gala Cuba Cooperation. Actualmente posee aulas para la enseñanza del idioma francés, una biblioteca de literatura francesa, una sala de lectura, otra de exposiciones de arte contemporáneo y patrimonio de regiones y ciudades de Francia; así como un espacio para proyectar audiovisuales, el cual les ha permitido programar atractivos ciclos de cine francés.
La Casa Víctor Hugo de La Habana (existe una homónima en París), con el auspicio de la Asociación Cuba Cooperation Francia y la Oficina del Historiador de la Ciudad, instituyó en el 2015 el concurso bienal Premio Literario Casa Víctor Hugo, cuyo propósito es estimular la investigación y la creación artístico-literaria referida a los contactos e influencias recíprocas entre las culturas francesa y cubana.
Cuando se hable del legado de la institución que recién ha cumplido 17 años, también hay que mencionar el Coloquio Internacional “Víctor Hugo, visionario de Paz” (noviembre del 2019) al que asistieron más de una decena de ponentes extranjeros, estudiosos de la obra del genial escritor. La página de Facebook de la institución divulgó entonces, a través de la emisión especial de Rencontres Littéraires, entrevistas digitales concedidas por algunos de esos académicos.
Por estos días la Casa hospeda (desde el martes 15 de marzo) la exposición “Rostros paralelos”, del artista cubano Abel Massot, que, como parte de la Jornada de la Francofonía, propone un conjunto de obras en las que se combina la intensidad del dibujo con la capacidad de generar efectos emocionales, a partir del aprovechamiento del espacio y los volúmenes.
Quienes desde hace casi dos décadas han dado sentido y prestigio a la Casa Víctor Hugo de La Habana, institución ha servido para unir los lazos de amistad entre Cuba y Francia, parecerían haber hecho suya la frase del escritor francés que en el prefacio de Hernani, obra maestra de 1830, dijo: “Por trabajoso que nos sea el presente, será hermoso el porvenir”.