Bienaventuranzas y tentaciones

Por: Gabriela Milián, especialista del Gabinete de Patrimonio Musical Esteban Salas

A la espiral ascendente del catálogo discográfico cubano para flauta y piano, acaban de sumarse las Bienaventuranzas, de José María Vitier.

Atesoradas en su más reciente fonograma, al que también ha bautizado con este nombre, las 21 miniaturas se presentan como «un mosaico de emociones personales a través de distintos estilos». Cada pieza posee desarrollos temáticos exquisitos y virtuosos para los intérpretes. Se advierte en ellos el excepcional sello del compositor, matizado por la afinidad hacia el lenguaje de Ignacio Cervantes, Ernesto Lecuona, y su gusto particular por esas formas libres de tratar las melodías, como si coquetearan con las improvisaciones propias del jazz.

No es casual que Vitier convocara a la flautista Niurka González para diagramar juntos este viaje. Además del estrecho intercambio creativo, notable en la complicidad que logran cuando enlazan sus universos sonoros, sus cualidades artísticas la mantienen en el podio como una de las instrumentistas cubanas de más alto vuelo. El lugar que hoy ocupa para la esfera musical de la Isla se asienta en el amplio dominio que demuestra de estilos y repertorios, la vasta paleta de recursos expresivos que es capaz de emplear para enriquecer sus interpretaciones, y, el deleite que provoca escucharla ya sea en grabaciones de estudio o en recitales.

Para celebrar el lanzamiento de este álbum, el Teatro Martí abrazó el pasado 27 de febrero el concierto Tentaciones, sugerente título que evoca la esencia misma del arte en su perenne búsqueda de caminos y verdades diversas, sobre lo cual, Vitier en calidad de anfitrión, pidió al público asistente «no renunciar a ella», bajaron las luces y se hizo silencio. Llegó el momento de disfrutar por primera vez en vivo, una selección de las piezas que conforman el álbum…

José María sorprendió a los presentes ampliando el formato original de sus Bienaventuranzas, con la distinguida voz de Bárbara Llanes, el carisma del multinstrumentista Abel Acosta y la elegancia interpretativa de Yaroldy Abreu. El colofón de la velada fue la aparición en el escenario de la Orquesta de Cámara de La Habana bajo la batuta de la maestra Daiana García, que en un derroche de solidez técnica asumió el reto de acompañar al compositor en algunas obras de su repertorio habitual, arregladas especialmente para la ocasión. A esta pléyade de talentosos músicos se unió la propuesta escenográfica de la artista Silvia Rivero, quien, con sus cuadros, recreó ese espíritu que dio vida a la música; el mismo espíritu «que enuncia el advenimiento de nuevas luces y de tiempos mejores».

El pensamiento de Vitier revela a un artista consolidado dentro de la práctica compositiva. Un artista cuya producción no solo se alinea con la de sus homólogos contemporáneos, sino que trasciende las barreras de lo temporal para colocarse, junto a importantes referentes de la pianística cubana, en el salón consagrado a nuestro patrimonio musical. Su plena madurez, heredera de las tradiciones occidentales clásica y romántica, se mimetiza con las más profundas raíces africanas. El resultado es la concreción de una obra original en su complejidad, audaz en su propuesta y optimista en su mensaje.

 

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