Por Teresa de Jesús Torres Espinosa
La Giraldilla es uno de los símbolos más representativos de La Habana y el más antiguo. Leyenda de amor, historia, arte, símbolo. Todo encerrado en esta estatuilla, realizada por el escultor habanero Jerónimo Martín Pinzón en la tercera década del siglo diecisiete.
El 20 de marzo de 1537 la Corona nombraba al séptimo gobernador español en Cuba, el Adelantado de la Florida y Comendador de la Orden de Santiago, Don Hernando de Soto. El Rey enviaba a este Comendador a la Isla, más que para gobernarla, para preparar una expedición a La Florida, por la cercanía de Cuba a la península descubierta por Ponce de León.
Llamado primeramente de Carenas, el puerto de La Habana era punto de reunión de todas las flotillas españolas en el Nuevo Mundo, y también punto de mira de cuanto corsario o pirata infestaba el Caribe.
Cuando dos años después viajó hacia La Florida Hernando de Soto, al frente de una expedición, por orden expresa del Gobernador, su esposa, Doña Isabel de Bobadilla, se hizo cargo de la administración del país. Cuenta la leyenda que desde ese día, más que atender al gobierno, Doña Isabel se pasaba horas enteras en lo más alto del castillo, en espera de una nave que trajera a su esposo.
Soto nunca regresó, murió junto al Río Missisipi el 30 de junio de 1540, pero su enamorada esposa continuaba esperándolo. Asevera el mito que esta gran pasión de Isabel por Hernando inspiró al escultor Martín Pinzón para concebir La Giraldilla, fundida en bronce y situada en la parte más alta del baluarte noroeste del Castillo de La Real Fuerza, por el gobernador Juan de Bitrián y Viamontes, entre 1630 y 1534.
La Giraldilla es una veleta, con figura de mujer, que sostiene en su mano derecha una palma de la que solo conserva el tronco; y en su izquierda, un asta, la Cruz de Calatrava, orden a la que pertenecía el gobernador. Posee 110 centímetros de alto, exhibe en su pecho un medallón con el nombre del autor y tiene la falda recogida sobre su muslo derecho. Doña Isabel de Bobadilla sufrió mucho por la muerte de su esposo, pero no murió de amor. Retornó a España, junto a sus familiares y los cuantiosos bienes heredados de su cónyuge.