Por Teresa de Jesús Torres Espinosa
El ingeniero Francisco de Albear fue autor de numerosas obras de beneficio social en Cuba, y también su fecunda existencia abarcó su activa participación en diversas instituciones científicas. A la entrada de la calle Obispo, en La Habana Vieja, se erige un monumento que evoca al insigne experto.
Nacido en el Castillo de los Tres Reyes del Morro de La Habana, el 11 de enero de 1816, a los 16 años de edad viajó hacia España para realizar los exámenes de ingreso a la Academia de Ingenieros de Guadalajara y se graduó cuatro años después.
Hasta 1854 Albear intervino en la realización de más de 180 obras, como faros, muelles, puentes, edificios y carreteras, entre ellas, el levantamiento del plano de La Habana, la instalación de las primeras líneas telegráficas, y la remodelación y ampliación de los muelles del puerto habanero.
Ahora bien, la obra que por su relevancia consagraría a Francisco de Albear fue su Proyecto de conducción a La Habana de las aguas de los manantiales de Vento, en 1855. Pasados seis años sería colocada su primera piedra.
Tomando en consideración la complejidad de la obra a la que dedicaría los últimos treinta años de su vida, Albear concibió su realización en dos etapas. Sin embargo, la conclusión de aquel magno empeño, en 1893, trascendería la existencia física de su artífice, quien falleció en octubre de 1887. El coronel de ingenieros Joaquín Ruiz mantendría el proyecto original de su maestro.
No obstante, Francisco de Albear, tuvo en vida la satisfacción de ver su iniciativa premiada en la Exposición Universal de París, en 1878, donde obtuvo medalla de oro, con una mención honorífica que lo inmortalizó para la posteridad. Se le otorgó “como premio a su trabajo, digno de estudio hasta en sus menores detalles, y que puede ser considerado como una obra maestra”. A más de 125 años de su puesta en funcionamiento, el Acueducto de Albear continúa hoy en explotación.