Por Teresa de Jesús Torres Espinosa
La Casa del Benemérito de las Américas Benito Juárez acogerá esta tarde, 1ero de noviembre, las celebraciones por el Día de los Muertos y el aniversario 33 de la institución, con un altar similar a los realizados en el país azteca. Esta vez, el ya tradicional retablo estará dedicado a los poetas Cintio Vitier (Cuba) y Efraín Huerta (México).
Narrador, ensayista y crítico cubano, Cintio Vitier Bolaños (Cuba, 1921 – 2009) está considerado la gran figura de la crítica erudita en la Isla caribeña. Fue dueño de una poesía de las más complejas de las letras hispanas, y de una prosa exquisita; renovador de la novelística nacional y gran conocedor de la obra de José Martí.
Vitier representa uno de los escritores más significativos de todos los tiempos. Estuvo vinculado en sus comienzos al grupo de la Revista Orígenes, junto con otros nombres destacados de la literatura cubana, como José Lezama Lima, Eliseo Diego o Fina García Marruz, conocidos como La Generación de Orígenes. Poseedor, además, de una vasta obra publicada que abarca poesía, ensayo, narrativa, crítica y traducciones.
Efraín Huerta (México, 1914 – 1982) fue un poeta y periodista mexicano. Se dedicó a la poesía desde una edad temprana, aunque en sus inicios pretendía recibirse como abogado. No obstante, cuando se publicó su primer libro de poesía, se dedicó a la escritura completamente.
Como poeta, publicó con frecuencia desde 1930 hasta 1982, en tanto en funciones de periodista colaboró con alrededor de cuarenta periódicos y revistas, algunos bajo su nombre y otros con seudónimos. Políticamente activo, y partidario de la República Española durante la Segunda Guerra Mundial, fundó la revista Taller. Toda su vida difundió aforismos y pequeñas líneas humorísticas y, en los años sesenta, creó una nueva forma poética a la que bautizó como “poemínimo”.
Cada año el Día de los Muertos coincide con el cumpleaños de la popularmente llamada Casa de México, principal difusora de la cultura del país azteco en Cuba y cuyo propósito ha sido convertirse en un espacio de fiesta, fraternidad y solidaridad con los mexicanos.
Se trata de una de las costumbres más simbólicas y antiguas en México, que data de los tiempos prehispánicos; con la llegada de los españoles se le incorporaron nuevos símbolos. En esa nación se asume a la familia compuesta por los vivos y los muertos, por lo que el 2 de noviembre los difuntos vienen a visitar a sus familiares, quienes les dedican ofrendas que a ellos les gustaban.
Se dice que ya en la era prehispánica se tenía la práctica de conservar los cráneos de los difuntos como trofeos. Estos eran exhibidos durante los rituales que simbolizaban la muerte y el renacimiento.
Actualmente las personas visitan los cementerios para convivir con las almas de sus seres queridos; se decoran sus lápidas y se cocinan los platos preferidos de los fallecidos.
Con la llegada de los españoles se hizo coincidir la festividad indígena con la católica: Día de los Fieles Difuntos y Día de Todos los Santos, el 1ero y 2 de noviembre, respectivamente.
Los altares exhiben la imagen de un santo, las almas del purgatorio; sal para purificar, pan de muerto -comida tradicional de esta fecha-, alimentos favoritos del fallecido, fotografías y cruz de semillas o frutas. Las flores de cempasúchil son un elemento indispensable en los retablos, al igual que las velas. Tampoco puede faltar un mantel blanco, agua, copal o incienso, calaveritas de azúcar
-otro dulce de la celebración- y papel picado.
La festividad milenaria, con vestigios asociados a las etnias mexica, maya, purépecha y totonaca, fue declarada por la Unesco Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad.