Por Teresa de Jesús Torres Espinosa
La Estatua del Caballero de París es, sin lugar a dudas, una de las de mayor popularidad entre los visitantes cubanos y foráneos que recorren el entorno del Centro Histórico de La Habana. Algunos le toman su mano, otros tocan su barba y casi todos se retratan junto a él.
Situada a la entrada de la Basílica Menor del Convento de San Francisco de Asís, la obra fue esculpida en bronce por el artista santiaguero José Villa Soberón, en homenaje a uno de los personajes más conocidos y emblemáticos que circularon por toda la ciudad.
José María López Lledín, verdadero nombre del Caballero de París, nació en 1899 en la provincia de Lugo, Galicia, España. Sin haber cumplido los 15 años de edad llegó a Cuba, y tuvo varios oficios como empleado en una librería, tienda de flores, oficina de abogados y sirviente en los restaurantes de los hoteles Sevilla, Telégrafo, Inglaterra y Saratoga.
Se dice que perdió el juicio y se convirtió en El Caballero cuando lo arrestaron en 1920 y fue remitido a la prisión del Castillo del Príncipe en La Habana, por un crimen que no había cometido. Alrededor de los años 50 comenzó a deambular por las calles con su barba y pelo desgreñado. Siempre vestía de negro y llevaba una capa, también de ese color, incluso en verano. Cargaba una carpeta con papeles y una bolsa donde portaba sus pertenencias.
Saludaba a todos, discutía sobre religión, política, filosofía y eventos del día, y frecuentaba el Paseo del Prado, la Avenida del Puerto, el Parque Central -donde algunas veces dormía en uno de sus bancos-; las cercanías de la Iglesia de San Francisco de Paula, las calles de Infanta y San Lázaro, o la esquina de 23 y 12, en el Vedado. Solo aceptaba dinero de las personas conocidas, a las que, a su vez, obsequiaba una tarjeta coloreada por él o un cabo de pluma o lápiz entizado con hilos de diferentes colores, un sacapuntas u objeto similar.
En diciembre de 1977, El Caballero fue internado en el Hospital Psiquiátrico de La Habana. Tras ser sometido a exámenes físicos, de laboratorio y psicológicos, su psiquiatra, el Dr. Cazadilla, diagnosticó que padecía de parafrenia, algunas veces considerada como una forma de esquizofrenia. Murió el 11 de julio de 1985. Inicialmente, se enterró en el cementerio de Santiago de las Vegas. Tiempo después, el Historiador de la Ciudad, Dr. Eusebio Leal Spengler, exhumó sus restos, que se trasladaron para el pequeño cementerio del Jardín María Teresa de Calculta, donde hoy reposan.