Por Teresa de Jesús Torres Espinosa
A la memoria de Paulina Pedroso se nombra la sencilla, pero emotiva muestra transitoria, que presenta a sus seguidores en su página de Facebook la Casa Museo José Martí de la Oficina del Historiador de la Ciudad para recordar a quien está considerada como La madre negra de Martí, que falleciera en La Habana el 22 de mayo de 1913.
La exposición virtual reúne imágenes del rostro de Paulina; de los exteriores de la casa suya y de su esposo, Ruperto Pedroso, adquirida por ambos en Tampa, Estados Unidos; y un trozo de madera de esta morada, antes de ser demolida en 1958.
También puede leerse una breve cronología de la relación de Maestro y Paulina, y apreciarse fotografías del parque Amigos de José Martí, en terrenos de la antigua vivienda, así como la tarja que allí inauguró el Frente Cubano Unido de Tampa, el 19 de mayo de 2001.
De origen carabalí, Paulina Hernández nació en Pinar del Río, en 1855; tenía solo dos años de diferencia de edad con el Héroe Nacional. En ocasiones omitida, y, en otros casos, olvidada, resultó para él como una madre.
Se dice que sus padres fueron esclavos emancipados y, antes de su nacimiento, compraron su libertad. A los 33 años emigró a Cayo Hueso, junto con su familia. Contrajo matrimonio con Ruperto Pedroso y ambos compraron una casa en Tampa, que convirtieron en fonda y hostal de huéspedes, fundamentalmente para emigrantes.
Paulina y Ruperto conocieron a Martí en su primera visita a Tampa y se identificaron mucho con su proyecto revolucionario. El matrimonio estuvo dispuesto a ceder su vivienda, único bien material que poseían, y así se lo hicieron saber al prócer en más de una ocasión. Tan fue así que, al fracasar el plan La Fernandina, la familia Pedroso hipotecó el inmueble para entregar el dinero obtenido, en aras del ideal independentista martiano.
Trabajó a favor de la unificación revolucionaria, sobre todo con hombres y mujeres de su raza, quienes le profesaban profundo respeto. En su hogar se fundó La Liga, sociedad análoga a la ya existente en Nueva York para auspiciar la superación cultural de los emigrados negros.
En 1892, en una cena de bienvenida al Delegado del Partido Revolucionario en Tampa, en la que le envenenaron uno de los platos, Martí fue atendido en casa de Paulina. Devenida enfermera, ella veló su sueño, le suministró los medicamentos, atendió sus necesidades y cumplió los cuidados prescriptos por el doctor Barbarrosa, durante los días de gravedad, y luego en la convalecencia.
Al conocerse la muerte del Maestro, en 1895, el periódico Cuba, en Tampa, publicó un texto de Paulina en el que expresó su profundo dolor y el afecto que le tenía: “Te quise como madre, te reverencio como cubana, te idolatro como precursor de nuestra libertad, te lloro como mártir de la Patria. Todos, negros y blancos, ricos o pobres, ilustrados o ignorantes, te rendimos el culto de nuestro amor…”.
Viuda, completamente ciega y enferma, falleció en La Habana en mayo de 1913, a la edad de 58 años. Había pedido que la enterraran junto a una foto que una vez le envió Martí, en la cual él escribió al dorso: “Para Paulina, mi madre negra”.