Palabras de Abel Prieto Jiménez, Presidente de la Casa de las Américas, en el acto de Despedida de Duelo Oficial al doctor Eusebio Leal Spengler, en el Salón de los Pasos Perdidos del Capitolio de La Habana, el 18 de diciembre de 2020, “Año 62 de la Revolución”.
General de Ejército Raúl Castro Ruz; Presidente Díaz-Canel; compañero Lazo; compañero Marrero y demás miembros de la dirección de nuestro Partido y del Gobierno; hijos y familia del querido compañero Eusebio Leal; compañeros de la Oficina del Historiador que trabajaron tantos años con él;
Compañeras y compañeros:
Estamos aquí para cumplir el deber amargo, inevitable, de despedir a Eusebio.
Nuestro pueblo le rindió público homenaje ayer, después de haber llorado su pérdida en la intimidad, muy hondamente, hace más de cuatro meses. La pandemia nos impuso un dolor silencioso y difícil. Sin embargo, el tiempo transcurrido desde aquel 31 de julio —en que la noticia de que Eusebio Leal había muerto nos conmocionó a todos— no ha podido aliviar la desgarradura dejada por su ausencia.
Lo hemos recordado una y otra vez, en todas partes. Hemos añorado su presencia inquieta, su verbo luminoso, su finísimo sentido del humor, su ardiente patriotismo, su fe, su capacidad para soñar utopías y para realizarlas.
Fue un hombre único, imprescindible, de una honestidad ejemplar, de una devoción apasionada por Cuba, su historia, sus símbolos, por los hombres y mujeres que crearon las bases de esta nación, por los que lucharon para conseguir su independencia plena, por los que han defendido esos ideales de generación en generación desde el siglo XIX hasta hoy.
Martiano, fidelista y revolucionario, fue también un cristiano apegado a las doctrinas del Cristo de los pobres; un humanista dotado de una oratoria deslumbrante; un intelectual que combinaba su insaciable sed de conocimiento con la condición de gran fundador, con su entrega heroica a la salvación de la memoria, con su empeño de constante restaurador material y espiritual.
La obra de Eusebio abarcó más, muchísimo más que levantar y embellecer edificios ruinosos y convertirlos en palacios. Se enfrentó con el mismo ímpetu a las ruinas y a la marginalidad, al empobrecimiento moral, y convirtió a las comunidades en protagonistas de esa transformación e hizo crecer a sus integrantes en ese proceso. Niños, adolescentes, jóvenes, ancianos, embarazadas, todos fueron beneficiados por una labor que los favorecía desde todos los puntos de vista; pero particularmente en términos éticos y culturales. Hacía germinar en ellos un particular sentido de pertenencia, una honda satisfacción y una especie de manera nueva de ejercer la dignidad.
Los conceptos que guiaron la restauración de la Habana Vieja, diseñados por Eusebio junto a Fidel, son absolutamente de vanguardia. Nunca vio a su ciudad tan amada como una especie de museo para turistas, concebida como espectáculo, como vitrina, sino como algo vivo, palpitante, repleto de espacios destinados a la población, escuelas, asilos, centros de promoción cultural y de recreación educativa, lugares donde la historia dialoga con el presente.
Recibió a lo largo de su vida incontables distinciones otorgadas por universidades, por gobiernos, por la Unesco, por entidades defensoras del patrimonio, por nuestro propio país, siempre orgulloso de él y de su obra. Pero la distinción que más apreció fue el amor de su pueblo, que se hacía visible todo el tiempo.
Cuando Eusebio recorría la Habana Vieja, cuando guiaba a algún visitante extranjero para mostrarle las maravillas de su ciudad, la gente más humilde interrumpía su paso rápido, lo llamaba familiarmente por su nombre, le estrechaba la mano, le daba unas palmadas en la espalda, le entregaba un papel, le pedía una cita, una foto, y es que esa gente sabía que Eusebio trabajaba obsesivamente, de manera incansable, y sabía también que en el centro de su labor estaban ellos. Sabían que Eusebio trabajaba para ellos.
Recibió además otra distinción que lo hizo sentirse recompensado e íntimamente feliz: la amistad de Fidel y de Raúl. Una relación entrañable, de una lealtad a toda prueba, de un enorme cariño. Veía en ellos —y lo decía de manera magistral— a herederos directos de Céspedes, Agramonte, Maceo, Gómez, Martí.
En su modo tan intenso de vivir la historia pasada y presente, Eusebio defendía con fervor la tesis fidelista del proceso revolucionario que nace en 1868 y llega hasta nuestros días.
Eusebio hizo suya esa Revolución. Se puso a su servicio. Se empeñó en estudiar, en prepararse con ahínco, para serle más útil.
Nacido en un hogar muy muy pobre, tuvo que vencer muchísimos obstáculos para educarse. Alcanzó el sexto grado muy tardíamente, con 16 o 17 años, y su admirable voluntad y su talento le permitieron seguir estudiando, aprobar los exámenes de suficiencia académica, ingresar en la universidad, graduarse como Licenciado en Historia en 1979 y hacerse luego Doctor en Ciencias Históricas.
Después, más allá de los títulos académicos, se convirtió en un Maestro con mayúsculas. Nos dejó lecciones inolvidables. “Muchos son los que fundan, pero pocos los que perseveran”, nos dijo en una ocasión e hizo el elogio de la perseverancia como la virtud que permite afianzar lo conquistado y propicia que eche raíces y sea irreversible. Y es que Eusebio fue un creador perseverante, tenaz, obstinado.
Trabajaba por la belleza, incluso en los mínimos detalles, y se oponía tajantemente a la chapucería y a las tendencias que confunden lo popular cubano con la vulgaridad.
Insistió sin descanso en que el patrimonio no es algo remoto, arqueológico, no es algo que yace en un inmueble antiguo o en las estanterías de los museos. Hizo cuanto pudo para que se reconociera y preservara como una fuente que nos alimenta día a día.
Prestó a la patria un relevante servicio como embajador de lo mejor de la cultura cubana, capaz de tocar a todas las puertas con la seguridad de que esas puertas se abrirían. Mensajero de la verdad de Cuba, de la verdad de la Revolución, la llevó a todos los foros y supo derrotar prejuicios para convencer magistralmente a muchos confundidos.
La misma voluntad de hierro que mostró para estudiar siendo muy joven y para llevar adelante el proyecto de la Habana Vieja la empleó para enfrentar sus padecimientos. Sufrió con estoicismo las arremetidas de la enfermedad, que logró dañarlo físicamente; pero nunca pudo quebrar su espíritu. Siguió haciendo planes, hasta sus últimos días, en medio de dolores atroces, desde su cama de hospital.
Sin embargo, nos preparó para su muerte, a la que se refería siempre con naturalidad. En 2017 nos prometió seguir presente entre nosotros: “Estoy completamente seguro —dijo— de que, cuando ya no viva, cuando ya no vea, seguiré caminando por las calles de la ciudad que tanto he querido”.
Y en una entrevista de octubre de 2019, poco antes del Aniversario 500 de La Habana, se despidió con este testamento vivamente martiano: “No aspiro a nada. No aspiro a eso que llaman posteridad. Solo aspiro a haber sido útil…”.
Y fue efectivamente útil; lo sigue y lo seguirá siendo. Los cubanos de hoy y del futuro tenemos en su obra, en su compromiso revolucionario, en sus valores éticos, un fecundo legado de ideas y principios.
Eusebio, sin ninguna duda, nos sigue acompañando.
(Tomado de Cubadebate)
(Versiones Taquigráficas – Presidencia de la República)