Octavio Paz, nuestro contemporáneo *

Considero un acierto la realización de este panel sobre el Premio Nobel mexicano a pocos días de haberse cumplido los 99 años de su nacimiento, creo que se puede  considerar su realización como un anticipo de lo que en Cuba se organizará, al menos eso pienso con algún optimismo, para conmemorar el centenario de su natalicio en marzo de 2014.

Que se realice en la Casa de México y con el auspicio de la Embajada del hermano país en Cuba son dos elementos adicionales para que nos sintamos satisfechos en la tarde de hoy. Es que en ocasiones he sentido como si la figura de Octavio Paz no existiera en el medio cultural cubano, al menos en el que se mueve oficialmente. Muy pocas son las ocasiones en que se le dedica un panel o una conferencia, no se publica ninguna noticia en torno a su obra o persona y prácticamente no existe para los medios, en resumen, es como si no existiera su enorme presencia literaria y cultural. Recientemente el espacio televisivo Para leer mañana, cuyo guionista es el poeta Pedro López Cervino, le dedicó un hermoso programa. Solo un libro sobre su obra se ha editado en Cuba y relativamente reciente, y muy saludable, es la decisión de Casa de las Américas de publicar un libro con una Valoración múltiple que, afortunada y atinadamente, se le encargó a un especialista como Enrique Saínz, mi compañero de mesa.

Un silencio denso y eficaz ha cubierto pues la obra y la vida del poeta y ensayista mexicano, algo realmente inconcebible atendiendo a la magnitud y perdurabilidad de la obra que gestó durante toda su vida. Además, y no puedo callarlo, su existencia misma debe ser motivo (como es para muchos) de orgullo para Latinoamérica, aún cuando algunas posiciones políticas que asumió hacia el final de su vida sean criticables o al menos debatibles, pero observar esto último es una cosa y renegar de él y de su obra, otra muy diferente.

Analizaré sucintamente los que a mi juicio son los elementos que dimensionan al Paz intelectual y escritor de talla universal. Debo comenzar por enfocar lo que para Paz significó la crítica como ejercicio literario y posición ética. La pasión crítica dominó su vida, como se sabe. Tanto por su admirado Baudelaire, que afirmaba que la crítica era cogida por el cuello desde que intentaba dar el primer paso, como por otro de sus maestros espirituales, Alfonso Reyes, que la llamaba aguafiestas, o la comparaba con el cobrador de alquileres a quien se le cerraban todas las puertas, el joven Paz tuvo la certeza de que el ejercicio de juzgar, difícil y comprometido, significaba un reto intelectual apasionante.

Una de las mayores conclusiones de su vasta obra la sentenció siendo un hombre maduro: la sociedad moderna ha sido fundada por y desde la crítica. Hermana de las artes –Reyes dirá que hermana bastarda–, la crítica cumple un precepto imprescindible para la cultura: en materia de inteligencia  lo único inviolable  es la libertad de pensar. Así se expresó Paz en su discurso de ingreso a El Colegio de México en 1967:

El espíritu crítico es la gran conquista de la edad moderna […] nada hay sagrado o intocable para el pensamiento excepto la libertad de pensar. Un pensamiento que renuncia a la crítica, especialmente a la crítica de sí mismo, no es pensamiento. Sin crítica, es decir, sin rigor y experimentación, no hay ciencia; sin ella tampoco hay arte ni literatura. Inclusive diría que sin ella no hay sociedad sana. En nuestro tiempo creación y crítica son una misma cosa.

Con esta profesión de fe complementó Paz lo que ya había expresado en Los hijos del limo, de que la pasión crítica incluía también, y de forma orgánica, el amor por sus mecanismos de deconstrucción  a la vez que por su objeto, es decir, “crítica apasionada por aquello mismo que niega”. La crítica se basa en la duda y se alimenta de la polémica, de ahí su impertinencia; desde Baudelaire el proceso del pensamiento crítico no es un ave de compañía del arte y la literatura modernos, es arte en sí misma. Esto fue lo que tanto Jorge Cuesta como Xavier Villaurrutia, dos de sus maestros de juventud, habían colocado ante los ojos del joven Paz.

Para encontrar la fórmula de encaminar esa “pasión crítica”, el ensayo fue herramienta imprescindible, de ahí que el mexicano lo puliera gradualmente hasta alcanzar extremos de perfección. Para nuestro escritor,  el ensayo fue como una extensión de su intuición poética, sólo que administrada en el esquema prosístico y racional del lenguaje. Paz siguió la estela de Curthius o de Ortega y Gasset, el ensayo como forma artística del lenguaje.

La fórmula de Paz se movió entre la metáfora crítica y la epistemológica, un método de análisis que le permitió ver profundidades que no muchos habían tocado, y poner en juego múltiples recursos intelectuales que para otros permanecieron dispersos y faltos de conexión. La esencia  de este recurso analítico reside en colocarse en una temporalidad simultánea, abierta, en la que un permanente retorno de los procesos signaba toda su operatoria exegética. Una fórmula realmente eficaz, enigmática y abierta como la polisemia de la propia obra de arte o la metáfora poética.

Fue un autor incómodo, él mismo se preciaba de serlo, condición que se nutrió de su coraje político y su estatura moral, su apego a un humanismo controversial pero espeso, como el de cualquier figura de la Ilustración. Nunca se apartó de las esencias de un socialismo que jamás confundió con el socialismo burocratizado que se practicó en la URSS y en los países del este europeo. Se consideró un gran lector de Carlos Marx y fue un gran interlocutor de lo más sustancioso de la obra del pensador alemán. Al mismo tiempo realizó agudos y devastadores juicios sobre la terrible naturaleza del estado moderno al que calificó de “ogro filantrópico”, pues estudió con rigurosidad los excesos a los que han llegado las maquinarias estatales en la época moderna y contemporánea.

Su actuación social más compleja y discutida se halla en las frecuentes intervenciones en la política de su tiempo. Sin embargo, en octubre de 1968 dio una muestra de dignidad ejemplar cuando renunció a su cargo de Embajador de México en la India debido a la matanza de estudiantes en Tlatelolco. En aquellos amargos instantes escribió:

Cualesquiera que sean las limitaciones de la democracia occidental (y son muchas y gravísimas), sin libertad de crítica y pluralidad de opiniones y grupos no hay vida política… No se puede sacrificar el pensamiento político en aras del desarrrollo económico acelerado, la idea revolucionaria, el prestigio y la infabilidad de un jefe o cualquier otro espejismo análogo … toda dictadura, sea de un hombre o de un partido, desemboca en las dos formas predilectas de la esquizofrenia: el monólogo y el  mausoleo”.

Paz admitió con tristeza que la Revolución Mexicana, aún con sus logros notables en la primera mitad del siglo XX, se había quedado reducida al oportunismo y rigidez de una “burocracia política inserta en un partido estatal y compuesta por especialistas en manipulación de masas”, concluyendo que el país necesitaba con urgencia de una oxigenación democrática que propiciara el fluir de ideas libres.

De su desencanto, primero con las aspiraciones utópicas de las izquierdas, y más tarde con el stalinismo (al que calificó de cruel enfermedad de dichas aspiraciones), pasó Paz directamente al pensamiento que se sustenta en la tradición liberal. Pero ese proceso no fue gratuito sino que significó una dolorosa transición personal de renuncias y desgarraduras morales. Sumado en su juventud a los principios postulados por la Revolución de Octubre, presente en la España de la Guerra Civil como delegado al Congreso de Escritores Antifacistas y manifestando su apoyo militante a los socialistas y republicanos, simpatizante del trostkismo, solidario con las medidas populares y nacionalistas del cardenismo en su país, comenzó a dudar y más tarde a tomar distancia de las posiciones de izquierda oficiales con el Pacto Hitler-Stalin en 1939, con el asesinato de Trostki en 1940, el descubrimiento (atroz para su conciencia y la de muchos otros) de los campos de trabajo forzado en Siberia, el Gulag soviético, y por último, con la conducta de franca repartición de territorios al término de la segunda guerra mundial entre la URSS y las potencias occidentales. Sus estrechas relaciones con intelectuales que representaban una oposición de izquierda en aquellos años como André Breton, George Orwell y Víctor Serge contribuyeron a su desencanto crítico con el socialismo imperante.

Al final de sus días Paz imaginó que entre socialismo y liberalismo se podía sintetizar o hibridar un nuevo tipo de utopía en la que la poesía tendría un papel relevante. No profundizó en esta idea, difícil de concretar como es de suponer, dejándola abierta para quienes quisieran desarrollarla.

No menos crítico fue con el fenómeno creciente y totalizador del mercado, de él dijo:

El mercado del arte […] ciego y sordo, no ama a la literatura ni al riesgo, no sabe ni puede escoger. Su censura no es ideológica: no tiene ideas. Sabe de precios, no de valores […] ha llegado la hora de comenzar una forma radical, más sabia y humana […] y disipar la pesadilla circular del mercado.

Los textos de Paz sobre literatura y arte son atendibles por muchas razones;  primero porque se trata de una mirada que condensa un entramado intelectual cuyos referentes teóricos y filosóficos sobrepasan a los que pueden exhibir la mayoría de los escritores de su tiempo. Añado, eso sí, que están escritos exaltando algo tan necesario y, a la vez, difícil de conseguir en materia de literatura  como es el placer de la lectura: prosa poética, mirada inspirada, pasión crítica.

El modo crítico de Paz partió del cruce de múltiples asociaciones y enlazamientos de saberes, filtrados a través de la prosa poética y adobados con un puñado de generalizaciones provenientes de su enorme erudición, de su mirada afilada y, sobre todo, de la sensibilidad que es consustancial a la poesía. Y la duda, siempre la duda. Tales fueron, a mi juicio, las herramientas utilizadas por Paz.

Una idea de su dimensión intelectual y de su colosal curiosidad de erudito lo da el hecho de que se movió con comodidad dentro del surrealismo francés, la poesía norteamericana, el romanticismo alemán, el tantrismo hindú, el minimalismo escritural japonés y las polémicas políticas de variada  naturaleza. Llevó el mundo a México y a este lo desplegó por el mundo. México fue para él una idea fija, una obsesión, una patria y una matria, al que amó desde la inteligencia y el rigor científico; su libro El laberinto de la soledad, fue un disparo en medio de  la noche en aras de una interpretación objetiva de lo mexicano en su momento. Sorprende siempre el advertir que lo escribió con apenas treinta y seis años de edad.

Sabemos que contó con pocos pero encarnizados críticos (Antonio Alatorre, Rafael Gutiérrez Girardot, Enrique González Rojo, Jorge Aguilar Camín, Xavier Rodríguez Ledesma y Francisco Umbral, entre los más reconocidos), ¿quien de relevancia no los tiene?, pero lo cierto es que gozó en vida, y goza a quince años de su desaparición física, de una indiscutible autoridad intelectual. Octavio Paz es un clásico, esa es la realidad.

Leí hace un año, en un número de la revista de la Universidad de México (nro 95, enero de 2012), un artículo de Jorge Mendoza Romero titulado “La camisa de Montaigne”, y aprecié cómo su magisterio y prestigio se mantienen intactos, cómo Paz sigue siendo un maestro en su propia literatura, desde luego que también en la universal. Con toda seguridad en México su centenario será conmemorado en grande.

Se le puede criticar  su afán crítico totalizador asociado no tanto a su colosal curiosidad como a una manía de inscribir su escritura en un rango de poder o de hegemonía intelectual, dentro de la república letrada mexicana y contemporánea,  pero en el lado opuesto hay que agradecerle mucho más la forma en que supo establecer los vasos comunicantes entre la cultura occidental y  las orientales, entre el México prehispánico y el moderno, entre romanticismo y contemporaneidad, y cuanta zona de conocimiento, que fueron múltiples, supo iluminar con sus lúcidos  ensayos. La modernidad, como un ayer que puede ser un ahora, fue una divisa que ejercitó sistemáticamente.

Espíritu universal, hombre de la Ilustración y del Renacimiento, del tipo intelectual que probablemente sea difícil de encontrar en el futuro como expresó Claude Lévi-Strauss, Octavio Paz fue poseedor de un saber enciclopédico unido a una sensibilidad poética y a una conciencia moral alerta, ingredientes que lo dotaron de una capacidad de análisis muy peculiar.

El vasto recorrido que hizo Paz por las letras y las artes debe verse en paralelo con toda su andadura por la cultura moderna. Para nuestro autor el mundo resultó ser un enorme texto, imperfecto, disperso, sin límites, poblado por innumerables culturas, etnias, idiomas y lenguajes en los que se empeñó, como pocos en su siglo, en establecer o detectar las relaciones de afinidad, correspondencia y oposición entre los signos.

Rafael Acosta de Arriba

La Habana, abril de 2013

* Conferencia en Panel sobre Octavio Paz por los 15 años de su muerte, Casa de México, abril 2013

Comments are closed.