“Mi primera vez en el interior de la Casa de la Obra Pía”
Por: Dr. Arq. Daniel M. Taboada Espiniella
Entré por primera vez en los años 60 tras un grave derrumbe de la esquina que afectó la planta alta e hizo necesario el desalojo de las personas que aún ocupaban algunos espacios en la planta alta, el nivel del ático y la azotea. Subí a la planta alta por una escalera estrecha de acceso público desde Mercaderes a los altos, apoyada en el muro medianero y un tabique, solución muy usada en el centro histórico, para dejar la planta baja libre e independiente para comercio y la planta alta para vivienda en sus distintas modalidades. Así se llegaba al primer descanso de la escalera primitiva, para continuar por ésta hasta el nivel de la planta noble habitada por los antiguos propietarios.
La primera rama de aquella escalera debía estar bajo el relleno, enterrada y oculta a la vista, sólo las cenefas inclinadas denunciaban su posible existencia, que daría sentido al hermoso arco de medio punto, ornamentado pero tapiado, que apenas se veía desde el patio, entre ampliaciones como la crujía añadida y mejoras realizadas por los propios vecinos.
Esta absoluta separación entre planta baja y resto de la casona convenía a los controles mercantiles y de acceso a un área general convertida en almacén en planta baja, que nada tenía en común con los otros niveles convertidos en cuartería, espacio doméstico también conocido a veces como solar en sus últimas modificaciones, aunque la cuartería o casa de inquilinato siempre tuvo más amplitud y condiciones físicas para un núcleo familiar y, a veces, cada núcleo tuvo facilidades sanitarias de baño, mientras que en el solar siempre eran comunes el patio, los baños, cocinas y lavaderos en cada nivel. En este caso, el área destinada a alquileres en planta alta se había ampliado una crujía paralela a Obrapía, a costa del patio primitivo. Los cuartos de la Obra Pía llegaron a ser un tubo espacial, iban desde la ventana con balcón de fachada, hasta la galería de circulación. Cada cuarto empezaba en el vano con balcón en fachada y terminaba en aquella crujía añadida, en total 15 m de largo por 3 m de ancho.
Realmente, la cuartería de la Obra Pía tenía mejores condiciones al ampliarse la planta alta con aquella crujía de circulación, a costa del patio primitivo, crujía que hoy llamaríamos área común de circulación, mucho más tarde a su vez colonizada por cocinitas y bañitos con tanques de agua, habían reducido el patio primitivo a un área descubierta ínfima. Las primeras operaciones constructivas de aquella época fueron demolición y limpieza de tabiques y añadidos, liberando la estructura original y apuntalamiento de las crujías cercanas al derrumbe, para liberar de peso extra al entrepiso y un temerario apuntalamiento de la fachada de la Obra Pía contra las fachadas de enfrente con cerchas que no garantizaban la resistencia, si hubiera pasado un ciclón fuerte, pero por lo menos detenía y arriostraba los muros, dejados libres al perder las techumbres que los cerraban y aislaban de la intemperie.
Lo peor que le puede pasar a la arquitectura patrimonial es el desalojo y, entonces, se trataban de conservar habitadas las estructuras hasta el momento de la intervención. Eso garantizaba la permanencia de molduras, losas de piso de barro o de mármol, carpintería primitiva, herrerías y elementos decorativos originales, como la pintura mural y las cenefas de la Obra Pía.
Con gran sentido de la economía y el reciclaje, la primitiva baranda de balaustres torneados de madera y grueso pasamanos, fue extraída de su posición primitiva y colocada de nuevo en el límite con lo que quedaba de patio abierto. Fue un lento pero permanente proceso de transformación de los espacios, culminando con la división en dos del alto puntal libre de 5.50 o 6 metros. ¡Y surgió la barbacoa!, que duplica de golpe el espacio disponible y logra aún puntales promedio de 2.30 metros.
Ese fenómeno constructivo de la barbacoa, surgido con el crecimiento de la familia y de la tercera edad, reproduce como división celular interna el volumen espacial ocupado, sin variar la volumetría externa del contenedor. Este fenómeno aparece y se desarrolla en La Habana Vieja y otras muchas áreas similares de Cuba, produciendo un hacinamiento de ocupación inhumana y promiscua.
Tanto el tema interesó a una joven artista mexicana, que fue su motivo inspirador para participar en una Bienal de Artes Plásticas de La Habana. Hasta ahora su profunda investigación, además de este comentario, produjo una publicación de su autoría titulado “Trópico Entrópico. Multiplicación del paisaje interior” y recibió en su momento el Premio de la Bienal. La artista Sandra Calvo Guzmán visitó durante años La Habana Vieja, solicitó nuestra asesoría para su proyecto plástico, realizado en materiales reciclados, como tanques de agua y planchas de cartón corrugado.
La exposición fue inaugurada en la Casa de la Obra Pía, ante la sorprendida mirada de decenas de colaboradores anónimos, habitantes de otros tantos lugares similares de La Habana Vieja, sus amigos en La Habana, que asistieron masivamente y se congregaron en la calle hasta que Sandra y sus allegados abrieron el portón del zaguán. Literalmente fuimos arrastrados por aquel tumulto de fanáticos, así me sentí yo. Pasó el tiempo y muchos crecimos en edad y saber, aquel joven que quedó a mi lado durante la exposición en el patio era su novio y actualmente son padres de Leonardo, un hermoso niño. En la próxima Bienal nos reunimos en el Pabellón Cuba, en La Rampa, cuando el que exponía era Humberto, el padre del niño. Ha sido una historia de vida compartida que me incluyó para regocijo mío; ahora la revivo mientras trasmito los valores propios de la arquitectura patrimonial. (Continuará el próximo jueves)
Acotaciones del autor:
- Tanque de agua: Antiguos envases de petróleo o aceite de 55 galones.
Equipo de trabajo:
MsC. Marbelys Giraudy Gómez
Dr. Arq. Daniel Taboada Espiniella
MsC. Denny Cabrera Acosta