Por Teresa de Jesús Torres Espinosa
El maestro Alfonso Menéndez ha saldado una deuda con el teatro vernáculo y sainetero cubano. El director del Anfiteatro de La Habana, desde hace dos décadas, ha cumplido un viejo sueño y obsequiado un musical exclusivamente cubano a su pizpireta Habana, con motivo del medio milenio de su asentamiento definitivo en las márgenes del puerto de Carena.
Del Alhambra al Martí, en cartelera en el icónico teatro, los sábados y domingos, desde el pasado 13 de julio hasta el próximo 1ero de septiembre, es una propuesta de altísimo rigor estético, asentada en una sólida investigación histórica.
De unas dos horas de duración, el brillante espectáculo se presentó, con muy buen tino, en la clausura de la 19 edición del programa Rutas y Andares, donde participaron las más de 435 familias ganadoras del premio mayor, guías, organizadores, directores de museos y otros colaboradores que intervinieron en la realización de esta iniciativa de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana.
Menéndez compiló un repertorio que formó parte de las grandes temporadas de los teatros Alhambra, Payret, Auditórium y Martí, que –de manera inexplicable– estuvo ausente de la radio y la televisión cubanas por décadas. El creador nos remontó a esas grandes piezas, sainetes, romanzas, zarzuelas, canciones y cantos afros de antaño, ahora con una visión renovada y actual.
Así, el público disfrutó de las magníficas voces contemporáneas de Milagros de los Ángeles Soto, Laritza Pulido, Ariagne Reyes, Laura M. Hernández y el tenor Andrés Sánchez Joglar. Antológicas composiciones del teatro musical y vernáculo cubano tomaron vida en este escenario, como A llorar a Papá Montero; Cotí, cotí, cotá; Ay, José; Siempre en mi corazón; Quirino con su tre; un Popurrí de La Bella del Alhambra, y Yambambó, entre otras emblemáticas obras del género criollo.
Me atrevería a afirmar que muchos abuelos rememoraron a grandes figuras e importantes directores, como los maestros Gonzalo Roig, Ernesto Lecuona y Rodrigo Prats, y a genuinas voces del pentagrama musical cubano, entre ellas, Rita Montaner, Alicia Rico, Candita Quintana; primerísimos actores como Luz Gil, Blanca Becerra, Regino López y Arquímedes Pous.
El Coro y la Orquesta del Instituto Cubano de Radio y Televisión ejecutó las obras, bajo la batuta del Maestro Miguel Patterson, quien, además, tuvo la responsabilidad de las orquestaciones de las 26 piezas que fueron interpretadas; en tanto, la dirección coral recayó en la profesora Liagne Reina. Se sumaron, además, el cuerpo de baile del Anfiteatro del Centro Histórico y el Ballet de la Televisión Cubana, con coreografía de Caridad Rodríguez (Caruca) y el propio Alfonso Menéndez.
Las tablas del también llamado Coliseo de las Cien puertas vibraron con la puesta en escena de una propuesta auténtica, criolla y costumbrista, que exhibe una estética digna de admirar, y una sencilla y, a la vez, elegante escenografía.
El espectáculo hizo evocar –quizás hasta con nostalgia– a muchos de los que ya peinan canas melodías inolvidables de otras épocas y hacer que niños, adolescentes y jóvenes descubrieran algunas de sus letras, hasta que, en un cierre familiar, único y estremecedor, todos hicieron una ola con las manos levantadas y corearon a ritmo de conga: “¡Ya llegó el momento en que La Habana está cumpliendo sus 500!”
Hace unos meses el maestro Alfonso Menéndez se preguntó si su joven elenco del Anfiteatro de La Habana podría interpretar –y ser asimilado por el público actual– un repertorio que formó parte, en otras épocas, de las grandes temporadas de los teatros Alhambra, Payret, Auditórium y Martí. Y la respuesta, sin lugar a dudas, es SÍ. ¡Enhorabuena Alfonso!