Por: Natalia Ruíz Galiano
En una suerte de acto de conquista intelectual, el pasado viernes 23 de marzo algunas de las manifestaciones que se han englobado a lo largo de la historia de la humanidad bajo la definición de “artes”, convidaron a un encuentro simultáneo en los espacios del ecléctico palacete del Centro Hispanoamericano de Cultura. Organizado y promocionado como la Tarde de las artes, el nombre asignado al popular evento hizo justicia a lo que sucedió en esa jornada vespertina, en la que las artes plásticas, la música, la literatura, y un día más tarde el teatro, dieron muestras de que las bellas artes cobran aún más esplendor cuanto más tributan, de manera conjunta, al enriquecimiento de la cultura y el espíritu humano.
El encuentro inició con la continuación de un curso de filosofía y arte, Voyeur, que se ha venido desarrollando desde inicios del mes de febrero del presente año y ha contado con la presencia de reconocidas personalidades del ámbito académico cubano, tanto laico como religioso. Temas diversos y actuales se debaten cada tarde de viernes en un espacio destinado a conferencias y talleres.
Inmediatamente después, un panel integrado por el Máster en Ciencias Filológicas y Premio Casa de las Américas 2017 Emilio Jorge Rodríguez y Darío García Luzón, profesor del Departamento de Estudios Teóricos y Sociales de la Cultura de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana, con el tema “La literatura francófona en el caribe y su influencia en la literatura cubana desde los siglos XIX y XX hasta la actualidad”, atrajo la atención de los asistentes. El primero de los ponentes ofreció un acercamiento al capítulo uno de su libro Una suave, tierna línea de montañas azules, en el que traza un recorrido por algunas obras de la literatura cubana de siglos pasados, en las cuales detecta una conexión con la cultura haitiana específicamente a través de la religión (vudú), costumbres, lengua (créole) e historia de este país y con el espacio geográfico e identitario que es el Caribe, del cual formamos parte. En un segundo momento el profesor García Luzón vinculó muy acertadamente a dos poetas, Arthur Rimbaud (Francia, 1854-1891) y Cintio Vitier (Estados Unidos, 1921- La Habana, 2009), quienes, más allá de las distancias temporales y geográficas en que transcurrieron sus vidas, compartieron un modo de hacer, pocas veces logrado por otros artífices del verso escrito: expresar la esencia misma de la creación poética separada de la condición humana, o lo que Rimbaud definiera como el yo-otro. Vale resaltar la presencia en la cita de personalidades de nuestra cultura como son Graciela Chailloux Laffita, Doctora en Ciencias y Profesora e Investigadora Titular de la Universidad de La Habana, y Rodolfo Alpízar, novelista, lingüista y traductor, quien conduce el espacio bimensual Ars Narrandi, en el Centro Hispanoamericano de Cultura.
De la letra escrita hacia las artes visuales transitó el público presente en la inauguración de la exposición Abril es el mes más cruel, de Yornel Martínez. En esta muestra instalativa el creador revisita algunos tópicos ya trabajados en su carrera, en esta ocasión materializados a partir de una resemantización del objeto artístico. Las obras se mantendrán exhibidas en la Sala Cernuda hasta finales del presente mes.
Como cierre de lujo, el Conjunto de Música Antigua Exsulten deleitó al auditorio congregado en la sala-teatro Loynaz, ubicada en el segundo piso del inmueble. Con la representación del pasticcio Lado a Lado, la talentosa agrupación bayamesa hizo reflexionar a los presentes sobre el tema de la no violencia contra la mujer, asunto de indiscutible actualidad en la sociedad cubana. Caracterizado por poseer un repertorio de música barroca, el conjunto dio muestras de su talento para combinar fragmentos de obras de diferentes compositores italianos de los siglos XVII y XVIII, lo cual se tradujo musicalmente en la interpretación de una pieza final exquisita. Uno de los momentos que más conmovió a los espectadores fue la interpretación de un solo compartido entre los violinistas Raúl Vázquez Masó y Adrián Viamontes Machado, en una magistral ejecución de la Ciaccona dell inferno e dell paradiso, obra anónima del siglo XVI. Durante el espectáculo fragmentos musicales de la ópera La serva padrona anticiparían al público la representación, al día siguiente, de una adaptación de la obra original barroca estrenada en 1733 con música de Giovanni Battista Pergolesi y libreto de Genaro Antonio Federico.
Y como el teatro, de entre todas las demás artes, destaca por su larga tradición y síntesis creativa, no podemos dejar de mencionar en estas escasas cuartillas lo que anunciábamos en líneas anteriores, la representación de la ópera de cámara La serva padrona. Nuevamente, el clásico par de sirvientes astutos contra un amo solterón rico y malgeniado —personajes exhaustivamente representados en la historia de la literatura y la dramaturgia universales, que podríamos llamar personajes tipo en las piezas de Molière o en las narraciones del propio Decamerón de Boccaccio , por ejemplo— suben a las tablas en una época distinta de aquella en la que su autor les dio vida (década del 50 del siglo pasado), única modificación del original, vale enfatizar, que sufre la pieza. Siguiendo el curso de la historia teatral, el gran complot trazado por los sirvientes (Serpina y Vespone) tiene un desenlace favorable a ambos; logran engañar al amo (Uberto) y hacen creer a este el supuesto amor profesado hacia él por la sirvienta. Una propuesta de matrimonio y la materialización de las aspiraciones del personaje femenino (serva) de convertirse en señora (padrona) de la casa, son las dos acciones finales de esta ópera cómica. Con puesta en escena a cargo de Inima D´ Fuentes, joven y talentosa actriz, profesora de actuación del Instituto Superior de Arte (ISA) y dirección musical de César Eduardo Ramos, acompañado por la Orquesta de Cámara del ISA, la obra consiguió sin grandes efectismos dramáticos mantener al auditorio expectante durante el desarrollo de la trama. Un profesional elenco de cantantes líricos integrado por Cristina Rodríguez (Serpina), Abdel Roig (Uberto) y Ubail Zamora (Vespone), demostró que los límites de una disciplina son fácilmente franqueables por quienes poseen talento y profesionalidad, pues su hacer en la pieza sobrepasó la interpretación formal de una partitura y devino real y convincente ejercicio de actuación, con toda la espontaneidad, desenvolvimiento y sensibilidad interpretativa que ello implica.
Al final de la tarde, cuando ya se retiraban complacidos los asistentes al espectáculo operístico y los trabajadores del Centro Hispanoamericano de Cultura ultimaban detalles para el cierre de la Institución, más allá del cansancio físico y mental experimentado por todos a causa de las continuas jornadas de trabajo, la satisfacción de la labor conjunta y la excelente recepción del evento por parte del público nos hizo rememorar un conocido refrán que versa “en la unión está la fuerza”.