Por Teresa de Jesús Torres Espinosa
“Estamos conmemorando este año ocho décadas de homenaje ininterrumpido de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana y del pueblo de Cuba a los estudiantes de Medicina”, señaló el Dr. Félix Julio Alfonso, vicedecano del Colegio Universitario San Gerónimo, en el tradicional acto de recordación a quienes fueron injustamente fusilados el 27 de noviembre de 1871.
El Dr. Alfonso recordó los sucesos en la histórica Acera del Louvre, donde se dieron cita jóvenes de la Facultad de Ciencias Médicas, una representación de la Asociación Canaria de Cuba, trabajadores de diferentes instituciones del Centro Histórico habanero y público general.
Evocó que “el 23 de noviembre de 1871 un grupo de 45 estudiantes del primer año de Medicina resultaron acusados arbitrariamente por un hecho que no habían cometido y que fue exagerado adrede por las autoridades colonialistas. Vicente Cobas, el celador del Cementerio de Espada los señaló como responsables de rayar el cristal de la tumba del periodista español Gonzalo de Castañón, director del periódico anticubano La Voz de Cuba, que había muerto un año y medio antes en Cayo Hueso, en un enfrentamiento con un patriota cubano llamado Mateo Orozco”.
La causa del duelo, dijo, se encontraba en que Castañón se había referido públicamente a las mujeres de la emigración cubana, calificándolas de prostitutas. La injusta acusación contra los jóvenes estudiantes fue apoyada por Dionisio López Roberts, el gobernador político de La Habana.
Más adelante, explicó que “un consejo de guerra dictó sentencia de absolución para unos y sanciones menores para otros. Pero los voluntarios protestaron enérgicamente, obligando al general Romualdo Crespo a ordenar un segundo proceso jurídico. Un tribunal integrado por seis capitanes y la misma cantidad del cuerpo de voluntarios, actuando de una manera arbitraria, decidieron encausar a 43 estudiantes con el siniestro propósito de que señalaran a los posibles responsables de la supuesta profanación.
”Tras un oscuro y expedito proceso jurídico caracterizado por reiteradas manipulaciones, de una manera absurda, decidieron pedir la pena máxima para ocho de los estudiantes acusados, para dar un escarmiento a la participación del estudiantado universitario en la insurrección contra el poder español. Entre los otros castigados, ocho fueron condenados a muerte, once fueron sancionados a seis años, veinte a cuatro años y cuatro a seis meses de reclusión carcelaria. Todos los bienes de los procesados quedaron incautados”.
En el acto de recordación, el Dr. Alfonso indicó que “en el grupo había tres adolescentes de 16 y 17 años, y del resto ninguno rebasaba los 21 años de edad. Los estudiantes fueron fusilados a las cuatro y veinte minutos del 27 de noviembre, en la explanada de La Punta. La forma en que los obligaron a enfrentar la muerte fue vejatoria. Los vendaron, les ataron las manos a la espalda, los obligaron a ponerse de rodillas y los fueron ejecutando de dos en dos”.
”Tampoco podemos olvidar a los mártires abakuás que, en una acción temeraria, casi suicida, intentaron en vano salvar la vida de los condenados y fueron cazados a tiros en las calles aledañas al lugar del crimen. También recordamos hoy la inmolación de los cinco héroes negros, ñáñigos anónimos que protagonizaron la protesta armada ante aquel crimen horrendo, el 27 de noviembre de 1871.
”Al conocer lo ocurrido, el capitán del Ejército español Federico Capdevila, que había actuado como abogado de oficio en la defensa de los jóvenes, extrajo su espada, la quebró en público como expresión de protesta y renunció a continuar prestando servicios como oficial de las fuerzas armadas colonialistas. Todavía resuenan sus palabras dignas y valientes, dijo: «Mi obligación como español, mi sagrado deber como defensor, mi honra de caballero y mi pundonor como oficial, es proteger y amparar a los inocentes: lo son mis cuarenta y cinco defendidos».
Seguidamente, recordó que “a muy poca distancia del lugar, al oír las descargas de fusilería, otro capitán, el canario Nicolás Estévanez, reaccionó de forma similar. Estévanez no solo era militar, sino también un político republicano y hombre de cultura, que días antes de la masacre, el 11 de noviembre publicó en La Ilustración Republicana Federal, un artículo titulado «¡Glorias cubanas!», donde se refería con elogio a los poetas Plácido y a Heredia. Poco tiempo después Nicolás Estévanez pedía la licencia absoluta del ejército y el 27 de noviembre, escuchó a lo lejos las descargas de fusilería, mientras ejecutaban a los jóvenes, lo que plasmó en unas notas testimoniales en las que dijo: «Perdí la serenidad al conocer los acontecimientos. Dos camareros me cogieron por el brazo y me escondieron en un patiecito». Solo seis estudiantes fueron absueltos. Entre los otros 31 sancionados, siete fueron condenados a seis años, veinte a cuatro años y cuatro a seis meses de reclusión carcelaria”.
Antes de concluir el acto, el maestro Igor Corcuera Cáceres, director de la Banda Nacional de Conciertos, entregó al Dr. Eusebio Leal Spengler la réplica de la batuta empleada por el fundador de la orquesta Guillermo Tomás Boufartigue, hace 180 años.
Es la primera vez que esa distinción se le entrega a una personalidad fuera del ámbito musical, “por su impronta cultural y por el apoyo durante todos estos años a la Banda Nacional de Conciertos”.