Redacción Habana Radio
Una relación entrañable ha tenido siempre el Historiador de la Ciudad de La Habana, Doctor Eusebio Leal Spengler, con el líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz. Al paso de los años, este es el testimonio de quien ha compartido momentos imborrables con nuestro Comandante.
Así recuerda Leal su primer contacto con Fidel: “Cuando era un adolescente y era la lucha en la Sierra Maestra – yo dibujaba mucho entonces –, realicé un cuaderno entero con todo lo que yo imaginaba que había sido el desembarco del Granma y la lucha de la insurgencia en la Sierra Maestra. A partir de ese momento, y después, comenzó el conocimiento. Triunfó la Revolución, abrió todas las puertas y ventanas a una generación y a varias generaciones, y seguir las palabras de Fidel, que eran compartidas por todo un pueblo, fue para mí más que una sensación y una vivencia: fue un magisterio. Tenía entonces muy pocas letras y muy poco desarrollo intelectual y mucha avidez de conocimiento, y esa apertura de la Revolución significó todo eso. No podía imaginarme que años después comenzaba la obra de restauración del Palacio de los Capitanes Generales y tendría la oportunidad de conocerlo.
”El primer encuentro con Fidel fue en el Centro Histórico habanero, porque estando yo en la Unión Soviética, como parte de una delegación, él vino al Museo de La Habana pero no me encontró – ya Celia Sánchez le había hablado de mí –. Entonces, en una segunda vuelta en que él viene de visita al Centro Histórico fue el instante del conocerse. A partir de ese momento comenzó una aventura muy grande de espíritu para mí.
”De más está decir que solamente él y por él entro yo en lo que un amigo ha llamado el torrente, la marea de la Revolución. Él fue el que me llevó, porque él tuvo la visión amplísima, tempranamente revelada, de que no podía hacerse esa Revolución sin contar con personas que eran o singulares o no eran ese momento parte de lo que comúnmente se tenía como la idea de la Revolución; quiere decir, las ideas del socialismo científico – yo venía de una formación cristiana, sólida –. Pero él fue, y su pensamiento fue. Posteriormente ya a lo largo de la vida, surgió esa amistad de mí para él y muy generosa de él para mí”.
Así nos sigue hablando el Historiador: “Fidel es un hombre de la cultura, un pensador; un hombre que se prepara, que estudia, que nunca cree suficiente el conocimiento adquirido; que somete a críticas sistemáticamente, a tal punto que tú no puedes ir nunca ante él no preparado. Aprendí que él iniciaba las conversaciones y que no se podía improvisar delante de él nada en la cual uno no tuviese la certeza de que poseía el conocimiento, porque él se preparaba, estudiaba, y llegó a acumular un caudal tal que, como han escrito algunos biógrafos, no se puede de ninguna manera hablar de él sin pensar en su sólida formación cristiana, en su sólida formación marxista, en su sólida formación revolucionaria universal.
”Fidel es, ante todo, un revolucionario. Es un hombre que rechaza todo dogma, que reinterpreta continuamente la realidad, que cree sinceramente en las capacidades del hombre, en el internacionalismo, en la vocación redentora de todo revolucionario. Eso es lo que lo aproxima y lo acerca a los mejores valores y, desde luego, Martí fue su inspirador porque Martí fue el más agudo, el más intenso intérprete de la realidad de su tiempo, el más profundo conocedor de los cubanos y, por ende, su inspirador”.
Sobre la vocación patrimonialista de Fidel, Leal apunta: “Ni el patrimonio se vende – y este era un criterio de él – y la cultura es lo más importante, como afirmó en el memorable Congreso de la UNEAC, y es lo primero que tenemos que salvar. Y la necesidad de hacer realidad el pensamiento de Marx de que solo yendo de lo general a lo particular, y viceversa, se puede alcanzar una visión completa del mundo. Me llamó a su servicio durante un tiempo largo. Estuve junto a él en momentos muy determinantes, lo acompañé en el memorable 5 de agosto. Estuve con él en muchos viajes al exterior. Estuve con él en el conocimiento de Hugo Rafael Chávez. Estuve con él después en los días angustiosos del Período Especial, y en las noches en que como pensador y abogado y como hombre de estado redactó el decreto ley que dio el paso más avanzado sobre la preservación del Centro Histórico, que no se ha dado, creo yo, en ningún lugar del mundo. Él tuvo esa visión. Lo vi sereno y tranquilo; lo vi como un ser humano de una gran austeridad personal; lo vi capaz de prescindir de todo, excepto de lo esencial; lo vi también encolerizado, que es como una fuerza de la naturaleza. Así es y era profundamente generoso”.
El Historiador de la Ciudad también ha sido testigo de instantes muy íntimos, muy privados, como el espacio donde él solía trabajar diariamente, y hay detalles que no escaparon a su percepción. Así los evoca: “La mesa, por ejemplo, y su concentración que era una lección porque permanentemente, en el silencio del lugar, de pronto preguntaba de un tema determinado, o lo conversábamos o lo hablábamos. Lo vi pocas veces sentado en el escritorio, siempre marchando en la habitación donde siempre tenía las flores puestas. Le ponían los periódicos, la prensa, y sobre todo la silla donde se sentaba junto a la mesa, y allí en ese sitio escuchaba con mucha paciencia. Muchos creen que hay que oír a Fidel. Sí, se le oía mucho, pero él oye mucho, y en esa reflexión perenne él mueve solamente la mano. Un día uno de sus colaboradores decidió que era necesario restaurar las butacas, las sillas y cuando llegaron a una de ellas dijo que no, esa no. Ese cuero que estaba gastado, blanquecino, lo gasté trabajando, afirmó él. Y algo llamaba la atención también: en el lugar donde ponía la mano había un hueco en el portabrazo, y era el del dedo golpeando mientras escuchaba y en aquella resistencia de la majagua, que es dura, se abrió. Yo decía que era el símbolo de su paciencia para escuchar.
”Lo conocí así, lo ví así y lo acompañé así. Siempre muy pulcro; una vez le llamó mucho la atención un pañuelo bordado que yo llevaba en ocasiones de solemnidades. Entonces, en un gesto muy suyo se acarició un poco la barba y me dijo que le dejara ver el pañuelo. Estaba bordado con una L. Le digo: le doy mi lealtad a cambio de su fidelidad. Inmediatamente sacó su pañuelo y me lo dio. Y lo conservo, imagino que él conserve el mío”.
Del Fidel orador y del Fidel hombre del mundo, hombre estadista, nos habla también el Historiador de La Habana: “Puede orar horas. Sin embargo, es capaz de hacer un discurso espectacular, un discurso breve de una cuartilla y también ahí es capaz de decirlo todo. Quiere decir, no necesita del tiempo – o más bien ese tiempo lo ha necesitado una labor pedagógica –. Él vuelve sobre las ideas una y otra vez con la serenidad del que explica, y eso se ve mucho en el control de sus movimientos. Después cuando él sube al clímax de lo que quiere explicar, baja y saca las conclusiones con una rapidez enorme. Ahí su formación oratoria y su escuela que está basada en los clásicos y en el pensamiento latinoamericano y, sobre todo, en la palabra electrizante de Bolívar y en la palabra maravillosa de Martí: esas son sus claves”.
Leal también nos habla de su relación de amistad con Fidel: “Fue amigo de mi mamá. Mi mamá lo quería mucho; él también a ella la quiso mucho, con muchísimo cariño. Mi mamá se permitía hablar con él como yo nunca lo hice, desde la altitud de sus años. Lo segundo, fue un amigo porque cuando tuve algún problema personal, apartaba rápidamente, como suele hacerlo, y escuchaba, y si estaba en sus manos daba una solución a cualquier problema. Le gusta todo menos el engaño y la simulación. Ne le gustan tampoco las omisiones. Con él hay que estar dispuesto a la verdad, y con ella responde tranquilo y sereno, breve, y da la solución”.
“Hay que querer a Fidel porque su vida fue consagración, y lo ha sido. Ha sido ejemplo. Es un hombre, yo nunca la he divinizado ni lo he convertido en infalible. Creo que la lealtad y la incondicionalidad al líder de una Revolución está en el culto a la verdad, y él requiere perennemente la verdad. Se informa, estudia, conoce al mundo, y por eso sobrevivió a la revolución universal; hizo la suya y la vio en todas las etapas de su historia”, concluye Leal.