Tomado del sitio web Habana Radio
Por Eydi Sanamé Flores
Fotos: Cristian Erland
“Él es ya un mito de la sociedad cubana”, sintetizó la Premio Nacional de Ciencias Sociales, Doctora Ana Cairo, durante el homenaje realizado en la mañana de este miércoles 9 de noviembre en la Universidad de las Artes (ISA), a “un personaje llamado Eusebio”, como el propio Historiador se ha calificado.
“Como el Caballero de París, como los monumentos – señaló la investigadora –, Eusebio es ese personaje que puede aparecer en cualquier cuadra de La Habana Vieja. Él es una parte de ella. Sin embargo, él ha hecho una contribución a la cultura cubana, más allá de conservar el patrimonio, una contribución que no hemos valorado todavía”.
La Doctora Ana Cairo junto al Historiador de la Ciudad
Antes, le habían sido enumeradas al auditorio sus más de tres cuartillas de méritos y reconocimientos, mientras el Doctor Leal, cabeza abajo y mirando al suelo, reflexionaba. “Me importa la persona, no la obra”, ha reiterado en sus más recientes apariciones públicas cada vez que es depositario de elogios.
Pero Leal siempre está dispuesto a conversar sobre Cuba y acepta gustoso las invitaciones, sobre todo si hay jóvenes en el auditorio. “Es tiempo ya de que aparezcan esos jóvenes encargados de la continuidad, que no se sienten a esperar por nombramientos para cumplir con su deber. A mí no me nombró nadie”, expresó durante la develación de una placa rememorativa el pasado mes en el Museo de la Ciudad.
Esa determinación de “hacerse uno mismo”, de cumplir con su destino, esa “construcción de la comunidad de fines, de intereses, de proyectos que nos van a sobrepasar a todos, pero que le dan a él y a nosotros un sentido de la vida”, es, en palabras de Ana Cairo, la contribución más importante del Historiador a la cultura cubana.
En momentos de una gran crisis moral y ética como la que atraviesa Cuba, según explicó Cairo, es en hombres como Leal donde se pueden encontrar fuerzas y referentes; Leal pertenece a la estirpe de hombres como Maceo, que salieron de las raíces más humildes, y se hicieron a ellos mismos; se enfrentaron a todas las dificultades.
“Leal es un paradigma de la cultura cubana de finales del siglo XX y principios del siglo XXI. Pasó de ser el muchacho que apenas había terminado la primaria cuando triunfó la Revolución, a ser el intelectual de más reconocimiento internacional en Cuba”, señaló Cairo.
“Volé como la lechuza”, dijo Leal jocoso y en complicidad, aludiendo a su propia recuperación tras una enfermedad que lo alejó de la vida pública a inicios del pasado año, y la cual logró superar cuando – según él mismo confesó – ya le habían mandado a buscar hasta un sacerdote, y sus allegados, y más fieles amigos, ya se habían despedido de él.
Como narra el Historiador, en medio de la restauración del Museo de la Ciudad, los colaboradores le traen en una caja una lechuza que a simple vista parecía muerta, y justo cuando él va a agarrarla, el ave voló impredecible fuera de la jaula. Así de impredecible fue su propio resurgir, tras lo que comparte lecciones de vida: “Con apenas un tercer grado mi madre me puso a trabajar en la bodega del asturiano Don Rogelio Hevia, quien fue bueno y clemente, y allí comencé limpiando, y luego haciendo muchos menesteres”.
Ya en la primaria una querida maestra le había aconsejado a un indisciplinado estudiante – reconoce Leal –, como en el prólogo del libro “Corazón”, de Edmundo de Amicis: “Eusebio, estudia”.
Momentos del homenaje
“Y aprendí – reflexiona –. Aprendí que en la vida hay que saber escuchar y no hablar. Lo que se hable tiene que ser como lo que está escrito en la puerta del convento: hablar poco y con criterio, para ser certeros. Aprendí que para llegar a la primera fila – y este es también un consejo evangélico – hay que sentarse en la segunda o en la tercera. Aprendí que había que leer mucho, y escuchar, por eso me fui a conocer a Fernando Ortiz, a Emilio Roig, sin imaginar jamás que se convertiría en mi tutor”.
“Aprendí en la Facultad Obrero Campesina; aprendí como alfabetizador, que nunca es tarde para aprender. Me tocó una anciana venerable que cuando finalmente aprendió a firmar y luego a escribir, fue su más grande felicidad… y la mía”, apuntó.
“Aprendí que la mejor forma de no temer al soldado es serlo, como decía Martí; pero sobre todo aprendí que lo más importante, honestamente, en la vida, es la sencillez”, sentenció Leal.