Luis E. Camejo ha colmado la visualidad cubana con ciudades de muchas partes del mundo. De manera sostenida, constante, acumulando saberes, información y experiencias, ha ido siempre más allá de los contextos físicos y culturales inmediatos que le pertenecen por derecho propio para seducirnos con otras atmósferas y ambientes alejados de nosotros. No se ha contentado con La Habana y mucho menos con Pinar del Río, donde nació, como avisándonos que el mundo no le es ancho ni ajeno sino todo lo contrario y, en lo esencial,fuente de conocimiento inagotable para alimentar sensibilidades. Para él cualquier ciudad, por pequeña o grande que sea, despide aromas intensos y visiones inigualables capaces de encender nuestras luces interiores, dotarnos de energía y pasión que,básicamente, los creadores atrapan a un solo golpe de vista o viviendo en ellas durante cierto tiempo.
Toda la cultura universal y local parece concentrarse en ese tejido urbano que sirve de escenario cotidiano a nuestras vidas y que ha alimentado desde muchos años atrás la fantasía de escritores, ensayistas, artistas visuales, cineastas. Con sólo repasar los textos de Alejandro Dumas, Charles Dickens, George Simenon, Alejo Carpentier, Carlos Fuentes, o los filmes de Jean-LucGodard,Woody Allen, Federico Fellini, bastaría para reconocer la importancia de las urbes antiguas y modernas en el imaginario de generaciones a un lado y otro del planeta.
Para Camejo no es suficiente vivir y trabajar en una envejecida azotea de la calle Infanta, aislado del escándalo de ómnibus, automóviles, vendedores y peatones que diariamente oscilan en busca de cosas necesarias o poco trascendentes de la vida. Sus ojos recorren vastos territorios urbanos del mundo aunque lo encontremos observando un cercano y marchito edificio de apartamentos, o la cúpula casi blanca del Capitolio Nacional, desde ese espacio familiaren lo alto donde el calor y la lluvia parecen arrasar todo una tarde cualquiera de junio mientras él pinta sobre lienzos y cartulinas. Su cuerpo puede deambular por el vórtice de estaangustiada ciudad que no sabe morirse, pero su sensibilidad y pensamiento hurgan constantemente en los rincones de su joven memoria buscando imágenes que le devuelvan la certeza de otras vidas y otros entornos apartados de la inmediatezque le rodea.
Su andar por el planeta no lo extenúa ni melancoliza a pesar de su silencio corporal y hablar pausado. Detrás de esos diminutos ojos apenas vislumbrados debajo de una enmarañada cabellera, fragua en su interior una suerte de mapamundi donde la geografía con sus ríos y montañas, bahías y volcanes, mares y costas, es ahora sustituida por un mapa urbis con autos, canales artificiales, murallas, semáforos, torres, aceras, vidrios y plazas en armoniosa soledad o plagado de gentes.
Camejo ha captado con escasos elementos la atmósfera de algunas importantes ciudades del planeta, dotado de visiones contemporáneas y técnicas antiquísimas como la pintura y la acuarela. En esta última, su oficio le permite manejar los delicados trazos del pincel aguado apenas rozando el naturalismo o el hiperrealismo para advertirnos de un conocimiento profundo de la acuarela, y que comparte con la pintura de modo ejemplar sin decidirse en cuál de ellas se siente mejor, a sus anchas verdaderas. Su perspectiva es auténticamente fotográfica: de ahí que nos revela un instante tal vez decisivo en cada obra suya, suficiente para captar la belleza de la arquitectura y el trazado urbano. Se trata de narraciones mínimas, sintéticas, sin énfasis en su significado histórico sino en su contemporaneidad a prueba de décadas, siglos. Lo que ha resistido la prueba del tiempo, él nos lo devuelve moderno, contemporáneo. El viejo faro del Morro a la entrada de la bahía habanera ocupa su lugar ahora junto al rutilante crucero turístico recién llegado y autos decadentes y andamios que celebran la fusión de épocas distintas en una sola imagen. Igual sucede con el flamante helicóptero sobrevolando el escenario de un malecón añejo y aburrido: no hace falta más para captar el sentido de una ciudad que resiste desesperada la historia y se mantiene respirando aún.
Su destreza en la acuarela lo convierte en un espécimen curioso en el arte cubano pues son muy contados en Cuba quienes utilizan esta técnica. Es un continuador tardío de Durero, Van Dyck, Piranesi, Turner, Cézanne, Dufy, Grosz, Klee, deslumbrado por los efectos de varias capas sobre soportes diversos y en variedad de formatos hasta alcanzar, en ocasiones, casi los 2 metros: de ahí sus poéticas y atentas imágenes de Barcelona, La Habana y Nueva York. Camejo no le teme al diálogo entre acuarelas y pinturas (aunque con esta nos hallamos más familiarizados en su caso) propuesto en esta exposición.Ambas tienen en común una cierta tonalidad cromática privilegiada por un color específico que define y recrea la totalidad de la obra: asídesea centrar su atención en el espíritu emanado, filtrado, de cada ciudad a la que se asoma como un viajero, como alguien capaz de tomar apuntes esenciales, prístinos, a su paso por ellas. De su obra pictórica emergenentonces con fuerza ante nosotros Los Ángeles, Venecia, Madrid, Paris, Miami, La Habana, Zhenzhen.
Son dos modos de expresar también sus emociones y obsesiones en una cultura artísticaque,últimamente, amenaza con olvidar o relegar aquello que no se inserta de manera armoniosa en sus territorios o rechaza sus dictados formales, simbólicos, estructurales, técnicos.
Camejo mantiene viva la idea de que el arte no reconoce tiempos ni etapas, modelos o dictaduras, esquemas, pero sí las especificidades de cada expresión aun cuando hoy se sienten amenazadas y corroídas por la fragilidad de sus fronteras y un espesor significativo de contaminaciones. Su defensa de las tradiciones artísticas le añade una rara singularidad en nuestra visualidadque permite definirle todavía como pintor y acuarelista (con todo lo extemporáneo y demodé que nos puede parecer este término). Ha sabido resignificar la acuarela y la pintura para colocarlas en nuevos espacios de la percepción, tan atropellada quizás por la velocidad de las imágenes en movimiento que apenas nos deja descansar en el día. Su fidelidad y constancia es absoluta, como afirmando que nació para ejercer orgullosamente estos añejos oficios en pleno siglo xxi.