Se trata de un violín fabricado en la villa italiana de Treviso en 1764 y que perteneció a Wolfgang Amadeus Mozart
Tomado del sitio web Granma
Por Pedro de la Hoz
El instrumento es una reliquia. Perteneció a Wolfgang Amadeus Mozart (1756–1791) y en sus manos vibró una y otra vez en las veladas de cámara que animó en Viena a partir de 1782, después del matrimonio con Constanze Weber y libre de las ataduras con el arzobispo de Salzburgo, quien no supo apreciar el genio del compositor.
Se trata de un violín fabricado en la villa italiana de Treviso en 1764 por el lutier Pietro Antonio dalla Costa, quien a la muerte de Mozart lo vendió al editor Johann Anton Andre y este a su vez lo transfirió en custodia a su socio Heinrich Henkel, para que uno de sus hijos, Karl, violinista profesional, lo tocara.
Como suele suceder con ciertos valores patrimoniales, un coleccionista lo adquirió en 1909 y lo ocultó a los ojos y oídos del mundo, y otro también lo silenció, hasta que Nicola Leibinger-Kammuller lo rescató en el 2013 y lo puso a disposición de la Fundación Mozarteum de Salzburgo.
Justamente la Fundación, con motivo de la visita oficial del Presidente de Austria a nuestro país y en virtud de la estrecha colaboración con el Lyceum Mozartiano de La Habana, que dirige el maestro Ulises Hernández, acaba de traer esa pieza de museo a Cuba, no para exhibirla, sino para hacerla sonar en el ámbito del Oratorio San Felipe Neri.
Sin embargo, un violín es nada sin el violinista y Johannes Honsig-Erlenburg, presidente de la Fundación Mozarteum, hizo viajar a la Isla a Frank Stadler, quien ya se había familiarizado con el histórico instrumento durante una gira por Japón.
Concertino por más de 15 años de la Sinfónica salzburguesa, y solista invitado de prestigiosas orquestas en Viena, Tokio, Nuremberg, Stuttgart y Munich, Stadler es como si hubiera incorporado a su código genético el estilo mozartiano.
Pero justo es decir, en términos ciclísticos, que Stadler no se escapó del pelotón. Los músicos cubanos que le arroparon en la velada del pasado martes han alcanzado un apreciable grado de maestría y plena comprensión de las exigencias del discurso de uno de los compositores más sobresalientes del clasicismo europeo. Son jóvenes egresados y estudiantes del Instituto Superior de Arte y el conservatorio Amadeo Roldán, algunos con más experiencia que otros, pero todos imbuidos de admirable disciplina y sentido del goce musical.
Las piezas seleccionadas para la velada transpiran el genio y el ingenio de Mozart. Entre su abundante repertorio de cámara, casi nadie puede sustraerse del encanto del Quinteto con clarinete en La mayor, con el numeral 581 en el catálogo de Kochel, el cual fue visceralmente disfrutado por un auditorio que valoró, además de las dotes de Stadler, el trabajo de conjunto, y de manera puntual el papel de Jenny Peña en el segundo violín y, especialmente, del clarinetista guantanamero Arístides Porto.
Luego, con el Concierto para violín y orquesta en Re mayor, K. 218, escrito en 1775, vino una de las piezas emblemáticas para ese instrumento, por la inclusión de memorables pasajes virtuosos, la brillantez del desarrollo temático en los tres movimientos y la oportunidad para que el solista se luzca en las cadenzas, como lo hizo Stadler.
Pero también hay que resaltar el desempeño de la orquesta del Lyceum y su director José Antonio Méndez Padrón: empaste adecuado, compacta fluidez, línea de canto bien definidas y dinámica precisa, como para recordarnos que Mozart es, después de todo, un contemporáneo.