Presentación del libro Toma de La Habana por los ingleses. Selección de textos de la Colección del Bicentenario de 1762

Por Nancy Alonso*

En el año 1962 la Oficina del Historiador de la Ciudad publicó, bajo la dirección de Emilio Roig de Leuchsenring, la Colección del Bicentenario, como parte de las conmemoraciones por los doscientos años de la toma de La Habana por los ingleses. En esa colección se incluyeron, en siete volúmenes, las obras más significativas, conocidas hasta esa fecha, so­bre aquellos sucesos ocurridos entre 1762 y 1763:

 

Tomo 1: Don Luis de Velasco, de José Antonio y Alfredo del Río (sobre el oficial      español que dirigió la defensa del castillo del Morro).

Tomo 2: Cuba: monografía histórica que comprende desde la pérdida de La Habana hasta la restauración española, de Antonio Bachiller y Morales.

Tomo 3: Historia de la conquista de La Habana por los ingleses, de Pedro José Guiteras.

Tomo 4: Cómo vio Jacobo de la Pezuela la toma de La Habana por los ingleses (selección de textos de ese historiador).

Tomo 5: Pepe Antonio, biografía del héroe popular cubano José Antonio Gómez de Bullones, de Juan Florencio García.

Tomo 6: Cómo vio Antonio J. Valdés la toma de La Habana por los ingleses (selección de textos de ese historiador).

Tomo 7: La dominación inglesa en La Habana. Libro de cabildos: 1762-1763.

 

Emilio Roig, quien prologara todos los tomos, quiso mostrar con esta colección, las distintas visiones sobre aquel hecho, condicionadas por muchos factores, como el tiempo transcurrido entre los sucesos descritos y la fecha y el lugar de nacimiento de los historiadores; así como por los documentos a los que ellos tuvieron acceso, y la agudeza investigativa de cada cual.

La Oficina del Historiador de la Ciudad ha considerado pertinente reeditar una selección de textos de la Colección del Bicentenario, no solo para que las actuales generaciones de lectores accedan a textos sobre aquellos acontecimientos, sino también para que conozcan y valoren la labor de divulgación cultural desplegada por Emilio Roig.

El libro que hoy presentamos recoge, íntegros, dos tomos de la colección y también contiene un Apéndice con algunos documentos notables, y complementarios, que aparecen en las obras de Jacobo de la Pezuela y de Antonio J. Valdés.

Considerado por muchos como el texto más completo de los publicados sobre el tema, Cuba: monografía histórica… de Antonio Bachiller y Morales describe, y analiza, a través de sus diecisiete capítulos y nueve apéndices, cuáles fueron los antecedentes que llevaron al estallido de la guerra entre España y Gran Bretaña, los preparativos de la expedición inglesa, los detalles del sitio de La Habana y su defensa, la capitulación, la ocupación de La Habana, inglesa por un año, hasta la restauración de la dominación española. Anteceden al libro de Bachiller, al igual que en la edición de 1962, una nota introductoria de Emilio Roig y el trabajo “Antonio Bachiller y Morales”, de José Martí, escrito a raíz de la muerte de quien ha sido considerado “Padre de la bibliografía cubana” y “Patriarca de nuestras letras”, y publicado en El Avisador Hispanoamericano, en New York el 24 de enero de 1889, que Roig consideró “la mejor semblanza de su autor”. Queremos agradecer la gentileza del CEM al permitirnos reproducir la versión del texto de Martí que aparece en las Obras Completas. Edición crítica.

Por su parte, el libro Pepe Antonio, biografía del héroe popular cubano José Antonio Gómez de Bullones ofrece la descripción de la vida de uno de los símbolos más representativos de la resistencia de los habaneros ante el sitio inglés, escrita por la pluma de Juan Florencio García, descendiente y devoto admirador de Pepe Antonio. En su prólogo, García explica las dos razones por las que escribió esa biografía, la primera “dar gloria a mi progenitor [...] alabar al héroe cubano” y, la segunda, porque “Pepe Antonio, independientemente de vínculos de parentesco, merece por sí y por sus proezas inauditas la atención y el recuerdo de cubanos y españoles”. A lo largo de sus doce capítulos, el libro narra el surgimiento de Guanabacoa, lugar de nacimiento de Pepe Antonio en 1707, primero parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Guanabacoa (1607), hasta alcanzar el título de villa (1743); describe el ámbito familiar del héroe; ofrece los escasos que datos que recopilados sobre su niñez y juventud; precisa que en las actas del cabildo del 8 de enero y del 5 de febrero de 1762, aparece ya la firma de José Antonio Gómez como mayor provincial; y, finalmente, relata la extraordinaria participación de Pepe Antonio en la resistencia de La Habana, su separación de la actividad guerrillera impuesta por el general Caro, hasta morir, al decir de muchos, “a consecuencia de sus padecimientos morales” a finales de julio de 1762, unas dos semanas antes de la toma de La Habana por los ingleses.

Emilio Roig comparó el valor y la hidalguía de Pepe Antonio con los del capitán Luis de Velasco, jefe defensor del Morro. Así lo expuso en la nota introductoria a la biografía del hijo ilustre de Guanabacoa: “José Antonio Gómez, o sea Pepe Antonio, como lo llama todo el pueblo, y Luis de Velasco son los dos héroes máximos de la defensa de La Habana en 1762, contra los sitiadores, y al cabo invasores, ingleses, donde bajo una desacertada dirección superior se derrochó tanto heroísmo. Velasco es el héroe español, Pepe Antonio es el héroe cubano. Velasco, el profesional de las armas; Pepe Antonio, el hombre civil que se lanza a empuñarlas por alto sentido del deber ciudadano. Otras diferencias separan al capitán de navío, comandante de fortaleza, del alcalde provincial y jefe de milicias; pero los unen sus sublimes cualidades de culto al honor y de valor y arrojo excepcionales”.

Quiero compartir con ustedes, como ejemplo de culto al honor, algunos párrafos de la correspondencia intercambiada entre el capitán Luis de Velasco y el general de las tropas inglesas, conde de Albemarle, que aparece recogida en el libro que presentamos:

 

Señor don Luis de Velasco.

Muy señor mío:

Tan doloroso me será no tomar la fortaleza que tan heroicamente defiende V. S. como el que su esforzado espíritu le ponga en paraje de perder la vida en ella [...]. Toda la satisfacción que me produciría la toma de sus casi destruidos baluartes ejercerá en mi pecho, si V. S. muere en ellos, la función más triste que puede ocasionarme la adversa suerte [...]. Del esfuerzo del rendido generalmente labra el vencedor sus triunfos, y a proporción de la resistencia que sostiene es aplaudido el agente que la conquista. Ni V. S. puede ascender a más en su defensa, ni yo llegar a merecer nuevos lauros con sus glorias [...]. Estoy persuadido de que si el Rey Católico fuera testigo de cuanto V. S. ha actuado desde el día en que comenzó el sitio, sería el primero que le mandaría capitular, sin que le estimulase otro objeto que preservar tan ilustre y distinguido oficial. Los hombres como V. S. no deben por ningún caso exponerse al riesgo de una bala, cuando no depende del riesgo el todo de la monarquía [...] espero mañana ver a V. S. y darle un abrazo, para lo cual dicte V. S. en las capitulaciones todos los artículos que le sugiera el honor que corresponde a su persona y a las de su guarnición.

Besa las manos de V. S. su atto. servidor,

El conde de Albemarle.

 

Y esta es la respuesta de Velasco:

 

Excmo. señor conde de Albemarle.

Muy señor mío: [...] comienzo por donde V. S. acaba: los tratados de capitulaciones que V. me manda formar, con las ventajas que me produzca el honor, es uno de los muchos brillantes rasgos que V. S. dispensa a sus cuasi prisioneros [...]. Dice V. S. en la suya que del esfuerzo del rendido labra el vencedor sus triunfos, pues, señor, permítame  que acredite en honra de ambos aquella sentencia. Yo no soy capaz de aumentar aún una pequeña chispa a los resplandores que la Europa descubre en las gloriosas acciones de V. E. Este castillo que por fortuna defiendo es limitadísimo asunto para que la fama lo coloque en el número de las heroicas conquistas que V. S. ha conseguido; mas ya que mi destino me puso en él, me es preciso seguir el término de mi fortuna [...]. No aspiro a inmortalizar mi nombre, sólo deseo derramar el postrer aliento en defensa de mi soberano, no teniendo pequeña parte en este estímulo la honra de mi nación y el amor a mi patria.

Sólo hallo un objeto por el cual tengo que agradecer a mi feliz estrella, éste es la alta honra en que me considero de poderme dar por uno de sus apasionados servidores.

[...] B. L. M. de V. E.

Luis de Velasco.

 

Gravemente herido durante el asalto final de la fortaleza, el 30 de julio de 1762, Velasco fue trasladado, a instancia del general inglés Keppel, hasta La Habana donde falleció al día siguiente. Y cuenta García, el descendiente de Pepe Antonio, que “al colocarlo en la sepultura resonaron en el espacio dos descargas de luto, una de sus amados soldados, otra de sus nobles enemigos. La bandera inglesa estaba a media asta”.

En el sentido militar la guerra es sinónimo de muerte, de destrucción, aunque la conducta de los beligerantes pueda matizar sus horrores. La escritora española Rosa Montero reflexionó sobre esto en un artículo de su columna de El País Semanal, en octubre de 2011: “Desde el principio de los tiempos, tácitos acuerdos de honor y respeto detenían por unas horas las batallas más bárbaras para que los contendientes pudieran rescatar a sus muertos. Y el hecho más horroroso que describe La Ilíada no es el violento fin de Héctor, sino que Aquiles mancillara su cadáver y lo arrastrara durante nueve días llevándolo atado a su carro de combate”. Pero la cólera de Aquiles por la muerte de su entrañable Patroclo a manos de Héctor, cede paso a la compasión cuando entrega el cadáver de este a su padre, el rey Príamo, para darle sepultura, un gesto de empatía al reconocer Aquiles que comparte con el troyano el dolor por la muerte de un ser querido. También piadoso es el sentimiento expresado por el conde de Albemarle a Velasco, en un intento por salvarle la vida al heroico defensor del Morro.

Los invito entonces a leer este libro sobre un suceso trascendental de nuestra historia, y que vean, más allá de acciones militares, las conductas humanas de trasfondo, esas que matizan las tragedias.

Me resisto a terminar esta presentación sin lanzar la pregunta que tantas veces nos hemos hecho los cubanos, en especial los habaneros: ¿cómo serían los cubanos y Cuba si los ingleses se hubiesen quedado en La Habana? Difícil la respuesta, aunque me atrevo a asegurar algo: probablemente ninguno de nosotros estaría hoy aquí, y si acaso se hubiesen escrito textos sobre la toma de La Habana por los ingleses y se presentara un libro sobre el tema, muy distinto a este, por supuesto, los participantes serían otros, con apellidos como Keppel, Pitt, Pocock o, simplemente, Smith, y muy pocos, casi ninguno, como García, Enríquez o Yáñez.

 

*Editora del libro

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