Por Isachi Fernández
Una institución del Centro Histórico habanero insiste en redimensionar obras que permanecen a la sombra como parte de la subvaloración mundial a la cerámica, a menudo apreciada únicamente como objeto utilitario o como portadora de información sobre civilizaciones antiguas.
Se trata del Museo de la Cerámica Contemporánea Cubana, que este mes cumple un cuarto de siglo de exhibiciones, bienales y encuentros, y que constituye uno de los pocos centros culturales del mundo dedicados íntegramente a esta manifestación. A propósito del cumpleaños, su director, el crítico de arte Alejandro G. Alonso, dialogó con esta reportera.
¿Cuáles son las bondades de la cerámica?
Primero, la humildad del medio. De algo muy sencillo como el barro se pueden hacer piezas artísticas. Sin embargo, esto que para nosotros es una virtud, muchos lo consideran un defecto. Otras ventajas son que permite no solo decorar una superficie plana sino trabajar con volúmenes y que si no se le agrede, pervive per saecula saeculorum. Cuando todas las demás formas de arte han desaparecido, lo que queda como testimonio de una civilización es la cerámica porque además no tiene un soporte como el oro o la plata, y a nadie le interesa desde el punto de vista financiero. Permanece como remanente de un valor cultural y eso es muy hermoso.
Sobre el desconocimiento alrededor de la cerámica y los ceramistas, ¿qué puede aportar?
Esa es una de las grandes injusticias de la Historia del Arte, no solo en Cuba. Se valora a Lam y a Portocarrero como pintores y se ignora que algunas las grandes obras de estos artistas fueron hechas en cerámica. Por ejemplo, el mural Historia de las Antillas, concebido por Portocarrero en 1957 y enclavado en el hotel Habana Libre, antiguo Habana Hilton, fue hecho en cerámica y él era ya un pintor reconocido. Escogió esa vertiente artística por sus posibilidades de expresión y por su durabilidad. El colmo es que libros escritos en Cuba recientemente sobre escultura, ignoran a los ceramistas. ¿Y qué es la cerámica, sino una escultura hecha en barro? Aquí tenemos grandes ceramistas como Teresa Sánchez, una artista contemporánea, cuyas obras se venden a mucho menos precio que cualquier pintura hecha con menos rigor y creatividad. El mercado también es un índice. Hay una injusticia que nosotros no vamos a eliminar, pero que contribuimos a mitigar con esta institución creada en 1990 y ubicada en un inicio en el Castillo de La Real Fuerza.
Cuando echa la vista atrás, ¿qué recuerda?
Satisfacciones y sinsabores. Cuando presenté el proyecto del museo, era algo inédito. Nunca había habido en Cuba un espacio dedicado a la cerámica. El Castillo de La Real Fuerza pertenecía entonces al Ministerio de Cultura, y fue un museo de Período Especial. Artistas como Mirta García Bush nos vendieron piezas a precios muy bajos y algunos han hecho donaciones como José Manuel Fors que aportó una pieza de 20 mil dólares. Hemos trabajado no solo con ceramistas sino con artistas de otras manifestaciones que hacen cerámica de manera colateral. En este caso, José Manuel Fors es fotógrafo, Gilberto Gutiérrez es arquitecto, es así, la cerámica se nutre también de otras artes.
La bienal que organizamos también es un motor, ahora hay que ver cómo se dotan los premios, y al respecto hemos tenido la colaboración de artistas como Alfredo Sosabravo y Osmany Betancourt.
¿En qué momento se halla la cerámica en Cuba?
En una etapa muy difícil. El barro es de mala calidad y no se consigue. Los demás materiales son importados. Los artistas hacen un esfuerzo increíble. Si ojean el catálogo de la más reciente bienal, se percatarán de la envergadura de las piezas. Los grupos que han venido del extranjero se han sorprendido de que haya ese nivel de creación en una manifestación imposible de desarrollar sin recursos económicos.
Hasta aquí la entrevista con Alejandro Alonso, quien asegura que el día que moldee el barro dejará de dirigir el museo porque nunca será juez y parte.