Cien años cumple hoy Haydée Arteaga, para los niños y para cubanos de muchas generaciones “La Señora de los Cuentos”. Desde 1980 esta maestra mantuvo una cita con los pequeños de esta parte de la ciudad para regalarles fantásticas historias sacadas de los libros y de su imaginación. Las piedras de la Plaza de la Catedral fueron testigos de los primeros encuentros, que luego tomaron como escenarios a la Plaza de Armas, el Museo de la Ciudad y otros espacios de la Habana antigua hasta instalarse en la Casa de la Obra Pía, institución que acogió por mucho tiempo a la narradora oral junto a su grupo Haydée y los niños. Para homenajear a la creadora de personajes como Rosabella, el enanito de los botones, la ranita verde y muchos otros surgidos de su imaginación, Habana Cultural reproduce una entrevista que le realizara Juventud Rebelde con motivo del 91 cumpleaños de esta mujer que aun mantiene viva la fantasía de la niñez
Un hada llamada Haydeé
Por Aracelys Bedevia
14 de mayo de 2006
«Me nutro de las raíces de la historia. En cada viaje que hago busco a la gente más vieja e investigo. Me he reunido con campesinos, con indios huicholes (en México), con los yekuazan, a la orilla del Amazonas (por la parte de Venezuela)… ¡Esos son los cuenteros verdaderos!»
Tiene 91 años y le dicen La Señora de los Cuentos. Anda por todas partes como las hadas luminosas que emergen de los bosques y las aguas de los arroyos
A la orilla del río Sagua La Grande, sentada sobre una piedra o con los pies sumergidos en el agua, una niña de mirada inquieta y tez morena solía escuchar cada tarde los cuentos de la abuela, nacidos en su mayoría de la tradición oral. Hechizada por duendes y hadas del imaginario colectivo, con apenas cuatro años ella también comenzó a contar cuentos. A esa edad ya sabía leer y escribir, gracias a la abuela, y un año después debutó públicamente en una representación que se hizo en su natal Sagua la Grande, meses antes de que la familia la trajera a vivir en La Habana.
Con el paso del tiempo, se convirtió en una de las más prestigiosas narradoras del Continente. Su nombre es Haydee Arteaga y anda por todas partes, como las hadas luminosas que emergen de los bosques y las aguas de los arroyos. Todos le dicen La Señora de los Cuentos.
«Mi abuela me enseñó a narrar, le debo casi todo lo que sé; también a mi madre, que era una mujer muy culta y me inició desde muy niña en los grandes poetas. Como a los diez años participé en un concurso de Literatura (siempre escribí) y gané el premio, que paradójicamente consistió en ir a estudiar a la Academia de Música. Recuerdo que en ese momento una persona visitó a mi mamá y le pidió todas las cédulas de la familia a cambio de mi matrícula. Soy profesora de Solfeo y Teoría (el piano lo dejé en el 5to. año).
«Cuando era pequeña me gustaba hacerles cuentos a mis compañeras en la escuela; decía que estaba leyendo un libro y entre un turno de clases y otro les contaba lo que se me ocurría. Fui la recitadora de Regino Pedroso hasta los 18 años, y aprendí la técnica narrativa con Eliseo Diego porque yo era narradora pero no conocía la técnica. En 1964 empecé con él, como oyente en un curso en la Biblioteca Nacional. Allí conocí a Mayra Navarro, que en ese momento era mecanógrafa, y Eliseo y María del Carmen Garcini la pusieron a estudiar narración para que hiciera las demostraciones a los alumnos.
«Eliseo quería que me quedara a trabajar con ellos, pero no pude. Sí fui con frecuencia a narrarles a los niños en un saloncito —semejante a una cueva— que había allí (dicen que volverán a ponerlo). Durante años escribí para todas las emisoras de radio y laboré en muchos lugares, entre estos la conocida tienda El Encanto. Pero nunca dejé de narrar. Dirigí la única escuela de narración oral que existió en el país como parte del Plan Cultura-MINED ideado por la doctora Consuelo Porto, quien llamó a varias personas para que la ayudáramos con el proyecto. Estuvimos preparándolo durante todo el 69. Los alumnos venían de todo el país a La Habana, a recibir el curso, y después regresaban a trabajar».
—Qué cualidades debe tener un narrador?
—Debe ser capaz de dar con su voz color, escenografía, música, personajes… No necesita escenario ni ser necesariamente un actor, pero tiene que conocer algo de teatro, aprender a adaptar un cuento y a utilizar la palabra y la imaginación.
«Hace más de tres décadas que trabajo con Eusebio Leal en el Centro Histórico. Me reúno con adultos, una vez al mes, en la Biblioteca Rubén Martínez Villena, y con los niños en la Casa de la Obra Pía. Muchos de los artistas de hoy fueron alumnos míos. Aseneth Rodríguez siempre dice que yo fui su primera maestra. Tony Menéndez fue uno de los primeros cinco niños de mi grupo en La Habana Vieja…».
—Su libro de cuentos para niños, Namach, fue presentado este año en la Feria de La Habana.
—Son doce historias, algunas tradicionales y otras de mi autoría. El título, leído al revés, dice Chamán, que es una especie de hechicero del Asia septentrional, de brujos de las sociedades primitivas que en su mayoría eran fabulosos oradores y convirtieron la palabra en leyenda. Namach incluye relatos como Rosabella, El espantapájaros Luisín y El sol en medio de la calle, entre otros.
—¿Es cierto que usted estaba el día que le prendieron fuego a El Encanto?
—Tenía 13 años cuando empecé a trabajar en ese lugar (dije 15 para que me aceptaran y entré porque me ayudaron: no querían personas de color, en aquel entonces). Crecí en El Encanto y fui una de las últimas que estuvo con Fe del Valle. Ese día me tocaba la guardia y bajé a tomarme un plato de sopa. Tenía que entrar de nuevo a las siete de la noche y no pude, porque la tienda empezó a arder. Era jueves.
«La directora bajó. Fe del Valle también, pero cuando llegó al descanso de la escalera se puso la mano en la cabeza y subió de nuevo. ¿A qué? ¿Quién sabe realmente? Fue en 1962. A medianoche todavía buscábamos a Fe y a otra compañera que sí apareció. Las manos se nos ampollaron de tanto buscarla. El dentista fue quien la identificó a los tres días.
«Después que se quemó el Encanto hice muchas cosas, hasta vendí periódicos y fui ayudante de carpeta. Lázaro Peña me nombró responsable del trabajo con los niños en el Sindicato del Comercio: todos los sábados les daba una actividad cultural. Ese año pasé un curso de asesoría literaria. Luego trabajé en el negociado de teatro del MINFAR y, más tarde, pasé a Cultura».
—¿Qué es para usted narrar?
—Mi vida. Como tomarme un vaso de agua o el desayuno en las mañanas. Narrar es compartir. Siempre que cuento alguna historia pongo en una esquina la técnica y sigo el estilo que me enseñó mi abuela. He logrado comunicarme incluso con espectadores que hablan otro idioma.