Música hemisférica en la Basílica

Tomado del sitio web Granma

Por: Pedro de la Hoz

La inquietud intelectual pre­va­leciente en el que­hacer del dúo D’ A­c­cord (Vicente Monterrey, clarinete; Ma­rita Rodríguez, piano) abrió cau­ce a la audición el último fin de se­mana en la Basílica Menor de San Francisco de obras de autores de Ca­nadá, Estados Unidos, México, Co­lombia, Bra­sil, Argentina y Cuba, re­corrido que permitió al público apreciar diversos estilos y lenguajes presentes en los sonidos de las Amé­ricas.

De Canadá el dúo interpretó Sui­te para clarinete y piano, de Srul Ir­ving Glick (1934-2002), uno de los más prolíficos compositores de ese país, quien en no pocas de sus obras recreó melodías de la tradición he­braica, como es el caso de la pieza incluida en el concierto.

La participación como invitado del joven clarinetista Héctor Herrera se reflejó en tres momentos llamativos. Junto al maestro Monterrey es­trenó en Cu­ba Caucaneando, del co­­lombiano Carlos Al­ber­to Rozo Man­rique (1927), quien en la mayoría de sus creaciones acentúa el ca­rácter nacionalista y de manera más específica el perfil regional de la mú­sica andina de su tierra. Una ex­plo­ración similar por las raíces folclóricas, aunque mu­sicalmente de un mayor calado y esta vez con Ma­rita al piano, fue apreciable en Tonada y cueca, del ar­gentino Carlos Guas­tavino (1912–2000), a quien siempre agradeceremos su canción Se equivocó la paloma, con versos del es­pañol Rafael Alberti.

Herrera y Marita volvieron con dos movimientos de la suite Grooves (“Sultry Waltz” y “Hocket and Rock-it”, en ese orden, por cierto, invertido con relación a la estructura original), del norteamericano Phi­­lip Parker (1960), inicialmente compuesta en el 2005 para el saxofonista John Lansing pero adoptada de inmediato por los clarinetistas da­das las posibilidades de lucimiento de una partitura que le debe mu­cho al jazz.

Otra invitada, la también muy joven flautista Kar­la López, se unió a Monterrey en el Choros no. 2, del brasileño Heitor Villa-Lobos (1887–1959). Pie­za compuesta en 1924, y estrenada un año después en Sao Paulo, la relación dinámica, por mo­mento conflictivas, entre la flauta y el clarinete, aluden tanto al linaje popular y callejero de la ex­pre­sión como a la concepción modernista del compositor que por entonces comenzaba a desarrollar lo que lla­mó “brasilofonía”.

D’ Accord incursionó en Tema y variaciones, para clarinete y pia­no, del mexicano Leonardo Ve­lázquez (1935–2004), partitura que rezu­ma in­genio y bien gusto, y asumió? obras de compositores cubanos, dos de ellos ya consagrados, José Ma­­­ría Vitier (Serenata)  y Jorge Ló­pez Ma­rín (En via­je, con Karla Ló­pez en la flauta), y otros dos, Eduar­do Mo­ra­les (Suite Saltamontes) y Germán Carrasco (DI y DII), con evi­dentes caminos por recorrer.

López Marín regaló un cierre con aires vernáculos renovados, me­di­an­­te una Contradanza en la que Ma­rita, Monterrey y sus invitados compartieron el mayor gozo posible con el auditorio.

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