Un hombre del siglo XXI requiere no solo de libros para adentrarse en los complejos procesos que vivieron las generaciones que le precedieron. Al margen de lo atractivo de los textos, el aprendizaje deviene más efectivo cuando llega también desde la visualidad y el poder de relacionar el dato leído.
Al respecto, en el Museo de la Ciudad, un centro expositivo que rebasa el estrecho marco de la urbe y trasciende a la nación toda, tienen cubanos y visitantes un escenario especial, por ejemplo, para ahondar en la guerra que estalló el 24 de febrero de 1895.
Sobre el tema esta reportera dialogó con Michael González, jefe del Departamento de Investigaciones Históricas y Museológicas de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana:
- Primero debemos remitirnos al inmueble en sí mismo, que era sede del gobierno colonial español, y acogió por ejemplo al capitán general Ramón Blanco, a Valeriano Weyler, a toda la alta jerarquía española involucrada en la Guerra.
¿Hay que mencionar algún espacio específico dentro del antiguo palacio?
El Salón de los Espejos fue el lugar de mayor trascendencia política y social. Fotografías y documentos de archivos revelan algunos acontecimientos de alto calibre sucedidos allí, como el traspaso de poderes de la administración colonial española al gobierno interventor norteamericano, el 10 de enero de 1899; el nacimiento de la república neocolonial el 20 de mayo de 1902; y los funerales de Máximo Gómez y Salvador Cisneros, en las dos primeras décadas del siglo XX.
Pero son significativos también el despacho público del capitán general donde se pueden ver imágenes de capitanes generales que desde allí hicieron sentir su autoridad y objetos pertenecientes a la colección del gobierno civil; y el cabildo, en cuyas sillas se sentaron las autoridades españolas para hablar de todo lo concerniente a la guerra y su impacto.
¿Y en cuanto a los fondos patrimoniales?
Hay que mencionar los simbólicos machetes, algunos de ellos pertenecientes a figuras importantes de la guerra, como Quintín Banderas y Alejandro Rodríguez Velazco, uno de los generales que entró con Máximo Gómez en La Habana. Hay revólveres de Mariano Lora, del Estado Mayor del Ejército Libertador, y de Ernesto Font, coronel de la Guerra de Independencia, así como un juego de ellos cuyo propietario fue José Miguel Gómez. En la misma sala Cuba Heroica hay otros objetos muy significativos porque fueron fabricados artesanalmente en la manigua, se trata de zapatos, cananas para las balas, porta anteojos…
En cuanto a los cañones, algunos estuvieron en la guerra como el cañón neumático y un Krupp que fue utilizado por Calixto García.
¿Y la Sala de las Banderas?
Acoge las insignias pertenecientes a clubes revolucionarios en Estados Unidos, y otras que estuvieron en los campos de Cuba, enarboladas por las tropas mambisas. Se incluyen objetos personales de Martí, de Maceo, pero, sobre todo de Máximo Gómez: estrellas, uniformes, botas, machetes… Asimismo el museo exhibe el bote en que las tropas de Maceo cruzaron por mar para burlar la trocha de Mariel a Majana, el cuadro de Armando Menocal que recrea la muerte de Maceo, y retratos de los próceres.
¿Hay piezas relativas a la intervención de Estados Unidos?
Tenemos una sala dedicada a ello, con restos del acorazado Maine y algunas imágenes como por ejemplo del entierro de los marineros, a los cuales velaron en el espacio que está hoy entre la Sala de los Espejos y el Salón Blanco. Pueden verse también fotos de las tropas estadounidenses acampando en la Plaza de Armas.
No podemos olvidar la colección de retratos de Federico Martínez, a quien el ayuntamiento habanero le encargó a principios del siglo XX una serie de óleos de cubanos ilustres que tuvieron que ver con el proceso revolucionario, y entre los cuales aparecen las principales figuras de la Guerra del 95.
En cuanto al bando español, hay también una sala significativa: la de armamento o pertrechos de guerra. Aquí se incluyen tanto las armas blancas como las de fuego que utilizó la parte española, aunque muchas pasaron a manos cubanas.
Esta aproximación “a vuelo de pájaro” a la gesta histórica catalogada por su principal organizador de necesaria, se completa con un recorrido por otras instituciones del Centro Histórico habanero: inexorablemente por la Casa Natal de José Martí, y para más detalles por la Casa Juan Gualberto Gómez, la Armería 9 de abril, el Palacio de Gobierno, el Museo Numismático y el Teatro Martí.
No hay que olvidar que ese último inmueble fue abatido en 1898 por una bomba, justo en el año en que España perdía sus posesiones en Cuba. Al año siguiente el Teatro Irijoa (como entonces se llamaba) reabrió sus puertas con el nombre actual, justo después de su primera remodelación.
Una programación especializada en el teatro bufo trataba temas nacionales y aparecieron alusiones a la ansiada independencia, lo que atrajo a públicos afines, entre ellos la familia de Martí y Gómez.
En 1899 acogió una función a beneficio de Leonor Pérez para comprar la casa donde había nacido Martí y regalársela. Pero el teatro fue testigo de otros acontecimientos, como la constitución del primer Partido Socialista Cubano y las sesiones de la Convención Constituyente, entre noviembre del 1900 y junio de 1901, en la cual se redactó el primer texto constitucional de la República en tiempos de paz.