Por Virginia Alberdi
Tomado del sitio web Periódico Granma
Juan Roberto Diago expone en la galería de la Biblioteca Rubén Martínez Villena, en la Plaza de Armas, del centro histórico de la capital
Juan Roberto Diago es uno de los artistas más viscerales y consecuentes que puedan existir en las artes plásticas cubanas contemporáneas. Expresa en imágenes lo que siente y piensa, y desde que salió al ruedo lo ha hecho sin desviarse de la ruta de sus más íntimas convicciones. Ha sido fiel a sus identidades personal, social y epocal y absolutamente coherente en la evolución de su discurso artístico. Esto le ha ganado respeto, tanto de quienes siguen y admiran su obra como de los que no comparten y hasta polemizan con su credo estético.
La más reciente muestra de ese tenaz ejercicio se halla en la galería de la Biblioteca Rubén Martínez Villena, en la Plaza de Armas, del centro histórico de la capital. La piel que habla reúne en su mayoría obras de gran formato, pinturas texturadas en cuya realización se observa una férrea voluntad de estilo.
Esta vez Diago ahonda, desde una nueva perspectiva, en la temática de la racialidad. La voz de Diago encarna y reivindica la presencia del negro en la construcción social de la nación y refleja conflictos históricamente enraizados que se derivan de la condición subalterna con que fueron trasplantados los africanos a las tierras americanas.
Pero en ningún caso apela a un enfoque sociológico. Si en un determinado momento de su obra anterior Diago trató, con notables resultados, de hacer evidentes marcas de origen y plasmar metáforas testimoniales, a partir de una aproximación física a los aspectos materiales del legado espiritual que asumía —recuérdese una década atrás su paso por el Centro Wifredo Lam con la exposición Aquí lo que no hay es que morirse—, a estas alturas el artista ha decantado con ejemplar síntesis el gesto pictórico hasta convertirlo en un signo esencial.
Cuadros en los que el primer plano, nunca el fondo, es negro como cualidad primigenia —negro no es ausencia de color, ni vacío, sino metáfora—, se ven surcados por superposiciones textiles adheridas que representan huellas y cicatrices, concebidas estructuralmente para lograr un impacto conceptual a primera vista.
El crítico Rafael Acosta de Arriba resalta cómo desde “los códigos de la abstracción, el reconocido artista refiere a la tersura de la piel, desde luego, la piel negra, la más brillante y denotativa de todas, para exhibir este lenguaje de soledades”.
Sin embargo Roberto Diago no sucumbe a la tentación de los estereotipos. La piel que habla es un canto de afirmación y epifanía. El trazado de una piel que de muchos modos nos define a todos.