Novecento y más

Tomado del sitio web Granma

Por Pedro de la Hoz

La avidez por explorar los hitos de la música italiana de concierto a lo largo del siglo XX llevó a cuatro músicos guantanameros —los flautistas Axel Rodríguez y Carlos Mi­guel Prieto y las pianistas Lisandra Rodríguez y Lisandra Porto— a en­carar el último fin de semana en la sala Ignacio Cervantes de La Ha­bana, bajo la guía del compositor Adriano Galliussi, uno de esos programas que cruzan fronteras hacia nuevas formas de entender la naturaleza del arte sonoro.

De algún modo cada uno de los primeros cinco compositores seleccionados representa momentos claves de la evolución del novecento italiano. Quizá el más difundido en nuestro medio sea Ottorino Res­pi­ghi (1879–1936), por sus cono­cidos poemas sinfónicos Los pinos de Roma y Las fuentes de Roma, pero que en su Preludio in modo gregoriano, interpretado por Lisan­dra Rodríguez, plasmó un interesante ejercicio de revitalización de las convenciones tonales habituales en su época.

La modernidad, con sus implicaciones formales renovadoras, co­menzó por Gian Francesco Mali­piero (1882–1973). El tríptico para piano Poemi asolani (1916) —inspirado por su estancia en la villa de Asolo, en la región del Véneto— desplaza el centro de atención de lo armónicamente previsible hacia líneas abiertas, fantasiosas y sorpresivas. Ese impulso pudo haber sido compartido por su compañero Al­fredo Casella, quien estremecido por los efectos destructivos de la conflagración bélica iniciada en 1914 escribió, para piano a cuatro manos, la programática y expresionista Pá­ginas de guerra, ejecutada por Lisandra Rodríguez y Lisandra Por­to. Sin em­bargo, Casella se movió con mayor propiedad en el ámbito del naciente neoclasicismo, del cual es un ejemplo la Siciliana y burlesca para piano (Lisandra Rodríguez) y flauta (Carlos Mi­guel Prieto).

En todo caso no deja de ser curioso que Mal­i­piero y Casella, en 1923, hayan coincidido, junto con el controvertido poeta Gabriele D’ An­nun­zio en la fundación de la Cor­porazione delle Nuove Mu­si­che, que pretendió dejar atrás el imperio de los Verdi y los Puccini en el gusto de los melómanos italianos.

Como tampoco es fortuito el hecho de que Casella le abriera las puertas del reconocimiento al joven Goffredo Petrasi (1904–2003) al estrenar en 1934 su Partita para orquesta, obra escrita casi al mismo tiempo de la Toccata, interpretada por Lisandra Porto, en la que no se había desatado todavía la poderosa abstracción atonal que caracterizaría su madurez —pienso en las cuatro últimas partituras de sus Conciertos para or­ques­ta—, pero en la que se vislumbra una sólida vo­luntad constructiva.

El recorrido por el novecento cerró con Bruno Maderna (1920–1973) y el Divertimento a duetempi (1953) para flauta y piano (Axel Rodríguez y Lisandra Rodríguez), en la que experimenta los códigos que emplearía en el Concierto para flauta y orquesta, del año siguiente. Su vida es una novela, desde su explotación como niño prodigio por el fascismo hasta la creación del Estudio de Fonología Musical de Milán, su vinculación con la escuela alemana de Darmstadt y su afiliación al Partido Comunista Italiano, junto a su amigo Luigi Nono.

Toda esa herencia se refleja en la obra autoral y promocional de Adriano Galliussi, un compositor que prolonga los ecos de las vanguardias del novecento y las decanta y renueva en lo que va del siglo XXI, como lo demostró una vez más con el Trío, escrito especialmente para los flautistas Axel Rodríguez y Carlos Miguel Prieto y la pianista Li­sandra Porto.

Este concierto curado por Galliussi para la XVII Semana de la Cultura Italiana nos avivó en la memoria la necesidad de que esa otra Italia suene más entre nosotros, desde otros formatos y plataformas. Pienso en la deuda que tenemos con Luigi Nono y en la necesidad de confrontar la obra de Luigi Dalla­piccola, Giorgio Federico Ghedini, Luciano Berio y Franco Donatoni, por citar a unos pocos.

Y al mismo tiempo nos situó en una realidad alentadora: el espíritu adelantado de los músicos radicados en Guantánamo, donde el Comité Pro­vincial de la Uneac promueve estos empeños. En el orden de las individualidades, la magnífica cátedra de flauta de Axel Rodríguez  fructifica en su discípulo Carlos Miguel Prieto; Lisandra Ro­drí­guez consolida su proyección camerística, mientras Lisandra Porto merece una atención especial: es una de las pianistas mejores dotadas de su generación y debía brillar más allá de su ámbito.

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