Tomado del sitio web Cuba Contemporánea
Quien habla, más de tres décadas después, es Roger Arrazcaeta, director del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de la ciudad de La Habana. “Desde muy joven formé parte de un grupo de aficionados a la arqueología y después estudié Museología. Siempre estuve vinculado al mundo de los arqueólogos porque me resultaba fascinante ir más allá de la historia conocida. Años después, cuando se funda el Gabinete en 1987, Leandro Romero me invitó a formar parte de su equipo”.
Vengo de Santa Clara, del Convento de Santa Clara -rectifica. Estamos aprovechando que se va a restaurar para poder realizar nuestras investigaciones, asegura Roger en su oficina. “El convento de Santa Clara es uno de los sitios más importantes entre los conventos históricos de Cuba. Se construyó entre 1638 y 1644. Sabes, a veces siento esa dicotomía entre el investigador y el administrador; prefiero estar en el terreno, lo mío es la arqueología desde que tengo uso de razón”, asegura este científico que veo aparecer en lugares diversos: bajo el mar, tomando las medidas exactas de un ancla de más de dos siglos; en la costa, con un curiosa esfera aborigen entre las manos; en una cueva, tratando de entender el pasado; con la fascinación por estar en ese punto donde la mirada es solo una puerta a la interrogación.
Historias sumergidas: ¿arqueología subacuática en Cuba?
Punta del Macao está en la costa norte de La Habana, en la Playa de Guanabo. En esa zona hubo un asentamiento aborigen. Bajo el mar han aparecido evidencias de esa cultura. Se trata de unas esferas excepcionales confeccionadas en madera, con una hermosa decoración. “Estamos hablando de un sitio que puede tener cerca de dos mil años de antigüedad. En algún momento haremos un proyecto para excavar esa zona”.
La Habana creció a expensas de su bahía, de su tráfico, de su puerto, y no podíamos entender esta ciudad sin el estudio de su patrimonio arqueológico subacuático -enfatiza el investigador. No obstante, esos proyectos trascienden el espacio habanero. “Ahora mismo estamos estudiando las embarcaciones vinculadas a la trata negrera, junto a especialistas del Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericana, en Washington”.
“Hay un interés por parte de ese museo debido a que tienen documentación histórica de un barco que se había hundido en la costa norte de Cuba, específicamente en la zona de Matanzas. Esperamos localizar primero, a nivel de archivo, posibles naufragios en ese territorio. Otro proyecto implica la utlización de escáner láser 3D para la investigación de determinados sitios, con especialistas canadienses. Además, acabamos de realizar el levantamiento topográfico de un astillero que se encuentra en Boca de Jaruco, que es el más antiguo de nuestro país”.
Cómo se utilizaron la costa y las instalaciones portuarias es solo una de las preguntas que acompaña el proceso de confección de una carta (mapa) arqueológica subacuática con el objetivo de conocer ese patrimonio y poder preservarlo. “Eso implica observar esos sitios, hacer los planos, ver en qué estado de conservación se encuentran, si pueden tener afectaciones por problemas antrópicos. A veces es más peligrosa la actividad humana que la natural, por la depredación. Si es un sitio cerca de la costa existe un mayor peligro”, asegura Arrazcaeta.
“En fechas más recientes se localizaron los restos de la fragata española Navegador, que se hundió en 1814 en la costa norte de Santa Cruz debido a una tormenta invernal. Han aparecido muchos restos de la mercancía que traía para Cuba: vajillas, loza fina, instrumentos agrícolas. Las piezas fueron sometidas a un largo proceso de conservación”.
“Cuba firmó la Convención para la Preservación del Patrimonio Subacuático de 2001, pero todavía se está haciendo muy poco. Estamos tratando de aportar desde este espacio al desarrollo de la protección de nuestro patrimonio subacuático que es enorme, muy importante y que puede ser significativo para el estudio de la historia de la región”.
“La Habana Vieja, más que un sitio turístico es un sitio arqueológico”
Todos los espacios del Centro Histórico de La Habana tienen interés arqueológico porque durante muchos siglos se ha desarrollado una vida activa allí. El Gabinete de Arqueología fue fundado por el Historiador de la Ciudad en 1987 para dar continuidad a los estudios que habían realizado una serie de investigadores de la Academia de Ciencias y el Museo de la Ciudad. Esa etapa se desarrolló bajo el liderazgo de Eusebio Leal y de Leandro Romero. Antes del 14 noviembre de 1987 los trabajos arqueológicos no se hacían de manera sistemática.
“Desde esa fecha y hasta la actualidad hemos intervenido y realizado múltiples acercamientos al subsuelo arqueológico, al crecimiento estratigráfico que se aprecia a nivel vertical y horizontal. Recordemos que se trata de una comunidad de casi 500 años. En el mismo sitio donde estaba la ciudad antigua hubo una serie de actividades humanas continuas y eso ha producido estratigrafía de una gran riqueza que solamente puede percibirse con la técnica arqueológica”.
Se trata de fomentar el conocimiento de la cultura material y ver cómo se pone en función de reinterpretar la historia. Ese pasado también habla sobre el presente. “Hemos analizado la pintura mural encontrada en los inmuebles coloniales. Se ha pasado del estudio propio de la historia del arte a uno más profundo para reconstruir las funciones, las prácticas de quienes ocuparon esos espacios siglos atrás”.
En esa revisión exhaustiva del pasado, el Gabinete ha prestado atención a una zona casi no reverenciada por la historia. “Encontramos indicios de la supervivencia aborigen en el siglo XVI. Convivieron aquí, en la misma ciudad. En distintos lugares han aparecido sus huellas. Existe una cerámica que hemos denominado cerámica de tradición aborigen, que fue realizada con técnicas prehispánicas. La investigación se complejizó mucho al imbricarse también el componente africano. Esa cerámica aparece en casi todos los contextos de la villa habanera junto a otros productos de exportación que llegaban a la zona”.
Radiografía de un arqueólogo cubano…
Machete. A veces, para acceder a los lugares más intrincados hay que dar bastante machete para apartar la maleza. Sobre todo cuando se trata de cuevas que se encuentran muy apartadas de las ciudades. Hay una imagen un tanto idílica del arqueólogo. Una parte de nuestro trabajo es también buscar en archivos, realizar canalizaciones, colocar tuberías, abrir zanjas –me dice sonriendo.
“Creo que el arqueólogo es un científico como cualquier otro, con métodos y una teoría para la investigación, con una enorme curiosidad por el mundo y por el pasado. Por ejemplo, nosotros tenemos un equipo de historiadores que se encargan de todo el proceso previo de investigación. Primero se crea un expediente con toda la información que pueda existir sobre el sitio que se va a analizar”.
Roger ha estado vinculado a la arqueología subacuática, a la prehispánica y la urbana. Asegura que todas esas modalidades tienen un lado especial, revelador. “En mi caso, durante muchos años he investigado la Región Pictográfica Guara. Realmente comencé con 14 años y todavía continúo ahí, trabajando. Me fascina porque el arte rupestre tiene un mensaje extraordinario del pasado, de la mitología, de la religiosidad. Cada sitio es diferente y todos revelan información importante”.
“Desafortunadamente, en Cuba no existe la carrera de arqueología a pesar de que tenemos un gran patrimonio tanto prehispánico como de la época colonial. Nuestro equipo está conformado por graduados universitarios que estudian otras carreras. Son amantes de la historia y la arqueología y de alguna manera se insertan en este mundo. Hay ingenieros, biólogos, microbiólogos, graduados de Historia y de Historia del Arte. Por supuesto, es necesaria cierta formación. A través de diplomados, maestrías y doctorados complementan su trabajo”.
Según Roger, el equipo ha ganado en reconocimiento internacional. “Para lograr ese nivel de experticia es necesario por lo menos un proceso de preparación de diez años. Incluso apoyamos a otros gabinetes que han ido surgiendo en otras zonas del país. Algunos de nuestros investigadores han recibido entrenamientos y cursos en universidades de Europa y América”.
“Especialistas norteamericanos nos están ayudando en la datación de carbono 14 de varias cuevas con arte rupestre en la provincia de Mayabeque. Específicamente se trata de la región pictográfica llamada Guara y en la Cueva de la Cachimba, en Matanzas. Son zonas que hace mucho tiempo el Gabinete está investigando”.
“Era muy importante poder datar con esa técnica el arte rupestre porque antes solamente se podía hacer a través de las evidencias arqueológicas de los sitios, no del arte directamente. Estamos entre los pocos países que han podido comenzar a emplear ese método gracias a la colaboración de profesionales de universidades norteamericanas”.
La persistencia es mi vocación…
A 40 minutos de La Habana, en la Sierra de Guara, encontramos la Cueva de Los muertos, hoy un lugar ritual en ciertos momentos del año. Cuentan que acoge una extraña simbiosis entre la religiosidad afrocubana y la religión católica. Hasta allí -relata el arqueólogo- también llegaron en una oportunidad unos sacerdotes mayas que destacaron el sentido místico del lugar.
Para Roger es un área esencial de investigación. “A veces las evidencias aborígenes se entrecruzan con las huellas de los cimarrones. Recordemos que también se cobijaban en lugares como ese”. Su mayor preocupación es que en la actualidad las pictografías encontradas en cuevas del occidente de Cuba están comenzando a desaparecer. Puede ser por razones naturales o por la acción de lluvias ácidas que se filtran en los suelos y van borrando esos trazos. Hay que preservar ese patrimonio”, insiste.
“Nos queda mantenernos actualizados en cuanto a las nuevas tecnologías y metodologías. Intentamos que nuestro equipo se forme lo mejor posible. Por otro lado, estamos en un proyecto de investigación arqueológica muy importante en el Convento de Santa Clara, que no solo incluye la excavación. Ese sitio ha sido investigado durante cuatro décadas pero no de un modo sistemático, y todos sus edificios son de interés arqueológico”.
Ya casi al final de la conversación sus compañeros me muestran una fotografía de Roger Arrazcaeta en plena acción investigativa. Tiene un tabaco, está acompañado por una cafetera y mira fijamente a cámara. “Esa foto es una broma para mis amigos. Yo ni siquiera fumo”. Sus amigos son los especialistas que ha ayudado a formar como arqueólogos, los mismos que lo acompañan bajo el mar o en la tierra, porque todavía queda mucho por revelar.