Compañero General de Cuerpo de Ejército, ministro, gran amigo, compañeros:
Querido General de la Reserva, Héroes ambos de la República de Cuba:
Distinguidos ministros:
Estimados presidentes y miembros de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana; demás personalidades invitadas y miembros de la Academia de la Historia.
Extrañamos en este día la presencia, siempre, del Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque. Él siempre solía acompañarnos en este acto, invariablemente. Acto que desde el año 1968 constituyó la Oficina del Historiador de la Ciudad como un homenaje al Padre de la Patria y primer presidente de la República de Cuba en Armas.
El acto se anticipa al Diez de Octubre por respeto a Bayamo y a Manzanillo. A Bayamo, cuna del Padre, y a Manzanillo, espacio en el que se hallaba el ingenio La Demajagua, frente al golfo de Guacanayabo, donde se pronunció el grito aquel día en las primeras horas de la mañana.
Al escuchar las notas del himno, tal y como fue concebido por el General, mártir, héroe de la independencia, Pedro Figueredo, observamos cómo la evolución de la melodía señala también simbólicamente la evolución y radicalización de las ideas revolucionarias. Céspedes aquel día, en el acto solemne de proclamar y leer el manifiesto, hace un acto casi simbólico liberando a un puñado de hombres que le eran fieles, sus más fieles esclavos; se enciende una llama sobre un polvorín en una Cuba donde las clases dominantes sostenían el sistema esclavista como la forma más arcaica de producción y, al mismo tiempo, en un país donde bajo el reino estricto del mando de los Capitanes Generales, se gobernó durante largos años con el régimen de leyes especiales.
A Céspedes lo preceden en el tiempo los proto-mártires de la Revolución, aquellos que, escalonadamente, y desde principios de siglo, coherente con el proceso independentista latinoamericano, comenzaron a realizar movimientos de insurgencia o a nuclearse como grupos de pensamiento, llegando en algún momento a tomar algunas de aquellas organizaciones el carácter real de conspiración política.
Así se va jalonando la gran legión del Águila negra, de Soles y Rayos de Bolívar, por citar algunos ejemplos, o la constitución realizada tempranamente hace dos siglos con Francisco Agüero Infante y sus compañeros. Si así fue, nos damos cuenta que lo ocurrido el Diez de Octubre fue la culminación de pasos anteriores y que esos pasos estuvieron bajo las huellas de la sangre de esos proto-mártires. Se dice que un joven adolescente, Agramonte, manchó su pañuelo en el cuadro tétrico de la ejecución de Agüero, en Camagüey. Y sería fácil hacer interpretaciones de laboratorio de lo que precedió al Diez de Octubre y aún después.
Porque esa noche venían a buscar interpretaciones fáciles y vivir las etapas como se corta un pastel con un cuchillo. Sin embargo, todo está entrelazado. Cuba debía recorrer su camino entretejiendo su historia, aislada, valga la redundancia, no solo por su concepto de archipiélago insular, sino también por no haber podido participar en el proceso emancipador que ya antes de 1810 se incendió del sur al norte y del norte al sur.
Existía un precedente dramático, confuso todavía para muchos; claro para nosotros hoy, y ya hace tiempo: El papel de la gloriosa Revolución haitiana que habiendo logrado derrotar a una potencia extranjera en el lago americano, proclamó primero una monarquía efímera y luego una República, cuya aspiración fue también extender una mano generosa a los que luchaban por la libertad y por la abolición de la esclavitud. No fue extraño que el presidente Petion, hombre generoso, culto, de asombrosa ilustración, según lo describe Simón Bolívar, le ofreciese a él, al Libertador, peregrino él en las tierras haitianas, apoyo para el regreso victorioso, y se dice que también una imprenta para que en ella, una vez proclamada la victoria, se proclamase el Decreto de la abolición.
Y es queridas compañeras y compañeros, queridos niños, que para nosotros eso es hoy algo distante, casi olvidado. Pero al triunfo de la Revolución Cubana, en 1959, cuando finalmente la vanguardia selecta y aguerrida, alcanza el poder político real, proclama una emancipación, una Revolución nacional y antimperialista, habían pasado apenas 73 o 74 años de la abolición de la esclavitud. Todavía uno de los más destacados intelectuales cubanos pudo encontrar al anciano ex esclavo y ex mambí que le hizo conocer su célebre obra. Tuve, y conocí, entre mis compañeros de trabajo, a los que eran nietos y descendientes de esclavos, como aquel Wenceslao, anciano, de casi 90 años, celador del Palacio de Gobierno, celador de la bandera y la campana, que era hijo de esclavos emancipados.
Es por eso que el gesto de Céspedes, el Diez de Octubre, tiene un valor regenerador, es como un volcán para la Revolución Cubana y para las aspiraciones de un futuro mejor que serían consagradas luego de la victoria y la toma de Bayamo, también en Guáimaro, territorio de Camagüey, donde una Constitución idealista se propone convertir en República el sueño democrático y la aspiración social del pueblo cubano. Si bien es cierto que, como explicó Martí, al hacer el elogio de Céspedes y Agramonte, al analizar inclusive las contradicciones necesarias entre las distintas fuerzas que convergieron en el manifiesto y el movimiento revolucionario, la Constitución misma, piedra fundamental de aquel deseo, de aquella aspiración, pusiese alas y pesas de plomo a las alas de la Revolución.
Y es que la Revolución es la fuente del derecho; de ella emana la razón de ser de la aspiración a la libertad; una aspiración a la libertad que viene, no como una idílica proposición, si no como una aspiración al derecho, a la cultura, porque sin ella no es posible ningún proceso político. De ahí que tanto Céspedes, como Agramonte, como las principales figuras radicalizadas de la vanguardia, que protagonizan el Diez de Octubre, y que se incorporan luego a la Revolución, fueran poseedores, además, de los resortes de la cultura.
Toda Revolución, como exclamó años más tarde Fidel, es hija de la cultura y de las ideas y ellos fueron abanderados y fueron también mártires inmolados a la idea que ellos abrazaron. Por eso en el acto de ser depuesto de su carácter de Presidente constitucional, en un acto que, aparentemente, jurídicamente, es válido, pero que desde el punto de vista de la visión sobre el proceso, resulta error grave, descabezar al hombre que es la piedra, la figura fundamental y esencial, era privar a la Revolución de su liderazgo legítimo, de aquel que supo ya en la reunión celebrada en Las Tunas, en aquella reunión en San Miguel del Rompe, que las armas la tienen ellos y es necesario alzarnos. De rodillas no podemos vivir, así hemos estado durante siglos, rememorando, no citando literalmente sus palabras.
A quien le dice que hay que esperar, le responde que hay que precipitar. El Diez de Octubre, que casualmente es el cumpleaños de la reina, día y fiesta nacional del estado, la Revolución triunfa al proclamarse. A las pocas horas ya estaban en pie las medidas represivas en todas direcciones del país. En el patio del Palacio, donde hoy arde la llama eterna, ante la bandera enarbolada el Diez de Octubre y que con privilegio constitucional está también dondequiera que se reúna el Parlamento cubano, allí, en ese acto, en ese momento, en ese instante de gran solemnidad, cambia todo, se transforma todo. El país comienza a temblar bajo los pies del dominio colonial extranjero.
Es por eso que cuando nos acercábamos a colocar la ofrenda floral, me percaté de algo indispensable, casi simbólico. Y es que la corona que hemos presentado a nombre del General Presidente, a nombre del Jefe del estado, tiene los colores de la bandera contra la cual se levantaron los hombres del Diez de Octubre. Pero prendida sobre ella con un alfiler la cinta con el nombre de aquellos que, de manera heroica, ayudaron frente a los muros del Moncada y desde la proa del Granma, en las costas orientales, a comenzar el proceso definitivo de independencia y emancipación.
Con tanta razón, el Diez de Octubre, en medio de tantas confusiones de laboratoristas y de reinventores de la historia que trataban de restar mérito al padre fundador, sometiéndolo simplemente a un análisis puramente clasista, Fidel responde con hidalguía: “Nosotros entonces habríamos sido como ellos; ellos hoy serían como nosotros”.
Muchas Gracias