Un templo consagrado a la cultura

Por: Emilio Alejandro Sarandeses Morera

 El venidero 4 de octubre el Museo de Arte Sacro Basílica Menor y Convento de San Francisco de Asís celebra su veinte aniversario como institución cultural. Con orgullo su equipo de trabajo ha esperado esta jornada que marca el comienzo de un intenso año en el que el público podrá disfrutar de exposiciones, conciertos y otras actividades que nos prestigian como centro patrimonial de la nación.

 Un poco de historia

Tras varios años de intensas obras, con la colaboración de no pocos amigos y cientos de trabajadores y bajo la certera y siempre quijotesca guía de nuestro historiador y maestro Eusebio Leal Spengler, la otrora casa franciscana habanera abría nuevamente sus puertas al público de la ciudad, del país y del mundo. Aquella remota noche del 4 de octubre de 1994 muchos admiraron lo logrado por las labores de restauración que devolvieron brillo y lujo al antiguo edificio, una vez basílica menor adjunta a la Archibasílica de San Juan de Letrán en Roma.

Entre tantos distinguidos visitantes, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz apreciaba con asombro y cortesía el majestuoso templo que, a partir de ese día, se dedicaba al excelso arte de la música de cámara y coral. La feligresía católica presente reverenciaba las arcadas y la bóveda de antaño rescatadas para siempre del abandono; entre ellos se encontraba el entonces Nuncio Apostólico en La Habana, don Benjamino Stella, quien esa misma mañana donaba al Historiador para la institución una copia manufacturada del emblemático Crucifijo de San Damián que encargara para la ocasión al célebre convento franciscano en Asís, Italia, y que aún hoy custodia el templo desde la balaustrada del coro alto. El público cubano finalmente flanqueaba sus puertas y observaba con detenimiento los muros donde confluían historia y leyenda; la torre campanario, vigía de la Plaza de San Francisco, volvía a albergar la sonora sinfonía del tañer de las campanas que antes armonizaba con precisión matemática el día y la noche de los habaneros de intramuros.

La ruina y el abandono total solo habían sido parte de los atropellados avatares históricos de tan santo y magnífico sitial habanero. En antaño sus obras se dilataron tanto en el tiempo que en no pocas ocasiones fue necesario demoler lo ya construido para iniciar nuevas reformas cuando los monjes una y más veces prefirieron mejorar las condiciones de su iglesia en detrimento del espacio conventual que ya habitaban con insospechadas penurias. Quiso la historia que sus muros dieran descanso y morada a dos ilustres monjes franciscanos claves para la evangelización de nuestro continente: el mallorquín fray Junípero Serra, fundador de las misiones de San Diego y San Francisco al suroeste del territorio estadounidense, y el español Francisco Solano, santo de la iglesia católica desde 1726.

 Quiso también la historia que un noble y valeroso guerrero inglés tomara esta santa casa para instalar en ella a sus tropas y la sede de su culto religioso allá por el año 1762 y quiso la bravía naturaleza en 1846 que un devastador huracán, cual impasible mano divina, mostrara a los habaneros sobre una de sus obras monumentales un amargo recuerdo de la bíblica historia de la torre de Babel. Y quisieron una vez los hombres de esta isla derribar sus gruesas paredes en nombre del progreso y otros más previsores encontraron cómo el centenario convento podía aún servir a la naciente República y seguir siendo parte de la historia de Cuba. A esos últimos queremos rendir el más merecido y oneroso tributo, a ellos y especialmente a uno cuya humildad nunca nos ha permitido señalarle como acreedor porque aún se siente a sí mismo en deuda con la patria de la cual tanto ha bebido con insaciable sed.

Arribamos a este veinte aniversario con orgullo y, sobre todo, con muchas expectativas por concluir las obras constructivas en áreas del claustro sur del edificio y ampliar los espacios de exposición permanente del museo, renovar el discurso museológico y entregar a Cuba y a los cubanos, principalmente, una institución cultural digna heredera de nuestro acervo patrimonial religioso.

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