Tomado del sitio web Cuba Contemporánea
Por Lorena Sánchez y Lianet Hernández
Sin embargo, para Dimas Bencomo la concreción surrealista de su arte no llegó influida por Salvador Dalí, René Magritte, Chagal u otro vanguardista, sino por sus abuelos. De ellos aprendió a recontextualizar y aportar nuevas utilidades a los objetos. Por ahí empezó todo. “Mis abuelos no botaban ningún tareco, si algo se rompía lo guardaban y luego le encontraban otra funcionalidad. Como los niños son una especie de esponja, al comenzar a estudiar en la escuela de arte de Camagüey decidí asumir este tema para mi trabajo. Muestro objetos cotidianos, cuyo límite de uso muchas veces caducó y yo les extiendo la vida útil a través de la pintura”.
Ahora en la Casa Museo Oswaldo Guayasamín el artista pretende ampliar esta visión sobre su arte. Lejanos de percepciones simplistas, los lienzos de Dimas ofrecen una realidad que trasciende el remedio o solución posible para el objeto en desuso. Cada “tareco” porta una emoción distinta. Se humaniza. La lata no es el contendedor material del refresco, es la encarnación de un sentimiento, es lo humano ausente –solo de modo aparente– en la representación. “Es por ello que no necesito la presencia de seres humanos en mi obra”, precisa el artista.
Hablamos también de alegorías objetuales del cubano y de su capacidad sui géneris para (re)inventarse los espacios y las situaciones, una lectura a la que invita el artista desde su historia de vida, sus inquietudes y emociones personales, las cuales devienen, casi siempre, en sentimiento de una nación.
Crónicas de una existencia no es la primera exposición en la cual Dimas presenta este tema. Otras muestran la recurrencia objetual en su obra, así como las búsquedas en el color y la forma, pues “aunque los objetos sean los mismos, trato de darles nuevas estructuras y cambiar los materiales, empecé por cartulina y ahora trabajo en lienzos”, agrega.
¿Cómo plantea la relación con el color?
–Mis primeras obras fueron bastante luminosas, pero dejaban fuera los colores. Trabajé hacia una obra monocromática para buscar seriedad y que el producto final le llegara de manera más directa al espectador. Ahora mis fondos son más bien en gris, un color que identifica todo mi mundo. No obstante, he ampliado las gamas de colores en los objetos y he ido mimetizando su visualidad.
El proceso de comunicación entre el espectador y la obra también es una parte importante del trabajo artístico. En su caso, ¿cómo se comporta esa relación?
–Pienso que mi obra es bien entendida. No soy de esos artistas —a quienes no critico— que hacen dos líneas en una obra y quieren que el público la entienda. Mi trabajo nace de la cotidianidad y de los objetos desechados, así que resulta bastante referencial. También mediante los títulos intento dejarle al espectador pistas sobre la obra, aunque cada persona aporta una lectura diferente.
Dimas se aferra a la figuración. Pero un matiz abstracto resalta desde el fondo de cada lienzo. Aun así, lo más importante para el artista es el objeto que eligió y su reproducción mimética: “Si voy a poner un neumático quiero que la gente vea un neumático”. Cual estructura onírica, su técnica recuerda aquella famosa línea objetiva dentro del surrealismo, donde las representaciones se atan a una figuración casi fotográfica y las relaciones entre ellas rozan a veces el absurdo.
Quizás haya influido sobremanera en su trabajo la formación inicial como ceramista en la escuela de Camagüey, una etapa que sirvió de antesala a su vuelco definitivo hacia la pintura. Antes de eso no se sentía lleno como artista. Cuando salió de la escuela quiso buscar una alternativa y encontró la pintura. Era la tela donde mejor podía reproducir sus pensamientos y crear el ambiente teatral y surrealista que ahora lo define.