Tomado del sitio web Cuba contemporánea
Fotos Néstor Martí
Las peculiares reliquias relacionadas con Napoleón Bonaparte y su época, conservadas desde hace décadas por museos y coleccionistas cubanos, han atraído y entusiasmado a expertos internacionales reunidos esta semana en la Isla para descubrir los tesoros ocultos que Cuba les ofrece.
“’Napoleón y Cuba, ¿qué hay de eso?’, me dicen muchos amigos. Pero, cuando esta visita termine, espero que el gran tema sea: Napoleón y Cuba, sí”, indicó Luke Dalla Bona, miembro de la Sociedad Napoleónica Internacional y coordinador de su XII congreso, celebrado en La Habana.
Estudiosos de Francia, Canadá, EEUU, Inglaterra, Polonia y Rusia, entre otros países, viajaron a Cuba para asistir al evento -por primera vez con sede en América- y vivir lo que para muchos ha sido una gran aventura: conocer el Museo Napoleónico de La Habana, creado en 1961, pero al parecer recién descubierto fuera de la isla, tras su restauración y reapertura en 2011.
El museo posee una vasta biblioteca y más de 10,000 piezas del periodo napoleónico, a las que se atribuye un valor millonario, incluidas reliquias como la mascarilla mortuoria original de Bonaparte y el reloj de oro que marcó sus últimas horas de vida.
Otros objetos del emperador también llaman la atención: una casaca, el bicornio y el catalejo que usó en Santa Elena, dos pistolas que portó durante la toma de Moscú en 1812, una lámpara que obsequió a Josefina, un mechón de cabellos y un molar.
La princesa Napoleón, viuda de Luis Marie Bonaparte, príncipe Napoleón, a su vez descendiente del rey Jerome, el hermano menor de Bonaparte, asistió en 2011 a la reapertura del museo y donó parte de una vajilla para dar “testimonio de la estima” de su familia por esa institución.
Tres años después, la Sociedad Napoleónica Internacional (INS, por sus siglas en inglés), radicada en Montreal y dedicada a promover y auspiciar estudios académicos sobre Napoleón y su tiempo, considera que contactar con Cuba y sus especialistas equivale al “descubrimiento de un tesoro desconocido”.
“¿Por qué se demoró tanto? Porque nadie hizo que sucediera. Cuba está llena de tesoros silenciosos. Los cubanos los conocen bien, pero siempre podrían ser mejor promovidos en el mundo”, admitió Dalla Bona.
La directora del Museo Napoleónico, Sadys Sánchez, cree que esta especie de “boom” es fruto de la minuciosa restauración del inmueble y la colección, un proceso, a cargo de la Oficina del Historiador de La Habana, que duró cinco años.
“(La colección) es la más importante en América Latina desde el punto de vista institucional. Existen colecciones privadas, pero esta es la más importante abierta al público”, aseveró Sánchez.
Buena parte de lo exhibido perteneció al desaparecido millonario Julio Lobo, magnate de la industria azucarera, considerado el hombre más rico de Cuba cuando triunfó la revolución en 1959 y que dedicó parte de su gran fortuna a adquirir piezas relacionadas con Napoleón en casas de subasta de Europa y Estados Unidos.
Aunque el patrimonio de Lobo es el eje central de este tipo de coleccionismo en la isla, existen “muchos recuerdos napoleónicos” en otras partes del país, colecciones privadas y museos aún por estudiar con piezas que sorprenden a los investigadores, comentó el historiador cubano Ernesto Álvarez.
En la provincia de Matanzas, explica Álvarez, se atesora un fragmento de la losa que cubrió los restos de Napoleón en Santa Elena y un busto de Bonaparte del famoso escultor Antonio Cánova.
Varios objetos los legó Juan Bautista Leclerc, un pintor nacido en Matanzas y criado en Francia, que huyó con sus posesiones de Europa a la isla y se escondió en un cafetal de su familia al saber que piezas adquiridas para su colección napoleónica habían sido robadas del Gabinete de Medallas de la Biblioteca del Rey en París y la policía estaba tras ellas, relata Álvarez.
“Hay muchas personalidades vinculadas con Napoleón que vivieron aquí y están todavía por estudiar (…) Vinieron a Cuba huyendo de procesos como las revoluciones francesa y napoleónica, se establecieron, trajeron recuerdos y objetos”, afirmó.
El historiador asegura que incluso un guardia imperial de Napoleón murió en Matanzas, y sus restos aparecieron en el museo de la ciudad.
De esas figuras, la más importante fue sin duda la de Francois Antommarchi, médico de cabecera de Napoleón y quien, tras morir éste en Santa Elena, regresó a Francia y de ahí viajó a Cuba, donde se radicó para estudiar la fiebre amarilla, enfermedad de la que murió.
“Con él trajo reliquias que pertenecieron al propio Napoleón”, destaca Sadys Sánchez, incluida la famosa primera mascarilla mortuoria que él mismo confeccionó y que después sería reproducida varias veces.
Sánchez cree que en Cuba los expertos tienen por delante varias líneas de investigación, sobre todo para arrojar luz sobre los vínculos que se formaron entre Napoleón y la isla a través de otras personas.
“Si Napoleón no hubiera muerto, pienso que su interés habría sido llegar a las Américas. Pero bueno, llegó a Cuba de esta manera, por el coleccionismo”, dijo.